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Educador: Facilitador O Problemaizador


Enviado por   •  23 de Noviembre de 2012  •  6.197 Palabras (25 Páginas)  •  351 Visitas

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Educador: ¿facilitador o problematizador?

Luis Armando González

Desde un tiempo para acá, se estableció la expresión “facilitador” para referirse a quienes ejercen algún tipo de actividad formadora. Se aplica dicha expresión a una amplia gama de formadores: desde quienes imparten talleres, seminarios, diplomados y actividades semejantes de capacitación hasta quienes dan formación académica sistemática en los diferentes niveles del sistema educativo. No se trata de una mera palabra: sus promotores y defensores no sólo apelan a determinadas concepciones filosóficas y pedagógicas –suelen acudir principalmente al “constructivismo” como paradigma de autoridad inapelable—, sino que les indigna que, por ejemplo, un formador se vea como un profesor y no como un “facilitador”, pues consideran que eso constituye una afrenta a sus alumnos.

Detengámonos un poco en la palabra “facilitador”. Cualquiera puede recordar que en El Salvador en algún momento se usó la fórmula “necesito que me faciliten un escritorio” o “Marta me facilitó las llaves de la oficina”, con lo cual se quería decir, en el primer caso, “necesito que me den rápidamente y sin trabas un escritorio”; y en el segundo, “Marta me dio con diligencia las llaves de la oficina”. Otra fórmula aún vigente es la que dice “esa persona me las pone fácil, lo cual quiere decir “esa

persona no me complica la vida” o, en un sentido negativo, “esa persona me expone sus flancos débiles para un ataque”. Y una tercera: “esa persona es fácil”, es decir, “esa persona es flexible” o, visto negativamente, “esa persona es débil de carácter”, “esa persona es manipulable”, “esa persona cede a la primera”. La fórmula citada puede llevarse al extremo diciendo “esa persona es facilona”, lo cual apunta a su docilidad excesiva, rayana en la volubilidad.

Como se ve, son usos curiosos de la palabra “fácil” y “facilitar”. Pero ninguno de ellos atañe al “facilitador”, tal como se entiende en las discusiones pedagógicas de las últimas dos décadas. Es decir, en ninguna de las acepciones reseñadas se define a la persona que “la pone fácil” o a la que “facilita un escritorio” y ni siquiera a la “facilona” como una “facilitadora”. Porque, en el sentido actual que tiene esa palabra, un facilitador lo es porque se dedica a facilitar, pero no un escritorio o un borrador, sino conocimientos. Así de simple: el facilitador facilita conocimientos a quienes ya los tienen en potencia o los tienen adormecidos en su mente. La palabra “profesor” desaparece del escenario educativo y aparece en escena la palabra “facilitador”, para designar a quien hasta entonces se dedicada a lo que él creía que era “enseñar” y que ahora se le dice que es “facilitar”.

En realidad, ¿es correcto convertir todos los componentes del proceso educativo –técnicos, intelectuales y morales en componentes a ser facilitados y a quienes supuestamente los facilitan en “facilitadores”? Es seguro que sobrarán quienes afirmen que sí y que, más aún, argumenten que al fin, con esta conversión, se ha superado el autoritarismo y la falta democracia en el aula. No cabe duda de que eso es materia de discusión.

Pero también lo es la concepción del educador como facilitador. No que no existan en el proceso educativo conocimientos y destrezas que deban ser facilitados o que el educador no deba tener, en algunas de las facetas del proceso educativo, capacidad de facilitación. Pero eso es distinto a que se lo defina como un facilitador, bajo el supuesto de que todos los componentes del proceso educativo deben y pueden ser facilitados. Por más que los abanderados de la facilitación opinen lo contrario, hay compontes de ese proceso que no deben ni pueden facilitados si no es bajo el riesgo de causar graves daños a la formación intelectual de los educandos. Hay componentes del proceso educativo –que le son intrínsecos— para los que se requieren, de parte del formador, capacidades que van más allá de la facilitación y que le exigen ser más que un facilitador: ser un educador.

Veamos cuáles son algunos de los componentes del proceso educativo que pueden requerir de un facilitador. Para eso es oportuno traer a cuenta un interesante documento del Instituto Nacional de Formación Docente de Argentina, titulado Facilitadores TIC,1en el que se apuntan algunas ideas esclarecedoras al respecto. “Al pensar en la palabra ‘facilitador’ nos imaginamos a una persona que hace que algo complejo o difícil sea más sencillo. Alguien que apoya un proceso para que a otros les resulte más simple”2.

Como ya se dijo, es indudable que en la extensa gama de actividades formativas hay dinámicas de aprendizaje que

1 Cuaderno TIC No. 3.

2 Ibíd., p. 3

requieren de formadores que los hagan fáciles, que los simplifiquen, que tracen la ruta de asimilación más expedita. Es decir, que requieren de “facilitadores”. Tal es el caso de procesos de aprendizaje que involucran destrezas técnicas, como sucede con las Técnicas de Información y Comunicación (TIC), en las cuales tiene pleno sentido hablar del docente formador como un facilitador. Es precisamente a ese tipo de docente formador al que se refiere el documento del Instituto Nacional de Formación Docente. Porque lo propio de un facilitador TIC es el “cómo se hace”, no el “por qué” o el “qué” de algo. “Queda en claro –dice el mencionado documento— que para todas las cuestiones técnicas acerca del ‘cómo se hace’ está pensado el trayecto de capacitación a través del nodo central de Facilitadores TIC…”3.

Pero, ¿todas las actividades formativas se caracterizan por procesos de aprendizaje que supone la facilidad, la simplificación y la ruta más corta? Definitivamente, no. Y esto es absolutamente claro en las actividades intelectuales superiores; esas que involucran la teorización, la reflexión, el análisis, la síntesis, el pensamiento sistemático, la elaboración de conjeturas rigurosas y la investigación científica en los ámbitos social y natural. Aquí la facilitación –hacer fácil lo que es difícil, hacer simple lo que es complejo— es contraproducente para el proceso de formación intelectual y moral de los educandos.

Aquí un facilitador –o alguien que asuma su tarea formativa como una tarea de facilitación— no estará a la altura de las exigencias una educación crítica, reflexiva y con sólidos

3 Ibíd.

fundamentos teóricos y metodológicos. Indefectiblemente, garantizar el cumplimiento de esta faceta del proceso educativo requiere no de un facilitador, sino de un problematizador. Porque justamente el quid del conocimiento científico y filosófico es la problematización de la realidad natural y social.

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