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La Ciudad Antigua.


Enviado por   •  4 de Mayo de 2017  •  Reseña  •  4.865 Palabras (20 Páginas)  •  251 Visitas

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LIBRO 1

CREENCIAS ANTIGUAS

La religión de los primeros tiempos, de las antiguas civilizaciones no es para nada parecida a lo que conocemos hoy en día, el autor Fustel de Coulagnes nos habla de una religión primitiva donde cada familia tenía sus propios dioses, y solamente podían ser adorados por dicha familia, es decir, era puramente doméstica. Esta religión domestica está ligada a antiguas creencias que surgieron en generaciones muy antiguas, desde antes que hubiera filósofos, una de ellas es la creencia sobre el alma y la muerte.

La raza indo-europea creía en una existencia después de la muerte, en donde el alma estaba ligada al cuerpo, y al morir permanecía cerca de los hombres viviendo bajo tierra porque en la sepultura el alma se encerraba en la tumba junto con el cuerpo. Era imprescindible para ellos llevar a cabo ciertos rituales como, desearle felicidad bajo tierra, inmolar una víctima o un caballo, enterrar en la tumba objetos que pudiera necesitar, alimentos para satisfacer el hambre, haciendo un hoyo en la tierra para que el alma pudiera alcanzar los alimentos sólidos, además derramaban vino sobre la tumba.

La parte de los alimentos en el ritual era muy importante, la familia debía preparar alimentos y llevarlos a la tumba cierto día al año, porque si no se hacía entonces el alma vagaba errante e infeliz atormentando a su familia y trayendo desgracias sobre la misma, hasta que retomaran el culto. Era tan importante la muerte para estas generaciones antiguas que ellos creían que cada muerto era un dios. Sus oraciones eran hechas hacia sus antepasados, hacia sus padres para pedir sabiduría, virtudes y fortuna. La religión de los muertos es la más antigua que se conoce hasta ahora y talvez fue porque la muerte, como dice el autor, fue el primer misterio, “haciendo elevar el pensamiento de los hombres de lo visible a lo invisible, de lo transitorio a lo eterno y de lo humano a lo divino”.

        La otra era el fuego sagrado, así se le llamaba al altar que se encontraba en la casa de un griego o romano. Este altar debía siempre estar encendido y solamente se podía reavivarse con cierto tipo de madera y especias. El “hogar”, que es como se llamaba el fuego encendido, mantenía unida a la familia, se decía que un hogar extinguido era una familia extinguida. Cada familia tenía su propio altar, a quien a ciertas horas dedicaban oraciones, himnos y rituales que no compartían con nadie ajeno a la familia, la hora de comida era un acto solemne en donde se compartían los alimento entre el hombre y el dios; para ellos el fuego tenia divinidad, era su Providencia, enriquecía y mantenía unida a la familia.

        Estas dos creencias o religiones estaban ligadas, puesto que ambas son de la misma antigüedad y el recuerdo del alma de los muertos pertenecientes a su familia, que como se mencionó anteriormente tenían carácter de dioses, estaba relacionada siempre al hogar.

Existe una estrecha relación entre las antiguas creencias mencionadas, ya que están englobadas en la religión doméstica que constituye la parte fundamental de las familias griegas y romanas. El culto a los muertos solamente podía ser realizado por los miembros consanguíneos, así como el funeral y la comida fúnebre, se consideraba que la presencia de un extraño perturbaba el descanso del fallecido. Estaba prohibido por la Ley ateniense y la Ley de los indos. Los sacrificios se realizaban siempre con una solemnidad especial respetando los ritos y las costumbres, los alimentos se debían depositar en la tumba en los días establecidos, con rigurosidad, puesto que los antepasados se convertían en dioses protectores. Aun muertos estos “dioses” seguían formando parte de la familia, se les dedicaban oraciones e himnos.

Este culto esta estrechamente relacionado con la creencia del fuego sagrado, porque ambas eran parte esencial de la conformación de las familias, cada “hogar” protegía a los suyos. Esta religión no seguía instituciones legales generales, si no que cada familia era independiente para poseer sus propios rituales para regular su culto, la importancia radicaba en que los ritos, las oraciones, y los cantos de esta religión conformaban el patrimonio de la familia y solamente se transmitía de varón a varón. Este era un lazo que mantenía a la familia unida, sin compartir con ningún extraño el ritual del culto. Era un patrimonio sagrado.


LIBRO II

LA FAMILIA

        El autor nos dice que la religión es el principio constitutivo de la familia antigua, porque el panorama que nos brindan las antiguas costumbres estudiadas en el libro pasado es la de una familia reunida con devoción frente al altar, cada mañana se unen a decir las primeras oraciones y cada noche se congregan frente al fuego para cantar los himnos sagrados. Este culto es un legado que los padres dejan a sus hijos; pero el principio no radica en la transmisión de generación en generación, ni en el afecto natural, ni tampoco en el poder del pater familia ya que esta autoridad se deriva de la religión, sino que el principio que une a las familias de la antigüedad es la religión del hogar.

Esta creencia era vista como algo solemne, importante e inquebrantable que conformaba a la familia como una asociación religiosa más que natural, el autor la describe de esta manera “una familia era un grupo de personas al que la religión permitía invocar al mismo hogar y ofrecer la comida fúnebre a los mismos antepasados”. Así que de la religión emanaban los principios rectores como el parentesco, el derecho a la herencia y el legado. Es importante recalcar que la mujer no tenía participación verdadera en la ceremonia del ritual, es decir, siendo soltera formaba parte del culto religioso de su padre, pero al momento de contraer matrimonio debía abandonar cualquier lazo con la religión doméstica de sus padres, y aceptar como propios los rituales de culto de la religión de su esposo.

        Siendo el matrimonio entonces la primera institución establecida por la religión doméstica, era considerada una ceremonia santa. Los jóvenes solo podían contraer nupcias si nacieron en lugares cercas de su hogar. Dicha ceremonia se realizaba en tres actos; el primero ante el hogar del padre, y en presencia del pretendiente esto se hacía para simbolizar el rompimiento de todo lazo que une a la hija comprometida con la religión doméstica de su padre, a través de un ritual donde el padre ofrece un sacrificio, una vez terminado pronuncia una formula sacramental en donde declara que entrega a su hija a un nuevo hogar, desligándola de su seno doméstico de nacimiento para que pueda entrar a la religión de su esposo. Posterior a esto ocurre la segunda ceremonia, cantando un himno sagrado llamado “el himneo” durante el camino en el que se transporta a la joven a casa del marido, al llegar frente a la nueva morada todos simulan un rapto en donde el novio toma en sus brazos a la novia. Levantándola, para cruzar el umbral,  

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