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Perro


Enviado por   •  16 de Agosto de 2014  •  Tesis  •  1.350 Palabras (6 Páginas)  •  356 Visitas

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La turba había llegado hasta la esquina de misiá Mercedes Sarmiento.Allí había hecho la última parada antes de decidirse a atacar el colegio.Cuando llegó a ese punto, ya no era la escuálida fila india dedesarrapados que había quemado muy a la una y media de la tarde,apenas si media hora después de que la radio gritó que habían matadoa Gaitán, el depósito de telas de don Anibal Lozano y el almacén deimágenes de don Antonio Candamil. Cuando misiá Mercedes Sarmiento,amparada acaso en su prestigio de liberal, se asomó por la ventana desu balcón y vio casi toda la cuadra llena de liberales conocidos,desarrapados anónimos, teas encendidas, machetes sin afilar, y olió elfuerte anís del aguardiente, supo que la rebelión había tomado forma yque aunque se interpusiera ante la masa energúmena haciéndola valersus contribuciones al directorio liberal municipal, a la campaña deGaitán y a la de Turbay, ella ya no podía atajar el fin del colegio dondeno solamente se habían educado sus tres hijos mayores sino donde enlos osarios de la capilla guardaban los restos de su marido. Cerró elbalcón y como no había teléfono que funcionara porque Chepita cerró lacentral apenas le olió a candela de butaca de teatro, prendió el ramobendito, el cirio de San Blas y las espermas de Tierra Santa, regó elagua de Lourdes disimuladamente sobre la calle y entonó un trisagio entodo el centro del patio de su casa.León Maria Lozano no hizo lo mismo. Apenas vio desde la puerta laturba arrasadora de todo lo que valía en su pueblo aproximándose alcolegio, adivinó la intención. Llamó a su cuñado, al que no le hablabadesde cuando se supo en Tuluá que él era padre de dos hijas con doñaMaria Luisa de La Espada mientras que no tenia ninguna con suhermana Agripina, le tocó la puerta a su vecino el cabo Rojas y le gritópor el solar a don Diomedes Sanclemente. Sacó de su armario laescopeta de fisto que le habían dejado empeñada los Torrente deBarragán por la caja de pastillas de cuajo, le gritó a su cuñado quesacara las dos carabinas de cacería y se valió de don Diomedes paraque trajera uno de los tacos de dinamita que le habían sobrado de suúltima guaquearía. Con ellos tres y sus anticuadas armas y él llevandoen la mano el taco de dinamita y un pucho encendido en la boca, semidió a la turba en la esquina de la casa de doña Midita de Acosta, endonde empezaba la construcción del colegio. Doña Midita recuerda tanbien esos momentos que cada que le da el ataque, porque oye otra vezel quejido misterioso que le anunció la muerte de su marido en uno delos tantos días de muerte vividos por Tuluá, empieza a recitar, detallepor detalle, las palabras que se cruzaron entre el sacristán de San

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Bartolomé y el zapatero de la cárcel por un lado y León Maria y donDiomedes por el otro. León Maria y su cuñado estaban en el andén delcolegio, don Diomedes en el centro de la calle y el cabo Rojas en elandén de doña Midita. Hasta aquí llegaron, tronó León Maria por encimadel pucho humeante. Compañero, le contestó el zapatero cuando lo vioen arrastraderas, con la correa sin abrochar y la cabeza mostrando quele hacia falta un sombrero. Godo marica, le gritó borracho el sacristánque después de haber servido durante casi un cuarto de siglo al padreOcampo apareció liberal. Nada más se dijeron, aunque doña Miditarecite cada día más cosas en sus caminos de extravió. El padreGonzález, que estaba asomado en una de las ventanas, tambiénasegura que nadie dijo nada más, el zapatero se perdió en las filasinteriores de la turba, pero el sacristán alzó la botella, gritóincoherencias incitando al asalto y terminó tirando la botella a los pies aLeón Maria. Don Diomedes cargó la escopeta de fisto y el cabo Rojashizo sonar el clic de la carabina. León Maria los vio venirse entonces-con una tranquilidad que Tuluá hoy seguramente está recordando-, sesacó el pucho de la boca y encendió la mecha del taco. Ahí les va,chusma atea. Y salió corriendo para su casa con sus

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