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CANCION DE NAVIDAD


Enviado por   •  26 de Octubre de 2012  •  2.019 Palabras (9 Páginas)  •  721 Visitas

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Ebenezer Scrooge es un adinerado anciano, residente en una ciudad inglesa. A este hombre tan sólo una cosa le interesaba: ganar dinero. Por lo visto, era lo único que le producía satisfacción ya. No se sabe bien para qué querría amasar tanta cantidad de dinero, pero ahí estaba su hobby favorito; no le divertía gastárselo, sino juntarlo, y contarlo una y otra vez. Por supuesto, era alguien no preocupado en mejorarse como persona. Sus modales no eran del todo correctos con la gente; incluso los que le apreciaban, como su sobrino Fred, sufrían su falta de humanidad y del más mínimo cariño. Repito que su mayor preocupación era la de aumentar su capital, por eso no sentía escrúpulos a la hora de echar de mala manera a pedigüeños de su despacho, o a mandar a paseo a todo el que le pidiera la más miserable limosna. Claro está, su profesión era la de banquero. Tenía una pequeña oficina en medio de la ciudad, con solamente un empleado, Bob Cratchit. Éste también conocía a Scrooge. No le quedaba otro remedio, ya que estaba completamente oprimido por sus exigencias. Únicamente quince chelines por semana como sueldo. Pero lo que más molestaba a Bob era la temperatura de su lugar de trabajo: como el viejo no gastaba ni un real en carbón, pues... Así es como era Scrooge, frío como el mismo invierno. Y con frialdad trataba a sus desdichados clientes, que no podían retrasarse en sus pagos ni un solo día. En resumen, Ebenezer era un hombre totalmente deshumanizado y cruel.

Pues bien, una noche, concretamente Nochebuena, al llegar de cenar en una taberna de mala muerte, se le apareció el espectro de su antiguo socio, Jacobo Marley. Su aspecto era aterrador: arrastraba una larga cadena y estaba cubierto por harapos. Marley había sido el único amigo de Scrooge en vida, el único que podía entender su mentalidad, probablemente el único que podía igualarle en maldad. Y llevaba muerto siete años exactamente, cuando decidió mostrarse ante su compañero. Al reprimir Scrooge su terror, le pudo preguntar al fantasma el objeto de su visita, y éste le contestó que quería hacerle abrir los ojos. Quería prevenirle y alertarle: Jacobo estaba condenado a vagar por el mundo de los muertos arrastrando su pesada cadena, la que había forjado durante su vida al no perdonarle la deuda a una pobre mujer, al robarle dinero a sus clientes, al no prestar si no era con intereses, al no regalar nada jamás. El viejo Ebenezer todavía estaba a tiempo de evitar ese destino, y Marley se lo hizo saber. Una vez hecho eso, desapareció en la noche.

Antes de volver al lugar del que procedía, el socio de Scrooge le advirtió que iba a ser visitado por tres espíritus tras la campanada que daba la una. Y en efecto, presentose el primero de los espectros, que tenía apariencia joven, bien parecida. Estaba vestido de blanco, cubierto por flores estivales, no como las que sostenía en una mano, que eran invernales, y de él emanaba una inquietante luz que estremecía al asustado anciano. Según le dijo, era el fantasma de las Navidades que ya habían sido. Scrooge no lo entendió al principio, pero el espíritu se lo llevó volando del lugar sin pararse en explicaciones. Y entonces comprendió. Llegaron a un lugar que le era muy familiar. El pueblo donde vivía en infancia. Scrooge no sabía lo que sentir al ver todo aquello, si pena o alegría, hasta que se vio él mismo. Estaba en una escuela, solitario y melancólico, estudiando, y sintió tristeza por ese niño. Después pudo reconocer a su hermana Fran, que había venido para recoger al joven Scrooge (habían transcurrido, en un santiamén, unos años) y anunciarle que cenarían todos juntos en Nochebuena. Y fue cuando el viejo sintió aún más tristeza, ya que parecía querer mucho a aquella chica, que había muerto muchos años ha, dejando a su sobrino Fred. Más tarde, aparecieron en una oficina o algo parecido, y Ebenezer se alegró por un momento: había visto a su antiguo jefe, Fezziwig, del que conservaba gratos recuerdos. Valoraba que cada año, este gracioso personaje les organizara una fiesta a él y a sus compañeros de trabajo, y que además, les pagaba muy dignamente, a pesar de ser aprendices. No se dio cuenta de la contradicción en la que había caído. Incluso expresó a su fantasmagórico acompañante que deseaba haberle dicho un par de palabras a su ex jefe. Después, al contemplar la siguiente visión, Scrooge terminó con la alegría que le había producido verse a sí mismo en la juventud, para llegar a llorar, él, que tan inhumando era y tan sin sentimientos parecía. Miró fijamente a la que estuvo a punto de ser su esposa, y como discutían ella y él, en el pasado, claro. No aguantaba la idea de ver como la había dejado marchar, de cómo la había “espantado” por sus ya peligrosas aficiones al dinero y al poder. Más aún cuando la volvió a ver, un tiempo más adelante, pero como él mismo decía, “igual de bella”. Estaba casada y tenía muchos hijos. La familia parecía tener problemas económicos, pero no cambiaba lo más mínimo la expresión de felicidad que había el rostro de la pareja, y eso a Scrooge, le destrozó. Y su penar se tornó en ira hacia el espectro, que desapareció ante sus ojos, sin mediar más palabra, haciendo que el viejo estuviera de nuevo en su oscuro dormitorio.

Tan agotado estaba, que se durmió con facilidad, hasta que llegó el segundo de los espíritus, igualmente, a la una de la madrugada. Esta nueva aparición era más dicharachera y jovial que la anterior. Estaba vestida con una toga sencilla, descalzo, con una corona de acebo en la cabeza, algo descubierto. Era grande, de pelo largo. Scrooge se había propuesto no ponerse nervioso en cuanto llegara el próximo, mas no pudo evitarlo. Sin más charla, ambos partieron hacia la Navidad, ya que este era el fantasma de la Navidad presente. El primer sitio que visitaron fue la casa de su empleado

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