De despedida en tiempos de paz cuentos ( Rafael R. Valcárcel )
Enviado por felixhalo • 28 de Noviembre de 2013 • Informe • 853 Palabras (4 Páginas) • 386 Visitas
De despedida en tiempos de paz
cuentos
( Rafael R. Valcárcel )
cuentos
El 2 de agosto de 1939, el cementerio de la Almudena, antes llamado cementerio del Este, presenció el entierro más sentido de toda su historia. Carmela Campos no recibió ninguna corona de flores, pero sí tres mil setecientas veintiocho declaraciones de amor. Uno a uno, los jóvenes se arrodillaron junto a su cuerpo y, mientras balbuceaban palabras afectadas, transcribieron sus sentimientos sobre una gran sábana blanca, que colocaron en la base del ataúd para que ella durmiese amada por siempre. Hoy en día, a pesar del musgo, la corrosión y otros efectos del tiempo y la desidia, se puede leer el epitafio sin mucha dificultad: “Aquí descansa una mujer a quien la guerra dio miles de hijos”.
Antes de 1936, Carmela Campos seguía siendo una señorita de 43 años sin ninguna oportunidad para contraer matrimonio y tampoco para concebir un hijo. Además, debido a la mentalidad machista de la época, se vio impedida de ejercer un trabajo intelectual, cerrándosele la oportunidad de haber equilibrado en algo su insatisfacción personal. En privado, despotricaba contra la sociedad. Carmela poseía una memoria envidiable y lamentaba que no le sirviese para nada. Pudo haber sido una magnífica diplomática o una célebre científica o doctora, pero tuvo que conformarse con cuidar de sus padres y depender de la renta de ellos, compartiendo el mismo techo.
Las personas que la conocieron, antes y durante la guerra civil que atravesó España, se atrevieron a afirmar que los tres años que duró el conflicto fueron los más felices de la vida de Carmela.
Apenas se conocieron las noticias del golpe de estado, se ofreció de voluntaria en la Cruz Roja. Tenía la convicción de que colaborar con una institución neutral como ésa era la única forma de tomar partido por su patria. Sin embargo, al inicio, el saber que estaba atendiendo a hombres capaces de matar a sus propios vecinos, le indignaba. Es más, se avergonzaba por ello. No le apetecía ni hablarles. Sólo abría la boca para responder lo estrictamente necesario o para dar las indicaciones pertinentes.
Pasadas siete semanas —52 días para ser exactos—, Carmela no tuvo más remedio que tragarse su indignación. Una mañana atestada de heridos que morían antes de ser vistos por un doctor, identificó a un soldado que podía salvarse si lo mantenía consciente hasta que llegase su turno de ser operado. Así que le motivó a hablar, haciéndole una pregunta tras otra. A la octava, en lugar de responder, el muchacho comenzó a dictarle su testamento. Carmela dejó de sentir que estaba frente a un soldado, únicamente vio en él a otra víctima de la guerra.
Cuando despertó, a los dos días, el soldado no recordaba nada de lo ocurrido durante su agonía, salvo el rostro de la mujer que ahora
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