Lecturas para medir la velocidad lectora
Enviado por jesusmoralesgo • 25 de Febrero de 2019 • Apuntes • 3.154 Palabras (13 Páginas) • 220 Visitas
LECTURA 1
–Le explicaré todo en sólo un minuto –dijo de pronto la joven, acercándose hasta la mesa tras haber echado una rápida ojeada a su alrededor. Sus ojos negros, penetrantes y misteriosos, se encargaron de ello–. El señor Bakrí me ha dicho que esto podría ser de su interés –dijo entonces, depositando un bulto encima de la mesa– y que, si quiere saber más sobre el «asunto» y de cómo ha conseguido «rescatarlo », estará esperando mañana a las seis de la tarde en La Perla del Nilo, al pie del barrio de la Ciudadela. No tiene pérdida. El señor Bakrí tiene intención de vender esta información a un buen precio y está convencido de que es usted
la persona indicada...
–¡Un momento, un momento! Yo no soy el doctor al-Bayal... Pero, ¿has dicho «Bakrí»? –preguntó Kinani, como si estuviera hablando de un fantasma que acaba de abandonar la tumba delante de sus propios ojos–. ¿No te referirás a aquel chiflado que...? Quiero decir: ¿hablas del comerciante de objetos arqueológicos..., de Bakrí, aquel hombre bajito..., de pelo grasiento con un gorro de colores? ¡Pero si hace seis años que no sabemos nada de él! Le creíamos muerto...
Kinani se había puesto muy nervioso, pero cuando abrió el paquete encerrado en una bolsa de plástico y extrajo su contenido, casi le dio un infarto. Entre un montón de periódicos llenos de arena reconoció de inmediato el espejo de la princesa Neferure, medio envuelto en lo que parecían unas vendas amarillentas con numerosos signos jeroglíficos pintados sobre ellas.
LECTURA 2
En una de las ausencias del abuelo, Rodrigo, el novio de mi hermana, empezó a frecuentar más la casa. A mamá no le hacía mucha gracia; puedo asegurar que no le caía bien porque decía que no tenía buena pinta, que había dejado los estudios, que vaya un porvenir trabajando de repartidor en una pizzería (en la misma en la que trabajaba mi hermana, por eso se conocieron). Las dos tuvieron una buena discusión. Anabel, mi hermana, se puso un poco borde y le dijo que ella era la persona menos adecuada para darle consejos, porque su relación con papá había sido un fracaso. Yo creo que se pasó y vi a mamá cómo hacía un silencio y lloraba.
A mí, particularmente, aquel sujeto que se había introducido en nuestra familia, me caía bien, sobre todo cuando descubrí que era un fiel seguidor del Real Majéstic. Un tipo original. Llevaba el pelo rapado, en la oreja izquierda, un pendiente, y un tatuaje en el brazo con el escudo del equipo. Se sabía las alineaciones de los últimos veinte años. Hablaba con tal pasión y profería tales insultos contra el Barcarola que yo sospeché que era de los radicales que siempre se destacaban en las gradas. Lo que sí tenía era una cultura futbolera impresionante. Me quedaba embobado oyéndole hablar de las distintas clases de goles: de tacón, de vaselina, de pizarra, en plancha, en parábola... y no sé cuántas cosas más. Siempre me hablaba como a un igual, sin tener en cuenta la diferencia de años, tenía 20, y eso me halagaba.
LECTURA 3
En una ocasión, alguien le había contado que cuando a una persona le cortaban una pierna, seguía notándola mucho después de haberla perdido. Cuando le picaba y se disponía a rascarse, entonces recordaba que no tenía pierna. De este modo se sentía Mary. Tenía la sensación de que Ava la acompañaba de vuelta a casa. Sabía que no era así, pero de todos modos a cada rato miraba a su lado... y eso era peor.
Mary sabía perfectamente que Ava estaba en otro barrio de Dublín, a solo siete kilómetros de allí. Pero si hubiera estado actuando en una película o en una obra de teatro y le hubieran dicho que tenía que llorar, habría pensado en Ava, y no le habría costado. Mary no entendía por qué la gente cambiaba de casa. Era una estupidez. Y tampoco entendía por qué, al preguntar a sus padres –a los de Ava– si una amiga (Ava) podía quedarse a vivir con la otra (Mary) en vez de mudarse, se habían negado.
–Si se queda con nosotros no tendréis que alimentarla –le había dicho Mary a la madre de Ava el día antes del traslado–. Os ahorraréis un montón de dinero.
–No.
–Sobre todo con la recesión y todo eso.
–No.
–Pero ¿por qué? –preguntó Ava.
–Porque eres nuestra hija y te queremos.
–Entonces haz un sacrificio y deja que se quede –dijo Mary–. Si la quieres de verdad. Esto no tiene ninguna gracia.
–Ya lo sé –dijo la madre de Ava–. Pero es que es tan gracioso...
Y estas eran precisamente las estupideces que decían los mayores. Veían a dos amigas del alma que no querían separarse, que preferían morir antes que separarse..., y decían que les parecía gracioso.
LECTURA 4
El capitán John Hanning Speke aguardaba en el umbral de la puerta. Lanzó una mirada inquieta hacia la sala que se llenaba cada vez más.
Aquel lunes 22 de junio de 1863, en la Sociedad Real de Geografía había una multitud. En la mayor de las salas se había levantado un estrado con unas mesas alineadas y cubiertas por manteles. Un gran mapa de África se había colgado de la pared, con todas las indicaciones dadas por el capitán Speke referentes a los lagos y al Nilo. Decenas y decenas de sillas se habían colocado ante el estrado. Ya no quedaba casi ninguna libre: los geógrafos, los periodistas, los hombres y las mujeres de la alta sociedad las habían tomado al asalto. Eso era lo que más preocupaba al explorador: toda esa gente. Detestaba hablar en público. Prefería, con mucho, un cara a cara con un rinoceronte colérico.
Pero no tenía elección: desde que había mandado el telegrama desde África anunciando su victoria, todo Londres esperaba verle y escucharle.
Sir Roderick Murchison, de pie detrás del estrado, le indicó por signos que se acercara, y también a Grant.
–Señoras y señores, les presento al capitán Speke, a quien debemos el descubrimiento de las fuentes del Nilo, uno de los más hermosos éxitos de la geografía británica, y a su compañero de expedición, el capitán Grant. ¡Pido que les recibamos triunfalmente!
–Señor presidente, señoras y señores, me complace estar hoy aquí entre ustedes para hablarles de...
Y les habló de la expedición, del trayecto, del lago Victoria, de los ríos que se vertían en él, de los que de él salían, de las dificultades debidas a las guerras, de los tiranos sanguinarios y los reyes humanistas, de los extraordinarios animales africanos...
LECTURA 5
Al cumplirse un mes de la desaparición de Marc, Elena se hundió. Aquello era una agonía. A veces se sorprendía pensando que hubiera preferido que Marc estuviera muerto. Al menos, así sabría dónde estaba, se habría podido despedir, podría llevarle flores a la tumba. Pero cuando Elena tomaba conciencia de esos negros pensamientos, sacudía la cabeza de lado a lado para ahuyentarlos. Marc estaba vivo. ¡Seguro que estaba vivo! Pero, ¿dónde? ¿Por qué había desaparecido así, de repente? Quizá en esos momentos, mientras ella lloraba por él, él sufría, o se encontraba solo, perdido... Pero, ¿por qué? ¿por qué? Dios mío, ¿por qué él?
...