Cuento: La Alfombra Verde
Enviado por REJUM • 24 de Febrero de 2014 • 2.311 Palabras (10 Páginas) • 1.438 Visitas
LA ALFOMBRA VERDE
-Patinarme en los pasillos de mi casa o esconderme debajo de las camas es muy divertido, pero más divertido es jugar en la alfombra verde. Ahí puedo rodar, acostarme boca abajo, boca arriba, hincarme, brincar y hasta jugar futbol. ¡Cómo me gusta esa alfombra verde! No existe otro lugar más encantador.
¡Hola! Soy Luis y voy en cuarto de primaria. Como no tengo hermanos, soy el rey de la casa. Me gusta ir a la escuela y jugar con mis amigos en el patio pues es muy grande, pero lo que más me gusta es jugar en la alfombra verde.
Yo pienso que todos los niños deberían tener una alfombra verde en su casa, en la escuela y en su comunidad. Sería maravilloso que en nuestro país se aspirara su aroma fresco y natural en lugar de aire contaminado. Y es que la alfombra verde de que les hablo, no es una alfombra cualquiera. Es un bonito jardín lleno de pasto verde, muy verde, rodeado de flores de hermosos colores, hortalizas, árboles frutales y plantas de maíz y frijol. Pero no siempre fue así.
Antes de que mis papas lo compraran era un terreno lleno de hierba y pasto seco, piedras, troncos, basura y un sin fin de cosas. Era triste verlo abandonado. Nadie se ocupaba de él. De vez en cuando veía al dueño observarlo con mirada triste y yo no entendía por qué.
Un día, las cosas cambiaron. Mis súper papás se acercaron a Don Paco – el vecino, y le pidieron que se los vendiera.
Al principio no quería, pero terminó aceptando.
Acordaron verse el fin de semana con los Delegados de la comunidad para poder hacer la compra-venta.
Toda la familia se puso contenta de que hubiera aceptado y por la tarde empezaron los planes para el proyecto del huerto-jardín. Hasta mi papá hizo un croquis de cómo podría quedar. Yo también participé dándoles una que otra idea inteligente. Como por ejemplo que los árboles frutales que pensaban plantar no quedaran en medio, sino alrededor para que yo pudiera jugar futbol.
Otra súper idea que les di la aprendí en el proyecto que hicimos en la escuela titulado “Uso eficiente del agua” teníamos que investigar diferentes formas de aprovechar mejor el agua para no malgastarla pues el agua potable se está acabando.
Por lo tanto les sugerí que instalaran un tinaco para almacenar el agua de la lluvia y así poder contribuir al ahorro del agua y el huerto- jardín pudiera tener su propio “sistema de riego”.
Llegada la noche me fui a la cama, pero como no podía dormir me levanté y me paré frente a la ventana que daba al terreno que pronto sería nuestro.
Contemplaba el terreno, imaginándome lo que sería cuando ya estuviera arreglado; me veía corriendo, jugando con mis primos y subiéndome a cortar manzanas, duraznos o capulines. Me imaginaba a mi papá podando el pasto, a mi mamá arreglando las flores, a mi abuelito sentado debajo de un árbol escogiendo semilla y a mi abuelita acostada en el pasto leyendo sus libros. Sentía una emoción ¡Tan grande! que ansiaba el día en que ya pudiera jugar en él.
De pronto la silueta de una persona apareció ante mi vista. Pensé que era un ladrón y decidí hablarles a mis papás, sin embargo no fue necesario, ya que la luz de la lámpara de la calle me permitió descubrir que era Don Paco, recorriendo su propiedad con paso lento y desganado.
Observé la escena lleno de curiosidad y sin darme cuenta poco a poco me fui sintiendo triste y no sabía por qué. No podía dejar de ver a don Paco sufriendo una angustia que para mí era desconocida. Nunca había visto a una persona en ese estado tan penoso, me sentí muy mal, culpable, como si yo hubiera provocado esa tristeza.
La felicidad que antes había sentido se desapareció inexplicablemente. Ya no me sentía feliz, tal parecía que le estábamos robando algo muy preciado a Don Paco. Sentí mucha pena por el vecino.
No supe en qué momento me venció el sueño, lo cierto es que cuando desperté ya era de día. Me arreglé, desayuné y me fui a la escuela. Tan pronto estuve de regreso, le pedí permiso a mi mamá para ir a saludar a don Paco. A mi mamá se le hizo raro porque nunca lo hacía pero accedió, advirtiéndome que no me tardara para que comiera.
Cuando llegué a su casa y toqué la puerta, me abrió él personalmente y se extraño de verme, pero me sonrió amablemente. Me invitó a pasar y no pude evitar dirigir mi atención hacia la gran cantidad de retratos de sus familiares, que colgaban de sus paredes pero el que más llamó mi atención fue la fotografía amarillenta de un terreno grande que mostraba a gente adulta y niños realizando labores de limpieza en los cultivos.
Cuando don Paco se dio cuenta que mi mirada se había posado en esa fotografía, la descolgó y me preguntó si conocía el terreno y las personas que ahí estaban. Sinceramente no reconocí nada. Entonces me dijo que ese era su terreno hace 80 años, cuando no existían en él más casas que la de su abuelito. Las dos personas adultas que estaban sonriendo eran su abuelito y su papá y los niños eran él y sus dos hermanos.
Me sorprendió ver el terreno tan diferente, no se parecía en nada al que hoy era, de no haber reconocido los árboles que lo rodean, hubiera creído que me estaba engañando. Recordé el tema que mi maestra nos enseñó respecto a que los paisajes cambian a través del tiempo, ya sea por el mismo hombre o por la naturaleza. No cabía duda de que esto era verdad. Actualmente ya no hay cultivos que cuidar, ni cosecha que recoger. Una gran extensión de terreno ahora es ocupada por casas y la única fracción de terreno que queda, está abandonada.
Me quedé muy pensativo, por lo que Don Paco preguntó, cuál era el motivo de mi visita. Entonces sin pensar más le pregunté lo que tan inquieto me traía.
¿Por qué se siente triste cada vez que ve su terreno?
Don Paco entrecerró lo ojos, me sonrió, y dijo: ¡Eres un muchacho muy listo!
Posteriormente me sacó al terreno y después de caminar hasta la orilla debajo de la sombra de los arboles me dijo que ese terreno y la casa eran herencia de sus antecesores. El terreno siempre fue muy productivo pues mantuvo a la familia durante tres generaciones. Sus dos hermanos y él lo habían estado sembrando hasta que llegó el día en que sus hermanos se casaron y le vendieron su parte a él, pues se fueron a vivir a la ciudad.
Mientras él pudo y sus hijos le ayudaron lo mantuvo produciendo, pero los muchachos crecieron y ya no le quisieron ayudar. Prefirieron vender su herencia y comprar una casa que trabajarlo.
Por eso se sentía triste, decía que los muchachos de hoy ya no son como antes, no les interesa el campo, no quieren asolearse, ni maltratarse las manos. Que
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