Lectura 5: De necesidades, rituales y funciones alimentarias: Evolucionismo, funcionalismo, culturalismo
Enviado por liseth burbano • 24 de Abril de 2022 • Ensayo • 5.254 Palabras (22 Páginas) • 100 Visitas
Lectura 5: De necesidades, rituales y funciones alimentarias: Evolucionismo, funcionalismo, culturalismo
Cuando la antropología social aborda el estudio de la alimentación, a finales del siglo XIX, se interroga sobre temas diferentes, pero insistiendo en la dimensión imaginaria, simbólica y social de los alimentos. Muchos de las preguntas que hoy nos formulamos para explicar la diversidad y la lógica que organizan el consumo de alimentos se las hicieron ya antropólogos como Frazer (1906), Crawley (1902) y Roberston Smith (1889). El primero de ellos, Frazer, después de escribir su célebre obra La rama dorada publicó un libro pequeño titulado Preguntas sobre costumbres, creencias y lenguas de los salvajes donde la sección dedicada a los alimentos ocupa una parte específica: ¿en verdad estos pueblos comen todo lo comestible o hay ciertos alimentos prohibidos?, ¿se practica el canibalismo?, ¿se comen a sus enemigos o a sus amigos?. El tema del canibalismo y de la comestibilidad ha seguido atrayendo a los antropólogos contemporáneos que han trabajado en las tierras altas de Nueva Guinea o a otros estudiosos del psicoanálisis y de la medicina, dado que estas cuestiones se han puesto nuevamente de actualidad a partir de las enfermedades priónicas detectadas en algunas sociedades europeas y cuyo origen se relaciona con la ingesta de carne contaminada. De hecho, estos precursores intentaron encontrar respuestas a los temas que han sido y siguen siendo claves dentro de la antropología de la alimentación contemporánea: ¿cuáles son las bases de la comestibilidad?, ¿cuáles son las razones de las preferencias y aversiones alimentarias?, ¿por qué, en numerosas culturas, existen diferencias de consumo según la edad, el género o el estatus de las personas? o ¿por qué hay tantas divergencias y similitudes culturales relativas a las prácticas y creencias alimentarias?.
Interesados por todo lo concerniente a la religión, en la transición secular al siglo veinte el interés de los antropólogos se centró básicamente en los aspectos rituales y sobrenaturales del consumo de alimentos, tales como el tabú, el totemismo, el sacrificio o la comunión (Goody 1982: 23-26). El análisis de lo social respecto a la alimentación se articula en torno a la ofrenda de alimentos tanto a los vivos como a los muertos y en algunos aspectos de la comensalidad simbólica. En estos momentos, amparados en el marco teórico del evolucionismo y, en consecuencia, preocupados por ubicar las culturas en los estadios de una secuencia universal, se pone atención en las prohibiciones y prescripciones y en todas las costumbres “extrañas” e inexplicables que tuvieran que ver con la alimentación, buscando en la evolución de estas instituciones sociales los argumentos racionales que les permitiese explicar las supervivencias encontradas en la cultura de su época. Así, Crawley (1902: 261) destaca los aspectos religiosos -sobre todo los peligros espirituales- de las relaciones sexuales y de las normas de comensalidad, preguntándose por qué en determinadas sociedades es costumbre general que maridos y esposas, hermanos y hermanas eviten comer juntos. Su interés, sin embargo, no se ciñe a dar cuenta de los vínculos existentes entre las formas de comensalidad y la organización doméstica o entre ésta y la división sexual del trabajo, sino básicamente en interpretar los aspectos místicos y simbólicos de tales relaciones.
El exclusivo énfasis religioso de estos predecesores, si exceptuamos a Roberston Smith (1889: 247-248), que analiza cómo la comensalidad actúa de catalizador de la solidaridad y condiciona una parte de la organización social a la vez que promueve la solidaridad colectiva, viene marcado en buena medida por los conflictos que estos antropólogos tuvieron respecto a sus propias creencias, en tanto que el cristianismo rechazaba las prácticas de totemismo, el sacrificio y otros tabúes. El auge adquirido por la observación de campo y la inmersión del antropólogo en una sociedad determinada supuso un cambio en la orientación de estos intereses alentando la búsqueda de relaciones entre los diferentes aspectos de la cultura total. Con el funcionalismo, lo aislado se recontextualiza y los actos rituales y las creencias se fijan dentro de procesos sociales más amplios. Esta corriente plantea una analogía entre la sociedad y el sistema orgánico, considerando a la primera como una especie de cuerpo viviente: un conjunto de órganos especializados (elementos e instituciones), cada uno de los cuales juega su propio e indispensable rol en el mantenimiento, la cohesión y la continuidad del sistema orgánico. De este modo, la sociedad es vista en términos holistas cuyas propiedades emergen desde las interrelaciones complejas y la interdependencia de las partes que la componen. Esencialmente, el análisis funcionalista consiste en examinar las instituciones particulares con la intención de describir su significación funcional, distinguiendo entre la función manifiesta de un trazo -explícitamente reconocida por los miembros de la sociedad en cuestión- y la función latente -que existe pero que no es reconocida o admitida por los miembros de esa sociedad-. Esta teoría reconoce, también, que un sistema social puede exhibir trazos disfuncionales -patologías sociales que desbaratan el sistema y lo conducen a estados análogos con la enfermedad en el cuerpo orgánico.
Estos primeros intereses fueron ampliados o desarrollados por la escuela británica funcionalista, la cual deja en segundo término los aspectos religiosos para centrarse en las funciones sociales de la alimentación y en su papel en la socialización de los individuos dentro de un grupo. Los artífices del método etnográfico y la práctica del terreno analizan el estrecho vínculo que existe entre la búsqueda, la preparación y el consumo de alimentos y otros fenómenos de orden cultural, insistiendo así en su función eminentemente social. Los primeros estudios de la antropología social británica sobre la organización social y económica de sociedades no industrializadas que subsisten básicamente de recursos locales pusieron de relieve que el trabajo de búsqueda, preparación y consumo constituye la parte central de las actividades cotidianas y cómo en estos contextos, los valores simbólicos y emocionales de los alimentos se utilizan a menudo ritualmente para marcar el estatus social, intervalos de tiempo y recursos medioambientales importantes (Messer, 1995; Montgomery y Bennett, 1979). Para los antropólogos funcionalistas, la alimentación es un instrumento básico en la socialización de los individuos y, en consecuencia, imprescindible para perpetuar el sistema social. A menudo, los análisis funcionalistas de la alimentación se circunscriben dentro de la problemática más general de las necesidades y del don que Mauss teoriza. Por ejemplo, en el análisis de las lógicas del don y contra-don que sostienen la institución del potlatch de los indios nootka o kwatkiult, entre otros, estudiados por Boas, los intercambios de alimentos tienen un lugar determinante y constituyen un tema importante en el que potlatch quiere decir, no sólo intercambiar y redistribuir, sino nutrir, consumir.
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