Leeuwenhoek
Enviado por 19812791 • 29 de Noviembre de 2012 • 1.700 Palabras (7 Páginas) • 726 Visitas
ANTONIO VAN LEEUWENHOEK
Hace doscientos cincuenta años que un hombre humilde, llamado Leeuwenhoek, se asomo por vez primera a un mundo nuevo y misterioso poblado por millares de diferentes especies de seres pequeños, algunos feroces y mortíferos, otros útiles y benéficos, e, incluso, muchos cuyo hallazgo ha sido más trascendental para la humanidad que el descubrimiento de cualquier continente o archipiélago. Estos cazadores, en su lucha por registrar este microcosmos, no vacilan por jugarse la vida, sus aventuras están llenas de intentos fallidos, de errores y falsas esperanzas. Algunos de ellos, los más osados, perecieron víctimas de los mortíferos microorganismos que empeñosamente estudiaban. La gloria alcanzada por su esfuerzo resulto pálida o casi nula.
La figura de Leeuwenhoek es casi tan desconocida como lo eran en su tiempo los fantásticamente diminutos animales y plantas que el descubrió. Esta es la vida del primer cazador de microbios.
Era aquel un mundo en el que la ciencia ensayaba sus primeros pasos; la ciencia, que no es otra cosa sino el intento de encontrar la verdad mediante la observación cuidadosa y el razonamiento claro.
Antonio Van Leeuwenhoek nació en 1632, entre los azules molinos de viento, las pequeñas calles y los amplios canales de Delft, Holanda. Descendía de una honorable familia de fabricantes de cestos y de cerveza, ocupaciones muy repetidas.
El padre de Antonio murió joven; la madre envió al niño a la escuela para que estudiara la carrera de funcionario público; pero a los 16 años de edad arrumbo los libros y entro de aprendiz en una tienda de Ámsterdam. A los 21 años, Leeuwenhoek abandono la tienda y regreso a Delft; se caso y abrió su propia tienda de telas. Poco sabemos de la vida de Leeuwenhoek entre sus 20 y 40 años, pero es indudable que por esos momentos se le consideraba un hombre ignorante. En aquel tiempo las personas cultas se expresaban en latín, pero Leeuwenhoek no sabía ni leerlo. La biblia, en holandés, era su único libro, su ignorancia lo favoreció, porque aislado de toda la palabrería docta de su tiempo no tuvo más guía que sus propios ojos, sus personales reflexiones y su exclusivo criterio. Sistema nada difícil para él, pues nunca hubo hombre más terco que nuestro Antonio leewenhoek.
Visitando las tiendas de óptica aprendió los rudimentos necesarios para tallar lentes; frecuento el trato con alquimistas y boticarios, de los que observo sus métodos secretos para obtener metales de los minerales y empezó a iniciar en el arte de los orfebres. No le bastaba con que sus lentes igualaran a las mejores trabajadas en Holanda, sino que tenía que superarlas; y aun luego de conseguirlo, se pasaba las horas dándoles una y mil vueltas. Después monto sus lentes en marcos oblongos de oro, plata o cobre que el mismo había extraído de los minerales, entre fogatas, humos y extraños olores. Hoy en día, por una módica suma, los investigadores pueden adquirir un reluciente microscopio; hacen girar el tornillo micrométrico y se aprestan a observar, sin que muchos de ellos sepan siquiera ni se preocupen por saber cómo está construido el aparato. Persistió en su trabajo, olvidando a su familia y sin preocuparse de sus amigos. Trabajaba hasta altas horas de la noche en apego a su delicada tarea. Era muy inculto, pero era el único hombre en toda Holanda que sabia fabricar aquellas lentes, buscaba la forma de de fabricar una minúscula lente de menos de 3 milímetros de diámetro, tan perfecta que le permitiera ver las cosas más pequeñas enormemente agrandadas y con perfecta nitidez.
Satisfecho de sí mismo y en paz con el mundo, este tendero se dedico a examinar con sus lentes cuanto caía en sus manos. Era Leeuwenhoek un cachorro que olfateaba todo lo que hay en su alrededor, in discriminadamente, sin existir miramiento alguno. Jamás hubo hombre más escéptico como leewenhoek.
Miraba y miraba, una y cien veces; durante meses enteros dejaba clavadas muestras en la aguja del microscopio, y para poder observar otras cosas, se vio precisado a fabricar cientos de microscopios. Así podía volver a examinar cuidadosamente los primeros especímenes y confrontar cuidadosamente el resultado de las nuevas observaciones. Y aun así no quedaba satisfecho.
Durante años, trabajo en completo aislamiento. En aquel tiempo la segunda mitad del siglo XVII, surgían nuevos movimientos en todo el mundo.
En Inglaterra, Francia e Italia, hombres singulares comenzaban a dudar de aquello que hasta entonces era considerado como verdad.
Y en Inglaterra unos cuantos de estos revolucionarios formaron una sociedad llamada the invisible college, que tuvo que ser invisible, porque si Cromwell se hubiera enterado de los extraños asuntos que pretendían dilucidar, los habría ahorcado por conspiradores y herejes.
Entre los miembros de aquella sociedad se encontraban Roberto Boyle, fundador de la química científica, y también Isaac Newton. Así era el invisible college, y al ascender Carlos II al trono, el college salió de la de la clandestinidad, alcanzando la dignidad de Real sociedad de Inglaterra, sus miembros fueron el primer auditorio de leewenhoek.
Leeuwenhoek era muy huraño y desconfiado, permitió a Graaf que mirase por aquellos
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