Las Ciencias
Enviado por eduardo0419 • 2 de Septiembre de 2013 • 3.314 Palabras (14 Páginas) • 215 Visitas
Y, al principio, todo fue curiosidad.
La curiosidad, el imperativo deseo de conocer, no es una característica de la materia inanimada.
Tampoco lo es de algunas formas de organismos vivos, a los que, por este motivo, apenas podemos
considerar vivos.
Un árbol no siente curiosidad alguna por su medio ambiente, al menos en ninguna forma que
podamos reconocer; por su parte, tampoco la sienten una esponja o una ostra. El viento, la lluvia y las
corrientes oceánicas les llevan lo que necesitan, y toman de ellos lo que buenamente pueden. Si el azar
de los acontecimientos es tal que llega hasta ellos el fuego, el veneno, los depredadores o los parásitos,
mueren tan estoica y silenciosamente como vivieron.
Sin embargo, en el esquema de la vida, algunos organismos no tardaron en desarrollar ciertos
movimientos independientes. Esto significó un gran avance en el control de su medio ambiente. Con
ello, un organismo móvil no tenía ya por qué esperar largo tiempo, en estólida rigidez, a que los
alimentos se cruzaran en su camino, sino que podía salir a buscarlos.
Esto supuso que habían entrado en el mundo la aventura y la curiosidad. El individuo que
vacilaba en la lucha competitiva por los alimentos, que se mostraba excesivamente conservador en su
exploración, simplemente perecía de hambre. Tan pronto como ocurrió eso, la curiosidad sobre el
medio ambiente fue el precio que se hubo de pagar por la supervivencia.
El paramecio unicelular, en sus movimientos de búsqueda, quizá no tenga voliciones ni deseos
conscientes en el sentido humano, pero no cabe duda de que experimenta un impulso, aún cuando sea
de tipo fisicoquímico «simple», que lo induce a comportarse como si estuviera investigando, su entorno
en busca de alimentos. Y este «acto de curiosidad» es lo que nosotros más fácilmente reconocemos
como inseparable de la forma de vida más afín a la nuestra.
Al hacerse más intrincados los organismos, sus órganos sensitivos se multiplicaron y
adquirieron mayor complejidad y sensibilidad. Entonces empezaron a captar mayor número de
mensajes y más variados desde el medio ambiente y acerca del mismo. A la vez (y no podemos decir si,
como causa o efecto) se desarrolló una creciente complejidad del sistema nervioso, el instrumento
viviente que interpreta y almacena los datos captados por los órganos de los sentidos, y con esto
llegamos al punto en que la capacidad para recibir, almacenar e interpretar los mensajes del mundo
externo puede rebasar la pura necesidad. Un organismo puede haber saciado momentáneamente su
hambre y no tener tampoco, por el momento, ningún peligro a la vista. ¿Qué hace entonces?
Tal vez dejarse caer en una especie de sopor, como la ostra. Sin embargo, al menos los
organismos superiores, siguen mostrando un claro instinto para explorar el medio ambiente. Estéril
curiosidad, podríamos decir. No obstante, aunque podamos burlarnos de ella, también juzgamos la
inteligencia en función de esta cualidad. El perro, en sus momentos de ocio, olfatea acá y allá, elevando
sus orejas al captar sonidos que nosotros no somos capaces de percibir; y precisamente por esto es por
lo que lo consideramos más inteligente que el gato, el cual, en las mismas circunstancias, se entrega a
su aseo, o bien se relaja, se estira a su talante y dormita. Cuanto más evolucionado es el cerebro, mayor
es el impulso a explorar, mayor la «curiosidad excedente». El mono es sinónimo de curiosidad. El
pequeño e inquieto cerebro de este animal debe interesarse, y se interesa en realidad, por cualquier cosa
que caiga en sus manos. En este sentido, como en muchos otros, el hombre no es más que un
supermono.
El cerebro humano es la más estupenda masa de materia organizada del Universo conocido, y su
capacidad de recibir, organizar y almacenar datos supera ampliamente los requerimientos ordinarios de
la vida. Se ha calculado que, durante el transcurso de su existencia, un ser humano puede llegar a
recibir más de cien millones de datos de información. Algunos creen que este total es mucho más
elevado aún. Precisamente este exceso de capacidad es causa de que nos ataque una enfermedad
sumamente dolorosa: el aburrimiento. Un ser humano colocado en una situación en la que tiene
oportunidad de utilizar su cerebro sólo para una mínima supervivencia, experimentará gradualmente
una diversidad de síntomas desagradables, y puede llegar incluso hasta una grave desorganización
mental.
Por tanto, lo que realmente importa es que el ser humano sienta una intensa y dominante
curiosidad. Si carece de la oportunidad de satisfacerla en formas inmediatamente útiles para él, lo hará
por otros conductos, incluso en formas censurables, para las cuales reservamos admoniciones tales
como: «La curiosidad mató el gato», o «Métase usted en sus asuntos».
La abrumadora fuerza de la curiosidad, incluso con el dolor como castigo, viene reflejada en los
mitos y leyendas. Entre los griegos corría la fábula de Pandora y su caja. Pandora, la primera mujer,
había recibido una caja, que tenía prohibido abrir. Naturalmente, se apresuró a abrirla, y entonces vio
en ella toda clase de espíritus de la enfermedad, el hambre, el odio y otros obsequios del Maligno, los
cuales, al escapar, asolaron el mundo desde entonces.
En la historia bíblica de la tentación de Eva, no cabe duda de que la serpiente tuvo la tarea más
fácil del mundo. En realidad podía haberse ahorrado sus palabras tentadoras: la curiosidad de Eva la
habría conducido a probar el fruto prohibido, incluso sin tentación alguna. Si deseáramos interpretar
alegóricamente este pasaje de la Biblia, podríamos representar a Eva de pie bajo el árbol, con el fruto
prohibido en la mano, y la serpiente enrollada en torno a la rama podría llevar este letrero:
«Curiosidad». Aunque la curiosidad, como cualquier otro impulso humano, ha sido utilizada de forma
innoble —la invasión en la vida privada, que ha dado a la palabra su absorbente y peyorativo sentido—
, sigue siendo una de las más nobles propiedades de la mente humana. En su definición más simple y
pura es «el deseo de conocer».
Este deseo encuentra su primera expresión en respuestas a las necesidades prácticas de la vida
humana: cómo plantar y cultivar mejor las cosechas; cómo fabricar mejores arcos y flechas; cómo tejer
mejor
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