EL TREBOL
Enviado por kate456 • 10 de Agosto de 2021 • Ensayo • 506 Palabras (3 Páginas) • 95 Visitas
EL TREBOL
ERA YO MUY CHICO, tanto que creo aún me vestía mi madre, cuando fui por primera vez a la casa de Carmita. Una reja de fierro circundaba el jardín principal, que era atendido por un viejo de muletas. Parados en la verja, mi madre y yo lo vimos acercarse buscando la llave para abrirnos. De hermosa construcción, la casa se erguía tras los jardines. El frente, en la planta baja, tenía numerosas ventanas emplomadas. Al centro, una puerta grande de madera roja con figuras talladas y un pequeño porche de dos columnas. En la parte lata las ventanas eran más chicas, la mayor estaba al centro, un gran ventanal que en aquel momento estaba abierto. El aire hacía ondear las cortinas. No había visto antes una casa tan grande y bella.
-Mamá-pregunté sacudiendo su mano-, ¿a qué venimos aquí?
Ella hizo seña de que dejara de hablar y respondió quedamente. -La señora de la casa quiere unas costuras; mientras me habla, me esperarás aquí, y nada de juegos.
El viejo de las muletas hizo una mueca indicando la puerta, desapareciendo inmediatamente tras los arriates. Madre, me señalo el sitio en que debía permanecer y cohibida por la opulencia del lugar avanzó lentamente. Oí el tintinear de la campanilla. Inmediatamente apareció una joven de largo delantal y detrás, una mujer de agradable voz, que hizo pasar a mi madre. La puerta se cerró. El tintinear me había parecido una música divertida. ¡Con qué gusto hubiese tirado del cordón repetidas veces para oírlas repicar!, pero, ¡nada de juegos!
El sonido de las campanillas siguió repicando en mi cabeza, tentándome a desobedecer la recomendación. Bien, sí tardaba mucho mamá, irá a la puerta y tiraría del hilo para preguntar por ella. Tin, tin, tin… me senté en el pasto, sin muchas ganas de seguí el caminar de una hormiga. Su trayectoria me hizo descubrir algo maravilloso. Al principio pensé que me engañaba, ¿pero era posible? ¡un trébol de cuatro hojas! Sin atreverme a tocarlo lo conté: una, dos, tres, cuatro. ¡Sí!, me quedé atónito contemplándolo. ¡Cielos, qué gusto! Se lo llevaría a mi padre, había oído decir que le faltaba suerte. Mi padre se haría rico y tendríamos una casa con un jardín tan grande como éste. Me sentía feliz. Con un dedo fui golpeando cada uno de los pétalos, tin, tin, tin, parecía que sonaba como campanitas.
Fue entonces que escuché una voz que preguntaba.
-¿A qué juegas?
La voz vino de arriba, alcé la cara y vi, en el ventanal, a una niña de rizos largos anudados con un moño blanco.
...