CUENTOS Y LEYENDAS. Rabito Conejo
Enviado por Yorleny Quiros • 16 de Marzo de 2019 • Ensayo • 3.073 Palabras (13 Páginas) • 465 Visitas
… CUENTOS Y LEYENDAS.
Rabito Conejo. [pic 1]
En un país muy lejano, hace muchos años, vivió un rey que adoraba a los niños. El rey se llamaba Parminio y sus trajes de vestir estaban adornados con hilos de oro. El nombre de su esposa era Faolina. Era una señora muy bella y a diferencia de su esposo, sus
vestidos eran muy humildes. Toda la gente los quería muchísimo, porque eran muy buenos. Cada día jueves por la tarde, el rey solía sentarse en un sillón, forrado en tela de terciopelo, a la par de un árbol de pino joven y muy frondoso, que se encontraba a un costado de su palacio. Su castillo era muy bello y su esposa siempre estaba a su lado.
Ellos no tenían hijos. Ahí, él acostumbraba contarles cuentos a los pequeños y a los grandes, que gustosos se iban acercando, para sentarse cerca del soberano a escuchar. Éste es uno de los cuentos que el rey les contó un día. Pero, conocerán de otros en ese libro. El nombre del relato es “Rabito Conejo”. El rey siempre dejaba que los asistentes comieran antes, de todas las frutas que crecían en una quinta, a un costado de su castillo. Y todos, grandes y pequeños, se daban a la tarea de saborear, según su gusto, naranjas, manzanas, mandarinas, uvas, bananos, papayas, melocotones, moras y granadillas. Pero todos, después de escuchar tan bellas historias de labios del rey, sabían que, él daría orden a sus criados para que trajeran helados preparados en la casa, galletas, muchos tosteles y en especial confites, que los invitados saboreaban con pasión; en especial los niños.
Bien dijo el rey. Érase una vez, que un señor y su familia se disponían a celebrar sus veinticinco años de vida matrimonial. “Sus Bodas de Plata”.
El buen padre de familia, de nombre Matías fue a su cuarto y allí comenzó a contar su dinero. Sintió mucha tristeza en su corazón, porque el dinero era poco. Sin embargo, tomó en sus manos la mayor parte de éste y con cuidado guardó el resto. Salió del cuarto y le narró a su esposa Paquita, que la fiesta no podía ser muy espléndida, dado que el dinero era escaso. Ella muy triste permaneció callada. De ahí en adelante, el tiempo empezó a correr.
No habían pasado dos días, cuando el buen señor con sus prendas de vestir muy humildes, se le vio cargar en sus espaldas un bulto considerable de cosas. En su casa, vació el saco en una mesa rústica y se apreció que traía juguetes, ropas nuevas de vestir para él, su esposa y sus dos hijos. Además, sobre la mesa de madera, quedó una botella de vino, muchos confites y galletas para sus pequeños. Ante aquello, el buen padre se sintió feliz. Al fin tenía tantos regalos y comida para los suyos, que la alegría se apreciaba en su rostro. La buena madre y esposa sonrió y la felicidad se palpaba en su corazón. Los hijos, la mayor, una niña buena de nombre Nana y su hermanito Pilín, al regresar de la escuela por la tarde, sus ojos casi saltan de sus órbitas, al ver tantas golosinas sobre aquella mesa. Las prendas de vestir les interesó, lo mismo que una muñeca para Nana y un carrito de madera rústico para Pilín. Pero, los dulces ahí presentes eran lo que más les agradó. Entonces, cada boca comenzó a sentir la dulzura que deja el dulce en un paladar, sediento de azúcar. Pero, la tristeza de pronto apareció y se reflejó en sus rostros, al comprender que aún tenían que esperar hasta que la celebración de las “bodas de plata” llegara.
Pilín era un niño parlanchín. Y- su cerebro siempre discurría cosas muy propias de un pequeño muy hiperactivo. Y volviéndose donde Nana, que no era nada tonta, le indicó:
-Nana. Tenemos que cuidar las cosas que papá trajo. En estos tiempos por todos los vecindarios hay ladrones y si el rey se entera que no hicimos nada por proteger las cosas que papá trajo se va a disgustar; lo mismo mamá.
Pilín, dijo: -Nana y continuó hablando. –Esta noche, yo me quedaré durmiendo en la sala. Así cuidaré todo. Pero, mañana te tocará a ti hacer lo mismo.
-Está bien.
Sin embargo, Pilín sabía que si los ladrones entraban, no sólo se robarían aquellas pertenencias que les servirían para realizar su esperada fiesta, sino que su hermanita podría salir lastimada. Decidido, esa misma noche muy callado, abrió la puerta del cuarto de su padre, para contarle lo que ambos, él y Nana habían planeado para cuidar las pertenencias. Pero, su sorpresa fue grande, al notar que su padre, quien recientemente había regresado de su trabajo muy cansado, dormía a pierna suelta. Entonces, su traviesa mente ideó un plan. …
Frente a una hermosa puerta, que era la entrada al castillo del monarca llamado, El Rey Justo, vio de pie a un soldado, quien al notar la figura del travieso Pilín le sonrió. Luego le preguntó:
-Pilín. ¿Qué haces despierto a estas horas de la noche?
El pequeño sin más preámbulo le dijo que, quería conversar con el rey para pedirle ayuda.
El buen soldado, le pidió que lo siguiera, pues sabía que el rey siempre estaba dispuesto a ayudar un niño de su reino.
Ambos, el rey y el pequeño se saludaron con una sonrisa primero. Luego, el niño se acercó y- cruzando sus brazos alrededor de la cintura de aquel hombre de corazón tan noble, le narró el motivo de su presencia.
El rey esta vez sentado en su trono, que era una enorme silla de oro se le vio meditar. En tanto, el niño esperaba lo que indicara el rey al respecto. El soberano con su cabeza cabizbajo meditaba. Pero, el tiempo corría. Pilín observó al enorme rey y al notar que éste se había quedado dormido, se le acercó y tirando de la túnica lo despertó. El buen hombre recapacitó de inmediato y dijo: -Ya tengo la solución: “Mandaré a llamar a Rabito Conejo. Él cuidará de las cosas de tus padres. Además, el día de la fiesta, yo prestaré el salón principal de mi castillo y les daré regalos a todos los invitados de tu familia y los asistentes a quienes yo invite. En las mesas tendrán comida por montones, uvas, helados de sorbetera, confites manzanas, peras y suficientes y variadas clases de postres. También tendremos música, baile y juegos atractivos para los grandes y los pequeños.
Luego, el rey volviéndose donde se encontraba el soldado, se le oyó decir:
-Tú soldado, de nombre Melemías, vaya a “Colina del Sur” y en una casa rústica de madera, llama a la puerta y pregunta por Rabito Conejo; dile que el rey lo necesita. Que venga inmediatamente.
Esa misma noche el buen soldado frente a la puerta de la casa de Rabito Conejo, le daba las instrucciones de que el rey lo necesitaba, para cumplir con una misión de orden.
Tiempo después, Rabito Conejo, cabalgaba en un excelente
caballo de raza criolla. Y- mientras el corcel relinchaba sonidos guturales: yijinjiñi, yijinjiñi, yijinjiñi y estornudaba briosamente: shij, shij, shij, bajaba la colina y en un claro, él le hundió los talones de sus botas en los delicados ijares del brioso corcel y éste se desbocó alcanzando una velocidad increíble. Con el trote de sus cascos sobre el zacate verde, se oía un eco que salía de los árboles del bosque de: Tararán tararán tararán tararán ta la rran tan tan. Taráran talarrán tan ta.
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