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Como se da la Reseña Escuela de la noche


Enviado por   •  10 de Noviembre de 2017  •  Reseña  •  1.391 Palabras (6 Páginas)  •  271 Visitas

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De la escuela de la noche a la alborada del saber

David A Silva. Reseña del ensayo: La escuela de la noche.

Ospina, William. (2008). La escuela de la noche. En Ospina William (Ed), La escuela de la noche. Reflexiones sobre la educación (pp. 187-200). Bogotá: Editorial Norma.

Aunque las reflexiones que William Ospina hace en este libro pudieran ser apreciadas como una desvalorización de las instituciones educativas, son explícitas en conservar al menos el reconocimiento de la necesidad y potencial rol que tiene la escuela como precursor del avance social y científico; no obstante, sin dejar de revolver la carroña en que están envueltas su apreciable misión y modo de operar.

Es este ensayo apenas una pequeña parte entre los diversos tópicos que integran el libro “La escuela de la noche”. De tan sólo 5 páginas, el ensayo con el mismo nombre del libro, adquiere una extensión tal vez inesperada en contenido y agudeza crítica, demostrando, como el conocido refrán que “perfume fino viene en envase pequeño”.  No se trata al abordar este texto de detenernos en la finura técnica con la que algunos escritores embarazan la prosperidad del trasfondo de algunos escritos o, cumpliendo sus requerimientos  la encuentran afines a sus irreductibles y refractarios estándares; ni se trata tampoco de desmentir o reafirmar si hay “vaguedades sonorosas sobre patriotismo o modernidad” o si “estas reflexiones son estéticas, dictadas más por la sensibilidad que por el pensamiento” como ostenta Luis H Aristizábal en la reseña  ¿Es esto una novela? que hace al libro de Ospina El país de la canela.  Se trata más bien, al menos para este texto, de reconocer que no hay pensamiento que por sí solo se acerque a un grado profundo de universalidad a menos que se apoye asiduo en otros pensamientos telescópicos. Así, William Ospina hace un tejido argumentativo con otros

autores que, si bien no todos hablaban de la escuela, seguro sí hablaban de educación; y más que hablarlo, constituyen parte del necesario tejido de referentes que le confieren nuevamente el sentido al título de esta obra: La escuela de la noche.

En una entrevista que realizó Lizandro Carvajal en marzo del 2008 a su amigo y escritor del libro en consideración; Ospina, para mencionar los amigos y la gente que viven dentro de él y que él mismo es, responde lo siguiente: “Bueno, son muchos. A mí en esta época me gusta mucho hablar de la Escuela de la Noche, que es el nombre de un ensayo que hice sobre la educación y que era el nombre de una tertulia literaria que tenía Shakespeare con Ben Johnson en Londres, en el Siglo XVII, porque uno está permanentemente aprendiendo y yo de nadie he aprendido más que de mis amigos. Ellos son la Escuela de la Noche”.  Creo que en esta respuesta familiar y sencilla hay motivos de sobra para desentrañar el sentido contenido en esta obra, nada complejo aunque controversial y, hasta diríase en lenguas del dogma educativo, revolucionario. Al


impelernos al desembalaje de la educación de ese fardo tan precariamente estructurado en principios neoliberales; esgrime el autor, como raíz madre y tesis de su crítica, que la educación en este contexto capitalista, desdeña otros modos de saber no academicistas pero más ricos en diversidad, creatividad y potenciales herramientas para la solución de verdaderos problemas actuales y desdibuja la solidaridad y los valores tradicionales que en otro tiempo también formaban.

La dogmática claridad y  unanimidad que hay popularmente en que la escuela educa, impone de una vez a cualquier impertinente voz,  la réplica  de que es ésta su misión, razón de ser y logro.  Pero este escritor colombiano le pone a la educación su cola histórica para equilibrar la cometa, ilustrando el papel dual de la educación en sucesos de gran peso para la humanidad como en el adiestramiento nazi de los niños alemanes para el odio, la guerra, la discriminación y el racismo, o en el eficiente lavado cerebral necesario para formar terroristas y suicidas.

No se puede desconocer que el término educar es un aperitivo exquisito para generar expectativa de interrogantes filosos: ¿A quién ha de educarse sino a alguien ignorante o en el peor de los casos, maleducado?

¿Para quién habrá que educar, sino para el mecenas de la escuela a quien le debe su existencia, aunque no en todos los casos su supervivencia? ¿Con qué lógica y en qué sistema se encuentra delimitada la educación? Son algunos de los entresijos que desenvuelve Ospina en el hilo de su crítica.

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