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Ergonomia

alejandraorhe16 de Noviembre de 2013

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UNIVERSIDAD ANÁHUAC MAYAB

COORD. GRAL. DE FORMACIÓN HUMANA Y ESTUDIOS GENERALES

ASIGNATURA EN LÍNEA: HISTORIA DE OCCIDENTE

SÍNTESIS PARA PREPARAR EL EXAMEN ORDINARIO

El curso comienza en el siglo IV de la era cristiana en Europa considerada cuna de la civilización occidental. Pero esta historia comenzó antes y en otro lugar.

¿Cuándo y dónde? En el siglo I de esta era y en Israel que, como todos sabemos, está en Asia, en el Oriente Medio. En ese siglo el lugar no se llamaba Israel (como se llamó en los siglos precristianos y volvió a llamarse así en el siglo XX). Entonces se llamaba Judea y así aparecía en los enormes mapas del Imperio Romano que gobernaba su primer emperador: César Augusto (63 a.C.-14 d.C.) a quien no hay que confundir con Julio César (100-44 a.C.) quien fue asesinado el día cuando iba a declararse emperador de Roma que entonces era una república. El hijo adoptivo de Julio César (Octavio Augusto) tomó el nombre del difunto Julio como título imperial y desde entonces todos los emperadores se llamaron césares.

Pues bien, allá en Judea, en el año 1 del siglo I, nació un niño cuya vida, muerte y resurrección transformarían la cultura no sólo de Europa sino de muchísimas más regiones de un mundo que, entonces, no se sabía que fuera tan grande. Ese niño judío, llamado Joshua (Jesús en español) al cumplir 30 años declaró, ante el escandalizado pueblo judío, ser el Mesías de la religión tradicional judía: el rey salvador (eso significa Mesías) anunciado por los profetas del Antiguo Testamento. Y comenzó a predicar una importante reforma espiritual basada en el amor a todos (incluye a las personas de otras razas), el perdón a todos (incluye a los enemigos), el desprendimiento de los bienes materiales y, con todo lo anterior, la anticipación en la Tierra del Reino de Dios que se merecerá en la vida de ultratumba. Jesús hablaba con autoridad: él mismo era Dios e hijo de Dios, y predicaba el amor con el ejemplo. Pero no todos lo escucharon y sus enemigos connacionales conspiraron con los romanos que dominaban Judea y lograron que lo mataran. Era el año 33 aproximadamente y en Roma gobernaba otro césar: Tiberio (42 a.C.-37 d.C.).

Pero la historia no terminó con la muerte de Jesús. De hecho, ahí comenzó realmente el Cristianismo pues Jesús resucitó y se apareció a sus entristecidos y confundidos seguidores cercanos a quienes pide que lleven la buena noticia de la resurrección y que continuaran predicando el amor, el perdón, la pobreza y la búsqueda del Reino de Dios. Así, los convirtió en apóstoles(=enviados) y entre ellos fue confirmado como principal uno: Simón a quien Jesús llamaba Cefas en lengua semítica (que significa “piedra” o “roca” y que en español se dice Pedro). Él fue el primer papa, representante personal de Jesús resucitado a quien ahora llaman Cristo (que es la traducción al latín de Mesías) o Jesucristo en una contracción de las 2 palabras.

Aquí cabe una aclaración pertinente: no toda la información dogmática de la que alimentamos los católicos nuestra fe procede de la Sagrada Escritura (la Biblia con sus dos partes: el Antiguo y el Nuevo Testamentos). Se llama Revelación a las verdades sobre Sí mismo y sobre Su plan de salvación de la humanidad que Dios ha manifestado a lo largo de la historia. ¿Cómo lo ha hecho Dios? A través de los patriarcas (Abraham, Jacob, Moisés, etc.) y de los profetas (Isaías, Jeremías, Daniel, etc.) y lo que Dios les ha revelado personalmente, está consignado en la Biblia. Pero también hay información dogmática que procede de la Tradición. Se llama Tradición al conjunto de las verdades divinas no expresadas en la Biblia pero que son consistentes con ella. La Tradición incluye la interpretación que hicieron los apóstoles y los padres de la Iglesia. Esta interpretación también es dogmática, aunque no tenga una rigurosa base escriturística, por la calidad espiritual de quienes la hacen. En esta segunda fuente revelada (la Tradición de los apóstoles y los santos padres de la Iglesia) está incluido el Primado de san Pedro que se hereda a los obispos de la ciudad de Roma: a todos los papas, quienes son considerados Vicarios de Cristo: representantes terrenales de Dios y, por tanto jefes de la Iglesia universal.

Pero no sólo a sus seguidores se aparece Jesucristo recién resucitado sino, también, a un judío a quien no gustaban sus reformas espirituales: se llamaba Saulo de Tarso y todos los conocemos como san Pablo (entre 5 y 10-67). San Pablo es convertido por Jesucristo ya en su doble condición de verdadero hombre y verdadero Dios. Y es tan fuerte la conversión de san Pablo que se vuelve, junto con san Pedro (1 a.C.-67 d.C.), líder del movimiento reformador cristiano. Es san Pablo quien advierte que la predicación del Evangelio no debe hacerse sólo a los judíos sino a toda la humanidad porque Jesucristo no ha muerto y resucitado sólo para la salvación del pueblo judío sino para la de todos los hombres sin importar su raza, su nacionalidad, su posición socio-económica, ni su lugar de residencia. San Pablo señala que el Cristianismo no es una reforma del Judaísmo sino que es una nueva religión. Y la llama Católica (palabra griega que significa universal: toda la humanidad). Para comenzar esta enorme de tarea de evangelizar a toda la humanidad para salvarla, san Pedro y san Pablo deciden ir a la capital del mundo conocido entonces: la ciudad de Roma, corazón político y cultural del imperio romano.

Y allá van y enfrentan la hostilidad de una sociedad pagana y la locura del emperador de entonces: César Nerón (37-68) quien encuentra que dejar de adorar a los dioses tradicionales paganos (entre los que se incluye a sí mismo) es un crimen de lesa majestad y comienza con las persecuciones contra los cristianos quienes debían o renunciar a la religión cristiana o morir en medio de horribles sufrimientos. La mayoría prefiere morir y entre las primeras víctimas de la persecución neroniana caen san Pedro y san Pablo. Es el año 64 aproximadamente según la Tradición.

Así, debido al propósito de la salvación universal, la religión del Cristo llega a Occidente donde tendrá una larga y riquísima historia que continúa hoy. Y por eso, la ciudad de Roma se convierte en el corazón del Cristianismo occidental y no Jerusalén, en Israel, donde Jesucristo murió y resucitó. La ciudad de Roma es la Sede Apostólica pues allá murieron martirizados los apóstoles que mejor entendieron la dimensión universalista del Cristianismo y que, como ocurrió, desde esa ciudad se propagaría a todos los lugares del mundo.

Durante casi 3 siglos continúan las persecuciones contra los cristianos (aunque no todos los emperadores romanos las practican) y pese a que todas son terribles, no se logra el efecto buscado: extinguir el Cristianismo. Por el contrario: lo refuerzan y cada vez hay más seguidores de la religión del amor y el perdón pues el ejemplo que dan los mártires (testigos de Cristo hasta la muerte) produce más conversiones que la predicación que se hace en catacumbas (cementerios abandonados) donde se reúnen los creyentes en Cristo a escondidas de las autoridades imperiales. La gente pagana, creyente de la religión politeísta oficial, se conmueve ante las muertes horribles y se pregunta ¿qué religión y qué único Dios son éstos por los que vale la pena morir así? Y poco a poco se van convirtiendo a una religión monoteísta oriental que promete la salvación eterna a través del amor.

Una de las peores persecuciones es la del emperador Diocleciano (244-311) quien enfrenta problemas políticos serios: el imperio es muy grande, muy variado en culturas y, por tanto, muy difícil de gobernar por un solo césar y entonces lo divide administrativamente en dos regiones: Oriente y Occidente y en cada lado pone a dos emperadores que comparten el poder político en las sedes respectivas: cuatro emperadores pueden gobernar mejor que uno. Es el año 284, finalizando el siglo III. Pero hay más problemas: el lado del imperio donde Diocleciano manda con poder compartido, está cada vez más amenazado por una serie de tribus salvajes que vienen del este europeo del imperio principalmente. No forman una nación, ni comparten una cultura: son hordas que invaden las provincias occidentales del imperio. Por su manera balbuceante de hablar, los romanos les llaman bárbaros. Diocleciano hace su sangrienta persecución en el año 303 y también fracasa: el Cristianismo sigue ganando adeptos. En este punto inicia el curso de Historia de Occidente.

Cuando el Cristianismo triunfa en el Imperio Romano, Europa no existe pues es, todavía, el conjunto de las provincias occidentales del enorme imperio que abarcaba todas las costas del mar Mediterráneo, (mare nostrum [mar nuestro] decían los romanos), la mitad de Inglaterra y parte del Asia Menor.

Era el siglo IV y esto significa que el Cristianismo tenía más de 300 años de haber surgido en una pobre provincia del Medio Oriente: en Israel (o Judea en los mapas romanos) desde donde se había extendido, durante su primer siglo de existencia, hasta llegar a la ciudad de Roma donde, no solamente no fue aceptado (como lo eran todas las demás religiones practicadas en las provincias imperiales), sino que fue perseguido con crueldad. Las persecuciones, que comenzaron con el césar Nerón (37-68) y continuaron con otros emperadores, no acabaron con el Cristianismo. De hecho lo fortalecieron pues el terrible testimonio de fe en Cristo que ofrecieron los mártires, acabó por conmover a los creyentes de un paganismo politeísta, ritualista y poco comprometido con sus divinidades e ignorante de una noción fundamental: el prójimo.

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