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Edipo Rey


Enviado por   •  24 de Septiembre de 2014  •  559 Palabras (3 Páginas)  •  334 Visitas

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EDIPO.- ¡Oh hijos, descendencia nueva del antiguo Cadmo ¿Por qué estáis en actitud sedente ante mí,

coronados con ramos de suplicantes? La ciudad está llena de incienso, a la vez que de cantos, de súplica y

de gemidos, y yo, porque considero justo no enterarme por otros mensajeros, he venido en persona, yo, el

llamado Edipo, famoso entre todos. Así que, oh anciano, ya que eres por tu condición a quien corresponde

hablar, dime en nombre de todos: ¿cuál es la causa de que estéis así ante mí? ¿El temor, o el ruego? Piensa

que yo querría ayudaros en todo. Sería insensible, si no me compadeciera ante semejante actitud.

SACERDOTE.- ¡Oh Edipo, que reinas en mi país! Ves de qué edad somos los que nos sentamos cerca de tus

altares: unos, sin fuerzas aún para volar lejos; otros, torpes por la vejez, somos Sacerdotes -yo lo soy de

Zeus-, y otros, escogidos entre los aún jóvenes. El resto del pueblo con sus ramos permanece sentado en las

plazas en actitud de súplica, junto a los dos templos de Palas y junto a la ceniza profética de Ismeno.

La ciudad, como tú mismo puedes ver, está ya demasiado agitada y no es capaz todavía de levantar la

cabeza de las profundidades por la sangrienta sacudida. Se debilita en las plantas fructíferas de la tierra, en

los rebaños de bueyes que pacen y en los partos infecundos de las mujeres. Además, la divinidad que

produce la peste, precipitándose, aflige la ciudad. ¡Odiosa epidemia, bajo cuyos efectos está despoblada la

morada Cadmea, mientras el negro Hades se enriquece entre suspiros y lamentos! Ni yo ni estos jóvenes

estamos sentados como suplicantes por considerarte igual a los dioses, pero sí el primero de los hombres en

los sucesos de la vida y en las intervenciones de los dioses. Tú que, al llegar, liberaste la ciudad Cadmea del

tributo que ofrecíamos a la cruel cantora y, además, sin haber visto nada más ni haber sido informado por

nosotros, sino con la ayuda de un dios, se dice y se cree que enderezaste nuestra vida.

Pero ahora, ¡oh Edipo, el más sabio entre todos!, te imploramos todos los que estamos aquí como

suplicantes que nos consigas alguna ayuda, bien sea tras oír el mensaje de algún dios, o bien lo conozcas de

un mortal. Pues veo que son efectivos, sobre todo, los hechos llevados a cabo por los consejos de los que

tienen experiencia. ¡Ea, oh el mejor de los mortales!, endereza la ciudad. ¡Ea!, apresta tu guardia, porque

esta tierra ahora te celebra como su salvador por el favor de antaño. Que de ninguna manera recordemos de

tu reinado que vivimos, primero, en la prosperidad, pero caímos después; antes bien, levanta con firmeza la

ciudad. Con favorable augurio, nos procuraste entonces la fortuna. Sénos también igual en esta ocasión.

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