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Conversando Con Hilarión


Enviado por   •  4 de Noviembre de 2012  •  560 Palabras (3 Páginas)  •  352 Visitas

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Conversando con Hilarión II

Cuando murió mi papá, me encontraba en el callejón donde vivía yo, precisamente en la puerta de mi casa, atrás de la funeraria donde lo velamos, triste, pensativo y cabizbajo; sin darme cuenta, volteé hacia el sur, venía Hilarión, con sus largos pasos, rodando su bicicleta a su izquierda, ya yo sé que cuando no viene sobre ella es que no anda bien, es que anda achispado por el alcohol, sin embargo yo nunca lo hago menos, cada vez que a mi pueblo voy, me da gusto encontrármelo.

Cuando llegó estacionó su bicicleta en la banqueta y se acercó para darme un abrazo y me dijo:

—Te acompaño en tus sentimientos, ya supe que se murió Don Pedro y... apenas lo acabo de ver, todos los días iba a la iglesia y también al templo del pueblito.

—Sí, gracias Hilarión —le contesté.

Comenzó la conversación como siempre que nos vemos, platicamos de trivialidades, de quien se ha muerto, quien se ha casado que casi es lo mismo, o de quien ya vino del norte y se quedo; de sus hermanos, hermanas y de los míos. Se sentó en la banqueta, yo continué de pié. Dentro de un rato, le dije:

—Oye Hilarión el otro día me dijiste que ya ibas a dejar de tomar y sigues en las mismas, ¿Qué pues contigo?, deberías ya de enmendar tu vida, búscate una mujer de tu tamaño, haz vida, todavía no estás muy tirado a la calle, ponte a trabajar en serio. Conoces el oficio de hacer adobes, ladrillos y no sé cuantas cosas más. Con eso, te mantienes y mantienes una compañera para que ya no andes solo, al fin que siempre, como dice el dicho: “nunca falta un roto pa´ un descosido” Y cuídate la salud.

—¿Si verdad?, ¡Ya ni la chingo! Tienes razón —me contestó.

Si hasta eso, siempre reconoce sus absurdas actitudes y aunque lo regañe no pelea conmigo, y es que sabe que le tengo aprecio, nos conocemos desde hace más de cincuenta años. Pasamos la infancia juntos, me iba con él y su hermano Manuel, a cuidar las vacas a un terreno que su papá tenía allá por donde vivía Erasto, allá comíamos tunas, hacía esquite, asaba elotes y compartían conmigo.

Bueno. Saqué un billete de cincuenta pesos, se lo ofrecí, volteó y al tiempo que lo tomaba, me preguntó:

—¿Por qué me das dinero, ¿ya quieres que me vaya?

—No, no —le respondí.

-Entonces, ¿me lo das ahorita para que no te vean tus hermanos que mes das dinero?

-No, tampoco es por eso.

—¿Luego? —insistió en preguntar

—Pues, ¡Para que le sigas¡ ¡No entiendes¡ Cada que vengo me dices que ya te la vas a cortar y, nada. Siempre es lo mismo, entonces… cómprate más alcohol para que te acabes, ya que no me haces caso... Deberías hacer lo que yo, mira, hace como quince días fui con el médico a hacerme el chequeo anual ¿Tu cuando vas a ir?

—¡No, no!

—¿Por qué no?

...

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