Cuentos De La Selva
Enviado por tatianakarinaeli • 26 de Junio de 2014 • 2.813 Palabras (12 Páginas) • 387 Visitas
LA TORTUGA GIGANTE
Había una vez un hombre que vivía en Buenos Aires y estaba muy
contento porque era un hombre sano y trabajador. Pero un día se
enfermó, y los médicos le dijeron que solamente yéndose al campo
podría curarse. El no quería ir porque tenía hermanos chicos a quienes
daba de comer; y se enfermaba cada día más. Hasta que un amigo
suyo, que era director del Zoológico, le dijo un día:
-Usted es amigo mío, y es un hombre bueno y trabajador. Por eso
quiero que se vaya a vivir al monte, a hacer mucho ejercicio al aire libre
para curarse. Y como usted tiene mucha puntería con la escopeta,
cace bichos del monte para traerme los cueros, y yo le daré plata
adelantada para que sus hermanitos puedan comer bien.
El hombre enfermo aceptó, y se fue a vivir al monte, lejos, más lejos
que Misiones todavía. Hacía allá mucho calor, y eso le hacía bien.
Vivía solo en el bosque, y él mismo se cocinaba. Comía pájaros y
bichos del monte, que cazaba con la escopeta, y después comía frutas.
Dormía bajo los árboles, y cuando hacía mal tiempo construía en cinco
minutos una ramadal con hojas de palmera, y allí pasaba sentado y
fumando, muy contento en medio del bosque que bramaba con el
viento y la lluvia.
Había hecho un atado con los cueros de los animales, y los llevaba al
hombro. Había también agarrado, vivas, muchas víboras venenosas, y
las llevaba dentro de un gran mate, porque allá hay mates tan grandes
como una lata de querosene.
El hombre tenía otra vez buen color, estaba fuerte y tenía apetito.
Precisamente un día en que tenía mucha hambre, porque hacía dos
días que no cazaba nada, vio a la orilla de una gran laguna un tigre
enorme que quería comer una tortuga, y la ponía parada de canto para
meter dentro una pata y sacar la carne con las uñas. Al ver al hombre
el tigre lanzó un rugido espantoso y se lanzó de un salto sobre él. Pero
el cazador que tenía una gran puntería le apuntó entre los dos ojos, y le
rompió la cabeza. Después le sacó el cuero, tan grande que él solo
podría servir de alfombra para un cuarto.
-Ahora-se dijo el hombre-voy a comer tortuga, que es una carne muy
rica.
Pero cuando se acercó a la tortuga, vio que estaba ya herida, y tenía la
cabeza casi separada del cuello, y la cabeza colgaba casi de dos o tres
hilos de carne.
A pesar del hambre que sentía, el hombre tuvo lástima de la pobre
tortuga, y la llevó arrastrando con una soga hasta su ramada y le vendó
la cabeza con tiras de género que sacó de su camisa, porque no tenía
más que una sola camisa, y no tenía trapos. La había llevado
arrastrando porque la tortuga era inmensa, tan alta como una silla, y
pesaba como un hombre.
La tortuga quedó arrimada a un rincón, y allí pasó días y días sin
moverse.
El hombre la curaba todos los días, y después le daba golpecitos con la
mano sobre el lomo.
La tortuga sanó por fin. Pero entonces fue el hombre quien se enfermó.
Tuvo fiebre y le dolía todo el cuerpo.
Después no pudo levantarse más. La fiebre aumentaba siempre, y la
garganta le quemaba de tanta sed. El hombre comprendió que estaba
gravemente enfermo, y habló en voz alta, aunque estaba solo, porque
tenía mucha fiebre.
-Voy a morir- dijo el hombre-. Estoy solo, ya no puedo levantarme más,
y no tengo quién me dé agua, siquiera. Voy a morir aquí de hambre y
de sed.
Y al poco rato la fiebre subió más aun, y perdió el conocimiento.
Pero la tortuga lo había oído y entendió lo que el cazador decía. Y ella
pensó entonces:
-El hombre no me comió la otra vez, aunque tenía mucha hambre, y me
curó. Yo lo voy a curar a él ahora.
Fue entonces a la laguna, buscó una cáscara de tortuga chiquita, y
después de limpiarla bien con arena y ceniza la llenó de agua y le dio
de beber al hombre, que estaba tendido sobre su manta y se moría de
sed. Se puso a buscar en seguida raíces ricas y yuyitos tiernos, que le
llevó al hombre para que comiera, El hombre comía sin darse cuenta
de quién le daba la comida, porque tenía delirio con la fiebre y no
conocía a nadie.
Todas las mañanas, la tortuga recorría el monte buscando raíces cada
vez más ricas para darle al hombre y sentía no poder subirse a los
árboles para llevarle frutas.
El cazador comió así días y días sin saber quién le daba la comida, y
un día recobró el conocimiento, Miró a todos lados, y vio que estaba
solo pues allí no había más que él y la tortuga; que era un animal. Y
dijo otra vez en voz alta:
-Estoy solo en el bosque, la fiebre va a volver de nuevo, y voy a morir
aquí, porque solamente en Buenos Aires hay remedios para curarme.
Pero nunca podré ir, y voy a morir aquí.
Y como él lo había dicho, la fiebre volvió esa tarde, más fuerte que
antes, y perdió de nuevo el conocimiento.
Pero también esta vez la tortuga lo había oído, y se dijo:
-Si queda aquí en el monte se va a morir, porque no hay remedios, y
tengo que llevarlo a Buenos Aires.
Dicho esto, cortó enredaderas finas y fuertes, que son como piolas,
acostó con mucho cuidado al hombre encima de su lomo, y lo sujetó
bien con las enredaderas para que no se cayese. Hizo muchas pruebas
para acomodar bien la escopeta, los cueros y el mate con víboras, y al
fin consiguió lo que quería, sin molestar al cazador, y emprendió
entonces el viaje.
La tortuga, cargada así, caminó, caminó y caminó de día y de noche.
Atravesó montes, campos, cruzó a nado ríos de una legua de ancho, y
atravesó pantanos en que quedaba casi enterrada, siempre con el
hombre moribundo encima. Después de ocho o diez horas de caminar
se detenía y deshacía los nudos y acostaba al hombre con mucho
cuidado en un lugar donde hubiera pasto bien seco.
Iba entonces a buscar agua y raíces tiernas, y le daba al hombre
enfermo. Ella comía también, aunque estaba tan cansada que prefería
dormir.
A veces tenía que caminar al sol; y como era verano, el cazador tenía
tanta fiebre que deliraba y se moría de sed. Gritaba: ¡agua!, ¡agua! a
cada rato. Y cada vez la tortuga tenía que darle de beber.
Así
...