El Conejo. Cuento

Cuando era una niña, mi hermano y yo solíamos visitar la casa de mi abuela todos los domingos. Ella vivía en una finca y cuando cierro mis ojos soy capaz de recordar vívidamente el olor de las frutas que ella cultivaba en su pequeña huerta y puedo escuchar el sonido del viento danzando entre las hojas de los árboles. Un domingo común y corriente, fuimos a la casa de la abuela, y nos encontramos con la sorpresa de que todos nuestros primos también estaban allí; fue un domingo que tendré tatuado en la memoria para siempre… pero no hay nada que quisiera más que olvidarlo. Éramos alrededor de seis chicas entre los ocho y los diez años y unos ocho chicos de cinco a once años. Solo niños… solo éramos niños… no sabíamos lo que hacíamos… creo que todavía no estamos seguros de lo que pasó esa noche… no creo que alguna vez lo estemos. La mañana fue absolutamente perfecta: jugamos a la pelota y comimos la fruta de la abuela. Si, cuanto nos divertimos, nadie esperaba lo que estaba a punto de pasar… disfrutar de la calma antes de la tormenta, eso fue lo que hicimos. La casa de la abuela era muy segura, jamás ocurría nada malo, por eso nos dejaron dormir fuera para ver las estrellas, asar malvaviscos, cantar canciones, cosas así. Todo salió según lo planeado hasta que vi al conejo. Lo recuerdo como si fuera ayer. El olor a humo y malvavisco asado inundaba el aire, era una noche tibia de verano y el cielo estaba lleno de estrellas. Fue entonces cuando lo vi, estaba de espaldas. Yo tenía una linterna, y convencí a mis primos de ir a verlo, nos levantamos y avanzamos lentamente hacia el conejo. Estábamos a unos cuantos pasos y yo lo apunté directamente con mi linterna, supongo que eso lo asustó por que se alejó brincado de nosotros. Como llegados a un acuerdo silencioso, todos corrimos tras él.

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