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Barranquilla Antigua Y Actual


Enviado por   •  27 de Febrero de 2013  •  940 Palabras (4 Páginas)  •  689 Visitas

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Antigua.

En los barrios más tradicionales de Barranquilla, desde La Victoria hasta Paraíso, aún se encuentran muchísimas de esas casas espaciosas muy bien iluminadas gracias a los callejones que tienen en ambos costados. Antes de la llegada del aire acondicionado, en los amplios patios o en el frente, los barranquilleros sembraron palos de mango, nísperos, robles, guayabos, ciruelos y almendros para apaciguar el calor con la sombra de sus portentosas ramas.

Los patios eran atiborrados de poteras donde crecían toda clase de plantas ornamentales. Se colgaban helechos, bajo los cuales florecían anturios y cayenas frecuentadas por colibríes. En el frente se podaban coloridos arbustos como crotos, buganvilias, trinitarias y corales.

Todas estas casas, desde la más sencilla hasta la más suntuosa, tienen un diseño propio, pues cada dueño quería que su casa pudiese ser identificada y admirada. En virtud de esta tradición barranquillera, las casonas de El Prado son bellos vestigios del arte republicano y las mansiones construidas en las postrimerías del siglo XX y a principios del XXI, magníficas expresiones de la arquitectura contemporánea.

Gracias a la arborización de andenes y viviendas, Barranquilla se convirtió en la morada perfecta para una gran variedad de animales. Mochuelos, curu cuchús, papayeros, cucaracheros, mirlas, chicha fría, toches y turpiales gorjean por la mañana para el deleite de los oídos al despertar. En la arena de los patios se asiste a la lucha de las tierrecitas y en la fronda de los árboles puede avistarse alguna escurridiza ardilla, una iguana, un pájaro carpintero o una bandada de cotorritas. Durante el día, los gavilanes atraviesan el cielo como saetas, pero en la oscuridad cazan las lechuzas y los murciélagos. Al caer la noche, en algunos sectores de la ciudad, las ranitas coquí, oriundas de Puerto Rico, dan inicio a su estridente canto. Desde hace algún tiempo anhelo ver uno de los lobitos de piel azul que deambulaban entre las matas, pero me temo que ya los hemos condenado a existir sólo en la memoria.

En febrero, el ejército de robles que custodia las calles de Curramba se cubre de sus carnavaleras flores moradas. Unas semanas después, sus semillas aladas, esos pequeños helicópteros translúcidos, tapizan las aceras.

Dado que las vías del interior de los barrios residenciales no son muy transitadas, los jóvenes salían a jugar a la calle bola ‘e trapo, el quema’o, la lleva, bolita ‘e uñita o el escondido, a bailar el trompo o a volar cometa. El señor del raspa’o hacía su día si pasaba en el momento de juego.

A la puesta del sol, los adultos sacaban los mecedores de mimbre a la puerta, para coger fresco. Entonces se saludaba a todo el que caminara por allí. Si era vecino, este se quedaba a departir un rato. Pasaba la señora que vendía cocadas y alegrías, la negra con la palangana de bollos, peto y el panadero en su bicicleta. También pasaba el señor de la bolita, fuente

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