Los Principios De Sostenibilidad
Enviado por laurarebecasesma • 21 de Septiembre de 2014 • 2.005 Palabras (9 Páginas) • 247 Visitas
LOS PRINCIPIOS DE LA SOSTENIBILIDAD
En apenas dos siglos, desde los primeros pasos de la Revolución Industrial, la humanidad ha
conseguido modificar sustancialmente el medio ambiente mediante el uso de potentes herramientas
culturales. En el transcurso de este proceso, desarrollado a un ritmo vertiginoso, los sistemas que
mantienen la vida sobre el planeta Tierra se ha visto sometidos a enormes presiones. Tal ha sido –esla
velocidad de la evolución cultural y los cambios que ha provocado –provoca- que nos sentimos
huérfanos de recursos conceptuales para entenderlos y actuar sobre ellos.
La lógica iniciada con la Revolución Industrial, que ha alcanzado su máxima expresión con la
globalización del mercado, se manifiesta implacable a escala global. Convivimos con el cambio
climático; con el agujero de la capa de ozono; con la pérdida de diversidad biológica y de recursos
genéticos; con las dificultades para acomodar los ciclos sociales a los ciclos económicos; con las
nuevas patologías asociadas a los estilos de vida; con el creciente número de transtornos mentales; y
con el deterioro progresivo del entorno urbano. Alteraciones, todas ellas, que han alcanzado creciente
vigor mediático en los últimos veinte años, a partir, precisamente, de la Conferencia sobre Medio
Ambiente y Desarrollo celebrada en Estocolmo en el año 1972. Desde entonces, la población mundial
y el consumo de recursos naturales irrecuperables ha crecido a un ritmo cuasi frenético. La
polarización entre ricos y pobres ha aumentado y el paro estructural ha colonizado varias regiones del
planeta. Y el escenario más habitual y familiar donde esto ha ocurrido –ocurre- son los sistemas
urbanos, las ciudades.
La mayoría de las ciudades del planeta han crecido mal y demasiado deprisa. Se han construido
viviendas homógeneas, calcadas las unas de las otras, que han despersonalizado las ciudades, creando
un único molde. La tradición urbana propia de cada ámbito cultural ha perdido terreno frente a un
modelo uniformizador y parco en participación ciudadana. El paisaje urbano se ha convertido en un
entorno agredido y, a su vez, agresor, determinado más por la preocupación de ir a hacer alguna cosa
que por el disfrute pausado de hacerla. A pesar de todo, las ciudades son todavía un espacio
privilegiado para la creatividad y la innovación, aunque en ellas mengüe la calidad de vida, cuando
menos para la mayoría de los ciudadanos, y además, y sobretodo, contribuyan decisivamente a la
insostenibilidad de un modelo de crecimiento obsoleto que abre serios interrogantes sobre las
condiciones de vida de las futuras generaciones.
Pero a pesar de la sensación generalizada de orfandad intelectual para anticiparse al colapso, a las
puertas del siglo XXI existen suficientes certidumbres científico-ambientales y herramientas
tecnológicas para saber cuáles son los problemas y las posibles soluciones, siempre que emane el
consenso social y cuaje la mínima dosis de voluntad política para impulsarlas.
Las armas ideológicas para repensar la ciudad provienen de un concepto relativamente nuevo: el
desarrollo sostenible. Un pensamiento todavía adolescente y, por tanto, sin una personalidad del todo
definida, pero que crece día a día y que ya acumula la suficiente fortaleza para inspirar la toma de
decisiones. El biólogo y comunicador ambiental, Ramon Folch, ha escrito que "la sostenibilidad no es
un valor en si misma. Ni siquiera es un objetivo claro y bien definido. La sostenibilidad es un proceso,
o mejor dicho una declaración comprometida de intenciones, orientada a superar las disfunciones del
actual modelo socioeconómico. Ello exige una revisión previa de la estrategia socioecológica
dominante, razón que explica porque la reflexión sobre la sostenibilidad surgió entre las filas del
ecologismo. Pero la sostenibilidad trasciende la dimensión ambiental para instalarse en el siempre
vaporoso territorio de los comportamientos humanos, porque, además de tomar medidas, comporta
cambiar actitudes".
Repensar las ciudades en clave de sostenibilidad exige, antes que todo, definir, aunque sea con
trazos gruesos, el código genético del concepto. La sostenibilidad no es ni un dogma, ni un discurso
retórico, ni un fórmula mágica. Es un proceso inteligente y autoorganizativo que aprende, paso a paso,
mientras se desarrolla. El mapa y la brújula para activar el proceso existen. Son el resultado, entre
muchos otros, de los trabajos elaborados por una comisión presidida por la política noruega Gro
Harlem Brundtland, a petición de la Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo.
El informe Brundtland establece que la humanidad tiene en sus manos lograr que el desarrollo sea
sostenible, es decir, asegurar que satisfaga las necesidades del presente sin comprometer la capacidad
de las futuras generaciones para satisfacer las suyas. Es lo que podría denominarse solidaridad
intergeneracional. Por supuesto, que el concepto de desarrollo sostenible implica límites. No se trata
de límites absolutos, sino aquellos que imponen a los recursos ambientales, por un lado, el estado
actual de la tecnología y de la organización social y, por otro, la capacidad de la biosfera de absorber
los efectos de las actividades humanas. Tanto la tecnología como la organización social pueden ser
reordenadas y mejoradas de tal manera que abran el camino a una regeneración del actual modelo
económico.
El informe Brundtland señala que la pobreza no es un mal en sí misma. Así, el desarrollo sostenible
exige que se satisfagan las necesidades básicas de todos los seres humanos del planeta y que se
extienda a todos la oportunidad de colmar sus aspiraciones a una vida mejor. Un mundo donde la
pobreza es endémica será siempre propenso a las catástrofes, sean ecológicas o de cualquier otro tipo.
La satisfacción de las necesidades esenciales exige no sólo una reformulación del modelo
económico aplicable en las naciones donde los pobres constituyen la mayoría, sino la garantía de que
los desfavorecidos recibirán la parte que les corresponde de los recursos necesarios para sostener su
desarrollo. Contribuirán a tal igualdad los sistemas políticos que garanticen la participación efectiva
de los ciudadanos en la toma de decisiones en los ámbitos nacionales y una mayor democracia en
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