Ensayo discurso
Enviado por Makarena Pezo Astete • 26 de Abril de 2018 • Ensayo • 1.648 Palabras (7 Páginas) • 147 Visitas
No saben lo importante que es para mí que estén aquí hoy, conmigo, en este día conmemorativo, el día que muchas cosas cambiaron para bien, donde todo volvió a ser de colores y ya no todo negro.
Como empezar… ¿alguno de ustedes recuerda esos días en los que no llegaba a casa? ¿Aquellos días en que la persona feliz y caritativa que era yo se convirtió en una persona antipática, fría, insoportable, que lloraba casi todo el día? Recuerdan también cuando me encontraban caminando sin un rumbo fijo, tambaleándome por las veredas, siempre con la botella en la mano, mi maquillaje todo corrido, a veces con mi mismo vómito en mi ropa. Con tan solo imaginarme me doy asco y pena.
Sin ayuda de ustedes, familia y amigos, sin la ayuda del centro de rehabilitación jamás podría haber salido de aquel infierno en el que estaba sumergida. Porque de alguna forma creía que el alcohol tapaba todos mis problemas, pues lograba olvidarme de ellos aunque sea por un tiempo, ahogaba mis penas, el estrés, mis miedos, mis mayores temores, porque no me sentía capaz de contárselos y preferí esconderme detrás una botella. Grave error, demasiado cobarde de mi parte.
No recuerdo en qué momento crucé esa débil línea que separa el consumir alcohol para compartir la típica copita de vino, porque como ya saben a mí me encantaba el vino, sí, así como escucharon, me “encantaba”, porque ahora de solo pasar por su pasillo en los supermercados me dan náuseas, a ser dependiente del alcohol. Al principio no me di cuenta, porque estaba convencida que yo no tenía problemas con él, que seguía haciéndolo por placer, hasta que qué comencé a beber a escondidas y sola, ya no solo me bastaba con tomarme los vinos que compraban mis padres en la compra mensual del supermercado, ese que era para beberlo en el almuerzo de los domingos, sino que comencé a ocupar mis ahorros, los preciados ahorros de mi vida, que con tanto esfuerzo reunía, tan así que si podía caminar lo hacía con tal de ahorrarme el pasaje, si tenía hambre no me pasaba a comprar un bajoncito, porque en mi casa tenía, los ocupaba para ir a la botillería de la esquina, la regalona como le decía yo – ridícula-, a comprar más y más botellas, ya no solamente de vino, también compraba vodka, bendito vodka transparente que yo mezclaba con colorante azul y hacia pasar por las famosas bebidas isotónicas, ¿inteligente no?. Esa fue la mentira más grande y jamás descubrieron, pensaban que tenía una adicción a simples bebidas para deportistas cuando era algo mucho más grave, una maldita adicta al alcohol. Ahí comprendí que me estaba enfermando, pero sin embargo no hacia nada por remediarlo.
Todo comenzó a empeorar, la relación padres-hija, mi pololeo, mis estudios, mi círculo de amigos, en pocas palabras, MI VIDA.
Los primeros en darse cuenta de que algo estaba ocurriendo conmigo fueron mis padres, obvio, siempre saben todo, tienen como un don o algo así, y claro como no darse cuenta, si su regalona, su única hija, con la que mantenían una excelente relación, se había vuelto totalmente idiota, distante y fría, yo ya no les contaba que tal me había ido en el día, como solía hacerlo inmediatamente cuando llegaba, entusiasmada por contarles lo que había aprendido, ahora solo llegaba a mi casa, saludaba con un simple “Hola” que lanzaba al viento si me escuchaban bien si no bien también y subía a mi habitación, bajaba solamente para comer cuando mi mamá me llamaba, si no había otro motivo, simplemente no lo hacía. Me aislé. Otro grave error.
Con el pasar del tiempo, no había día que no me dieran un sermón de la desaparición de las botellas de vino del estante y de que llegaba a casa pasada a copete. Esto provocaba discusiones entre los tres, me volvía terriblemente loca y violenta a causa de los tragos de más que traía encima, rompía todo lo que había en mi camino y gritaba sin control. Así logré el primer castigo de mi vida y el peor. Mi papá me pasaba a dejar a la universidad y también me pasaba a buscar, me quitaron la mesada, no podía salir a fiestas, no podía salir con mis amigos y si quería ver a mi pololo, él tenía que ir a la casa.
Tenía una linda relación de 5 meses, con un hombre con el que me proyectaba totalmente, creía que había encontrado al amor de mi vida, pues me sentía tan a gusto junto a él, todo era maravilloso. Un hombre sencillo, atento, detallista, preocupado, deportista, el morenito de mis sueños y lo más importante es que había sido el único que le caía genial a mi mamá.
Pero como deportista de alto rendimiento que era, no tomaba, con suerte tomaba bebida, pero no le molestaba que yo me “sirviera un traguito” de vez en cuando, lo respetaba, y eso me gustaba. Pero cuando comencé a beber más de la cuenta, comenzaron las peleas, los llantos, los malos ratos. Yo le prometía que no volvería a pasar, mentía, sabía que no podía dejar de tomar. Seguía ocurriendo pues llegaba a nuestras salidas borracha, o simplemente con olor a trago, él ya no me reconocía, su mirada lo decía todo, pero tampoco hizo nada por ayudarme, se aburrió de mí, de mis actitudes, de mis promesas rotas, de mi consumo excesivo que me abandonó por otra mujer. Esto fue la gota que rebalsó el vaso y todo mi mundo se vino abajo.
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