Louis Pasteur - Los Microbios
Enviado por Mauricio997 • 3 de Noviembre de 2013 • 1.301 Palabras (6 Páginas) • 422 Visitas
Treinta y dos años después de la muerte del gran Spallanzani, en 1831, la caza de
Microbios se encontraba estacionada. Los animales microscópicos se hallaban sumidos
en el desprecio y el olvido, mientras que otras ciencias lograban rápidos progresos.
Antiestéticas y jadeantes locomotoras sembraban el pánico entre los caballos de
Europa y de América. Poco después sería inventado el telégrafo. Se diseñaban nuevos
microscopios, pero a nadie se le ocurría usarlos ni se preocupaba por demostrar que
ciertos animalillos poseían la capacidad e cumplir una labor de utilidad tal como jamás
la realizaría una máquina de vapor. Ni siquiera se insinuaba la terrible posibilidad de
que esos despreciables microbios fueran capaces de matar misteriosa y sigilosamente
a millones de seres humanos. Nadie sospechaba que eran unos asesinos más
efectivos que la guillotina y los cañones de Waterloo.
Cierto día de octubre de 1831, un niño de nueve años se apartaba, horrorizado,
del gentío aglomerado a la puerta de la herrería de un pequeño pueblo situado entre
las montañas del este de Francia. En medio de las exclamaciones de pavor de la
muchedumbre, el niño percibía el chirrido que brotaba de la carne humana al ser
quemada por el hierro calentado al rojo blanco, y los gemidos de la víctima. Era el
labrador Nicole, a quien un lobo rabioso, con fauces escurriendo venenosa espuma,
acababa de desgarrar una pierna en una de las calles del pueblo. El niño que corría
era Louis Pasteur, hijo de un curtidor de Arbois y bisnieto de un siervo del conde de
Udresser.
En el transcurso de varias semanas, ocho víctimas más del lobo rabioso murieron
con las gargantas resecas por los sofocantes tormentos de la hidrofobia. Sus alaridos
resonaban en los oídos de esta criatura tímida —al que algunos consideraban un
simplón— y el hierro candente que chamuscara las carnes del labrador dejó honda
huella en su memoria.
— ¿Qué es lo que vuelve rabiosos a los lobos y a los perros, padre? ¿Por qué
mueren las personas cuando son mordidas por perros rabiosos? — preguntaba Louis.
Su padre, el curtidor, era un viejo sargento de los ejércitos de Napoleón; había
visto caer a diez mil hombres víctimas de las balas, pero no tenía la menor idea de
cómo las enfermedades matan a la gente.
—Tal vez un demonio entra en el lobo, y si la voluntad de Dios lo quiere, muere
sin remedio —fuera, quizá, la contestación del piadoso curtidor; respuesta tan buena
como cualquier otra que el hombre más sabio o et médico más renombrado le
hubieran podido dar: en 1831 nadie conocía la causa de la muerte de las personas
mordidas por perros rabiosos, pues el origen de todas las enfermedades era un
misterio.
No pretendo hacerles creer que este terrible suceso hiciera que Louis Pasteur, de
nueve años, se decidiese a buscar, más tarde, el origen y modo de curar la C a z a d o r e s d e m i c r o b i o s P a u l d e K r u i f
25
hidrofobia; sonaría muy romántico, pero no sería verdad. Lo que sí es cierto, es que el
recuerdo lo acosó y asustó durante mucho tiempo; que anduvo cavilando largamente
sobre este suceso y que recordó, con más intensidad que cualquier otro niño, el olor
de la carne achicharrada y el horror de los alaridos escuchados; es decir, que tenía
pasta de artista, y este temperamento, unido a su ciencia, fue decisivo en su trabajo
de sacar los microbios del olvido en que cayeron luego de la muerte del brillante
Spallanzani. Por cierto que los primeros años de su vida en nada dejaron adivinar su
futuro de investigador. En aquella época, Pasteur era un muchacho atareado y
meticuloso, que en absoluto llamaba la atención. Su tiempo libre lo ocupaba en pintar
paisajes del río que corría próximo a la curtiduría. Sus modelos eran sus hermanas,
que terminaban aquellas sesiones con el cuello tieso y
...