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El Cuento


Enviado por   •  6 de Mayo de 2013  •  4.744 Palabras (19 Páginas)  •  329 Visitas

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Por qué, cómo y para qué:

una (breve, modesta y particular)

Teoría General del Cuento

Dr. Joaquín Mª Aguirre Romero

Dpto. Periodismo III

Universidad Complutense de Madrid

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En los últimos años se ha producido un interés general por los cuentos. Al decir “interés general”, me refiero a una recuperación, no necesariamente editorial, de esta forma peculiar de narración. Durante mucho tiempo, la escritura de cuentos ha sido considerada como una forma de arte menor respecto a la novela, como una especie de pariente pobre.

Existían diversos motivos para esto. En primer lugar está el aspecto que podríamos llamar “el prestigio del tamaño”. El cuento se enfrenta al ascenso de la novela desde mediados del siglo XVIII. Quizá decir “se enfrenta” sea utilizar una metáfora engañosa que, como suele suceder, nos desvía del problema real. En realidad, el cuento no se “enfrenta” a nada. Sencillamente aquellas instituciones encargadas de la valoración, la crítica, entienden, como ya había sucedido en la poesía, que los textos largos tienen un componente de esfuerzo titánico frente al menor esfuerzo requerido para los textos narrativos breves. Es el prestigio de lo grande frente a lo pequeño. Es, por utilizar un símil, la relación entre el edificio y la maqueta.

Las grandes novelas decimonónicas son sobre todo, eso, grandes. El valor de un escritor se mide a través de su capacidad para crear grandes edificios, construir monumentales textos en los que meter el mundo. Lo que asombra de ellos es su capacidad para no perderse, para que todo ese edificio se mantenga en pie tras páginas y más páginas. Algunos no tienen bastante y con esas monumentales novelas-edificios, necesitan construir ciudades, como Balzac, con su Comedia Humana, Zola o Galdós. El siglo XX tampoco está falto de retos monumentales, en los que la misma novela se muestra espacio insuficiente. Proust, Thomas Mann, Musil, Lawrence Durrell..., se empeñan en meter la totalidad de la Vida, la totalidad de la Historia, la totalidad de la Cultura en formas narrativas desbordantes, apabullantes, faraónicas...

Ante esto, ¿qué hacer con el cuento, esa miniatura narrativa cada vez más acomplejada ante los monstruos novelescos? ¿Qué hacer con el cuento despreciado, en general, por la crítica, los editores...?

Quizá habría que describir la historia del cuento para comprender ese carácter menor que se le ha atribuido. El cuento es una forma natural, en sentido romántico, de relato. Decimos que es natural porque proviene de una tradición cultural universal, oral y popular, frente a la novela, que podríamos calificar como “artificial”, en el mismo sentido romántico. No es un capricho recurrir a esta terminología romántica, pues son los románticos los que recuperan el cuento como forma artística vinculándolo al espíritu del pueblo o Volkgeist. El cuento se valora, precisamente, por ser la cristalización del pensar popular transmitido históricamente. Los cuentos de los Grimm no son de los Grimm; ni los cuentos de Andersen de Andersen; no les pertenecen. Ellos son los recopiladores de unas narraciones que se han gestado durante siglos. Estos fijadores de la tradición materializan las narraciones que circulan en sus pueblos. El cuento está, en este sentido, vinculado directamente con el pueblo. Y el público-pueblo ama los relatos. Se han criado entre cuentos, los han escuchado en su infancia y se los han contado a sus hijos.

El pueblo, la sociedad en su conjunto es fundamentalmente anónima; es un organismo supraindividual, un autor colectivo. En los cuentos, el pueblo es a la vez autor y lector, emisor y destinatario. En este sentido, todas las formas breves de narración poseen originariamente esta doble condición circular: vuelven a sus productores.

Desde esta perspectiva, el cuento se opone a la novela, género en el que se vuelcan desde el siglo XVIII (podría rastrearse desde la invención de la imprenta misma), de forma intensiva, los deseos de notoriedad personal de todos esos individuos ambiciosos, de genio e ingenio, que tratan de hacerse un nombre en la naciente y creciente República de las Letras.

Conforme la sociedad estamental se va resquebrajando, conforme se va haciendo más abierta y móvil, las Letras serán una de las principales formas elegidas por ese nuevo tipo de advenedizo social, de individuo que, sin el capital del nombre por su nacimiento, tiene que hacérselo para adquirir presencia y consistencia social. Ya no busca el amparo de los nobles para escribir; se lanzan a la conquista del público, nuevo soberano, desde Rousseau.

Podemos estudiar la transformación del cuento en ese período a través de tres modelos representativos de la intencionalidad que tras ellos anida. Estos tres modelos representan formas diferentes y específicas de plantearse la escritura respecto a su finalidad. Los vamos a denominar modelos “vehicular o volteriano”, “romántico” y “literario”.

El primero de ellos, al que denominamos volteriano, supone la utilización del cuento como vehículo de introducción de ideas en el pueblo. Voltaire escoge la forma del cuento para exponer sus ideas filosóficas. Ante él se presentan una serie de opciones literarias entre las que debe escoger la más adecuada a sus objetivos. Voltaire no es un escritor de cuentos; es un intelectual, un filósofo, por ser más ajustados a sus propias formas de reconocimiento, que tiene un objetivo: hacer que sus ideas ilustradas lleguen al mayor número posible de personas. El cuento, para él, no es un género literario que elija por cuestiones estéticas, sino una opción comunicativa. Es una narrativización de ideas filosóficas, políticas, etc. El ejemplo más evidente lo tenemos en su Diccionario filosófico, obra en la que, bajo ese modo de organización, cada entrada está desarrollada bajo la forma de narraciones breves que ejemplifican la idea central.

Lo que le anima a escoger esa forma literaria es el atractivo que pueda tener la anécdota frente a la abstracción, la historia frente al razonamiento. Bajo la forma del cuento, Voltaire busca introducirse entre los lectores que constituyen el público general, ampliando el círculo de los lectores especializados en otros tipos de textos. Son cuentos filosóficos, sí; pero sería más correcto decir que es filosofía narrativizada que busca el vehículo más popular.

Sin embargo, no debemos considerar que por el calificativo de “volteriano” se refiere tan solo al relato filosófico. Es, más bien, la intención pedagógica la que prima; es decir, es una forma narrativa que busca modificar un estado exterior. De ahí ese carácter de vehículo antes señalado.

El segundo modelo del cuento es el que hemos

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