Carta De Un Asesino Confeso
Enviado por Bere_Rojas • 27 de Enero de 2014 • 2.545 Palabras (11 Páginas) • 317 Visitas
Sr. Dr. Joaquín María Ayanack
Calle Gualeguaychú 431
Capital Federal
S / M
Estimado Sr.:
Ante que nada, debo decirle que Ud. no me conoce, por lo menos, no en el sentido vulgar de conocer, esto es, como yo lo conozco a Ud.
Quiero decir, yo sí tengo agendado su nombre y su domicilio. Yo sé su edad, sus gustos, el lugar donde va de vacaciones, la marca del auto que usa. Conozco el nombre de su esposa, el de sus hijos y hasta el de su perro cocker ("Pongo" ¿verdad?). Me interrumpe pensar que quizás todos estos datos lo inquieten un poco. Como todos los que transitan por espacios de poder, tiene Ud. también sus aspectos paranoides. Me lo imagino preguntándose "¿Cómo sabes estas cosas de mí?", "¿Dónde consiguió este dato?". … Para evitar que se siga angustiando con estos planteos, me apuro en contestarle que no hay dato tan secreto que un poco de dinero y mucho tiempo no sean capaces de conseguir… Y la verdad, es que no me falta ni esto ni aquello. (A veces, me parece que lo que hace que Dios sea omnipotente no es el poder, sino la paciencia infinita que da la inmortalidad. Nosotros, los humanos, en cambio, nos enfrentamos con ese grado de urgencia a la que nos obliga la forzosa conciencia de nuestra finitud.).
Eso sí, para llevar adelante una investigación seria, hace falta adosarle a la paciencia un poco de inteligencia y, obviamente, una cantidad de interés por lo investigado proporcional a la dificultad. (Porque además, sin interés es imposible aguzar la inteligencia)…
Quizás fuera justo empezar por contarle cuándo empezó mi interés por Ud.
Es muy probable que no lo recuerde – ya que han pasado muchos años – pero el caso es que un día, exactamente el jueves 23 de Julio de 1991, pasadas las 2 de la tarde (do y cuarto precisamente), Ud. transitaba con su BMW gris por la calle Avellaneda, en Flores. Había llovido por la tarde y las calles estaban encharcadas como siempre. Al llegar a la esquina de Artigas, dobló a la izquierda a toda velocidad y enfiló por Artigas hacia Gaona, dejando que el auto se desplazara un poco de cola, como a Ud. le gusta doblar. Justo ahí, a metros de Avellaneda, hay un bache. Ud. lo conocía, sabía de ese bache, porque se arrimó al cordón derecho para esquivarlo, (¿se acuerda?)… Al hacerlo, claro, salpicó al viejito que intentaba cruzar aprovechando que el semáforo cortaba el tráfico de Artigas. Lo salpicó de arriba a abajo, desde las rodillas hasta el sombrero. Ud. lo vió, yo sé que lo vió.
Y misteriosamente, contra todo lo esperado, Dr. ¡Ud. no paró…!
Y no sólo no paró, sinó que además (y esto fue lo más significativo), hizo un gesto… un gesto que debe haber durado tres o cuatro segundos, no más… un gesto de desprecio, un rictus de fastidio, unos milímetros de torcedura en su boca… al que siguió un leve, levísimo encogimiento de hombros que dijeron, clara y fugazmente, todo lo que hacía falta saber de su lectura del episodio.
Ese día yo me dije – ¡Qué mal tipo! -.
Conviene que yo le aclare algo de mí: No soy un prejuicioso. No tengo nada contra los autos importados, ni contra sus poseedores. También soy, creo, comprensivo y tolerante, así que después pensé que tal vez, me había equivocado y su actitud no había sido tal, o quizás, esa actitud suya había sido excepcional.
Una excepción a la regla que media su vida, un mal momento, un error, un exabrupto…
Ojalá lo entienda, Dr., para alguien como yo, que no comprende de aproximaciones, ni de medias tintas, las cosas son o no son, y la única manera de saber si Ud. era o no un bastardo, era investigándolo, investigándolo seriamente…
Así que… ¡eso es lo que hice!.
Durante los últimos cinco años me dediqué a saber sobre Ud. para poder ratificar o rectificar, esa horrible primera impresión que su actitud me causó.
Y aquí estoy, Dr. Ayanack, la investigación ha terminado, o mejor dicho, lo hallado es más que suficiente para una conclusión: Ud. es aún más despreciable que lo que yo pude pensar en 1991.
… El 24 de Julio, al día siguiente del incidente, a la una y media de la tarde, me paré en la misma esquina de Artigas y Avellaneda a esperarlo pasar, apoyándome en la presunción de que Ud., como yo, no cambia sus rutas cotidianas (Siempre me sorprendió esta odiosa manía que tenemos los humanos de rigidizar nuestra conducta de hábitos: comemos siempre lo mismo, nos vestimos del mismo color, veraneamos en la misma ciudad, consumimos la misma marca de cigarrillos, y por supuesto, recorremos las mismas calles de la ciudad para ir de un lugar a otro).
Ud. no es una excepción, así que a las 2 y 14′, volvió a doblar con su BMW por Artigas hacia Gaona y esquivó el bache de Artigas arrimándose al cordón de la mano derecha.
Ese día no había agua, ni viejito cruzando, no hubo gesto ni nada que me distrajera de tomar su número de matrícula: B-2153412.
El lunes siguiente decidí no trabajar y dedicarle a la investigación el día completo, así que tomé mi auto, lo estacioné sobre Artigas y otra vez, esperé su paso. A la hora de siempre, el auto importado gris dobló y comencé a seguirlo: Juan B. Justo, Warnes, Serrano, Santa Fé, Gurruchaga. Confieso que me fastidió un poco verlo estacionar entre los lugares reservados para la Comisaría de la esquina de Santa Fé y Gurruchaga. Por un momento lo imaginé comisario o algo así. Pero no, Ud. ni siquiera entró en la comisaría. Pasó frente a la puerta y el agente de guardia lo saludó con la venia. Desde mi auto lo vi caminar por Santa Fé hacia Canning unos 20 o 30 mts. y entrar en un edificio. En ese momento el agente de guardia hizo sonar el silbato haciendo señas para que avanzara.
¿Por qué, Dr., Ud. puede estacionar su auto en un lugar reservado para la comisaría y yo tuve que ir a buscar un lugar donde estacionar, cosa difícil, por cierto, en esa zona?.
¿Por qué, Dr., nos hemos transformado en un compendio de oscuros privilegios concedidos o usurpados que benefician a unos a expensas de todos los otros?.
¿Cómo es que el hecho de tener una profesión como la de comisario, o subcomisario, permite hacer suyo un pedazo de ciudad para guardar un auto, y encima concede el poder de trasladar ese don a otros?.
Porque Ud., Dr., no trabaja en la comisaría. Ud. es… "amigo del comisario", ¿Da eso derecho a unos metros cuadrados de cuadra en la ciudad?, ¿Cuánto cuesta esa dádiva, Dr.? ¿Un "favorcito"?, ¿unos "pesos"?, ¿una concesión compensadora "non sancta"?. Mascullando palabrotas contra Ud., la policía, la municipalidad y el sistema; estacioné y caminé las dos cuadras de vuelta hacia Santa Fé.
Sobre el fin de la tarde
...