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Primer Contacto Con El Paciente


Enviado por   •  27 de Enero de 2012  •  3.520 Palabras (15 Páginas)  •  777 Visitas

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Hace ya varias décadas, el doctor Carlos Martínez Durán, médico patólogo, que fuera el primer rector electo de la USAC en pleno goce de su autonomía (y hay que decir, uno de los rectores más ilustres de nuestra Alma Mater), luchaba por hacer de los universitarios algo más de lo que él llamaba “tecnicones incultos”. Él estaba convencido que la única forma de ejercer con plena conciencia, es decir, con inteligencia, era fundamentando nuestro que hacer con una racionalidad humanista y ello significa, necesariamente, una filosofía de vida. Idea que implica, además, diferenciar y a la vez de hacer compatible una racionalidad de fines con una racionalidad de medios. Este convencimiento se actualiza, hoy en día, con la apertura de espacios a la ética como disciplina fundamental en las academias médicas, quizás por el hecho de identificar en las sociedades contemporáneas lo que algunos llaman crisis de sentido y crisis de valores.

Me solicitaron que les diera una charla sobre un tema de ética médica: El primer contacto con el paciente, desafíos éticos para el estudiante de medicina El título me parece de los más sugestivo y oportuno, dado que todos ustedes van a principiar sus prácticas clínicas en los hospitales o en algunas de las clínicas familiares de la capital. Por otra parte, para mi, como estoy seguro para todos sus maestros, el recuerdo de ese primer contacto con el paciente (que el médico y filósofo español Pedro Laín Entralgo prefiere llamar enfermo), constituye una experiencia de gran significado. Es cierto que todos ustedes han tenido ya algún contacto con enfermos, pero es ahora que ese contacto es verdaderamente serio, porque es intenso y cargado de responsabilidad. Les hablaré, entonces, basándome en mi propia experiencia como estudiante, como médico hospitalario y como profesor de esta facultad.

Una aclaración previa. Cuando digo que ese primer contacto es intenso sólo quiero señalar que es como el punto de arranque de una vida profesional que debiera ser siempre intensa. La medicina es una profesión cargada de emociones sin las cuales no merecería la pena vivirla. La emoción de servir a un ser humano que sufre física o moralmente, y ayudarlo a volver a la normalidad, a la recuperación de su integridad, debiera ser siempre lo más relevante pues constituye un fin primario (el enfermo sanado) y la más grata de las satisfacciones legítimas del médico. Hay otras emociones, a primera vista no muy positivas, pero frecuentemente necesarias para cumplir a cabalidad con nuestra misión. Entre ellas, la tensión que provoca el cargar cotidianamente sobre nuestros hombros grandes responsabilidades; las emociones encontradas que provoca la fatiga; la frustración del fracaso; los temores a las reprimendas de los maestros y superiores; las dificultades de entendimiento con quienes nos rodean; los momentos de distensión y alegría entre compañeros y, finalmente, recordando la emoción principal: el generoso agradecimiento del enfermo aliviado y de sus familiares. A quién no llega a experimentar esas emociones, yo podría decirles que están en el lugar equivocado.

Con lo antes dicho, posiblemente ustedes habrán identificado las preguntas fundamentales que deben re-plantearse en este momento. Son esas preguntas que se nos exigen muy temprano, cuando somos casi adolescentes, cuando decidimos estudiar medicina y principiamos nuestra carrera. Es en este momento, de este primer contacto con carga significativa de responsabilidad (para diferenciarlo de los contactos anteriores, bastante más tutelados, que han tenido desde el primer año), que debemos actualizar ciertas interrogantes: ¿Qué nos motivó a estudiar medicina? ¿Persisten en nosotros las mismas motivaciones? ¿Cuáles son ahora? ¿Porqué las he cambiado? ¿Qué coherencia existe entre lo que observamos en la práctica médica y los fines que supuestamente son irrenunciables?

No voy a entrar en detalle, simplemente asumo algo que ya he expresado antes: que el problema mayor es identificar, con sinceridad qué es lo que entendemos los médicos y otros profesionales de la salud como fin último de nuestro trabajo. Esto definirá de manera sustantiva nuestra actitud frente al enfermo. Es decir, ver al enfermo como sujeto (ser con dignidad) o como objeto (ente cosificado) de nuestro trabajo. Es en esta práctica concreta que el ser humano, su dignidad y su sufrimiento tienen poderosos competidores: el lucro, la arrogancia, la “consagración” de la técnica y, por supuesto, el sometimiento racionalizado al mercado, ese becerro de oro que la hipocresía ha convertido en valor ético por si mismo y no en un instrumento al servicio de lo humano.

Dicho esto, así, con mucha rapidez, entro a un terreno práctico. Hay una reflexión de G. Duby que me parece interesante como punto de partida para la charla de hoy:

“Pertenezco a un gremio que tiene sus rituales, sus jerarquías su pequeño terrorismo interno. Mis estrechas relaciones se establecen con mis colegas, con los maestros, con los compañeros que me ayudan y con aprendices que enseño. [...] Este comercio nos hace más eficaces y, por otra parte, es agradable. Sin embargo, estoy convencido de que nuestra profesión pierde su sentido si se repliega sobre si misma. Creo que la historia no debe ser consumida principalmente por los que la producen: Si las instituciones en que se asienta nuestra profesión parecen estar hoy en día en tan mala situación, ¿no será ese mismo repliegue, por haberse separado tanto del mundo?” (G.Duby, 1980)

Estoy seguro que este párrafo les ha traído inmediatamente a la mente, a quienes ya pasaron por alguna experiencia hospitalaria algunas escenas nacidas de su propia vivencia y, los que no la han tenido la identificarán con suma facilidad. Nos habla de rituales; nuestra profesión está llena de ellos, algunos muy necesarios como los del quirófano o los orientados al decoro profesional para darle confianza al enfermo, otros absolutamente banales que resultan como máscaras de engaño. Nos habla de jerarquías, sobre lo que podríamos decir lo mismo: sería imposible un trabajo eficaz en beneficio de las personas que acuden a nosotros, si no existiese cierto orden jerárquico en la toma de decisiones; pero a la vez existen también jerarquías arbitrarias que provocan ese terrorismo, que se menciona en el párrafo de Duby, cuyas consecuencias son nefastas para nuestro bienestar emocional y, especial e indirectamente, para el enfermo. Se mencionan las estrechas relaciones entre colegas, maestros y estudiantes que no son, nunca, vectores que funcionan únicamente en dos direcciones (maestro-estudiante, o colega-colega, por ejemplo) siempre hay un tercero que vive, se beneficia o resulta víctima de esas relaciones. Es ese tercero que debería ser

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