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El Flautista Y Los Automóviles. Gianni Rodari


Enviado por   •  10 de Abril de 2014  •  1.092 Palabras (5 Páginas)  •  1.735 Visitas

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El flautista y los automóviles.

Gianni Rodari

Esta vez es una ciudad invadida por los automóviles. Estaban en las calles, en las aceras, en las plazas, dentro de los portales. Los automóviles estaban por todas partes: pequeños como cajitas, largos como buques, con remolque, con caravana.

Había automóviles, camiones, furgonetas. Había tantos, que les costaba trabajo moverse, se golpeaban estropeándose el tapabarros, rompiéndose el parachoques, arrancándose los motores. Y llegaron a ser tantos, que no les quedaba sitio para moverse y se quedaron quietos. Así que la gente tenía que ir andando, pero no resultaba fácil con los coches que ocupaban todo el sitio disponible. Había que caminar por el lado, por encima, por debajo. Y desde la mañana hasta por la noche se oía:

- ¡Ay!- Era un peatón que se había golpeado contra un capó.

- ¡Ay! ¡Uy! - Estos eran dos peatones que se habían topado arrastrándose bajo un camión. Como es lógico, la gente estaba completamente furiosa.

- ¡Ya está bien! - ¡Hay que hacer algo! - ¿Por qué el alcalde no piensa en ello?

El alcalde oía aquellas protestas y refunfuñaba:

- Estoy pensando. Pienso en ello día y noche. Le he dado vueltas incluso todo el día de Navidad. Lo que pasa es que no se me ocurre nada. No sé qué hacer, qué decir. Y mi cabeza no es más dura que la de los demás. Miren qué blandura. Un día se presentó en la Alcaldía un extraño joven. Llevaba una chaqueta de piel de cordero, sandalias en los pies, una gorra con una enorme cinta. Bueno, parecía un pastor, pero un pastor sin flauta. Cuando pidió ser recibido por el alcalde, el guardia le contestó secamente:

- Déjalo tranquilo, no tiene ganas de oír serenatas.

- Pero no tengo la flauta.

- Aún peor, si ni siquiera tienes una flauta, ¿por qué te va a recibir el alcalde?

- Dígale que sé cómo liberar a la ciudad de los automóviles.

- ¿Cómo? ¿Cómo? Oye, lárgate, que aquí no se aceptan ciertas bromas.

- Avísele al alcalde, le aseguro que no se arrepentirá...

Insistió tanto, que el guardia tuvo que acompañarlo ante el alcalde

- Buenos días, señor alcalde.

- Sí, resulta fácil decir buenos días. Para mí solamente será un buen día en el que...

- ¿La ciudad quede libre de automóviles? Yo sé la manera.

- ¿Tú? ¿Y quién te ha enseñado? ¿Una cabra?

- No importa quién me lo ha enseñado. No pierde nada por dejarme que lo intente. Y si me promete una cosa, antes de mañana ya no tendrá más quebraderos de cabeza.

- Vamos a ver, ¿qué es lo que tengo que prometerte?

- Que a partir de mañana los niños podrán jugar siempre en la plaza mayor, y que dispondrán de carruseles, columpios, toboganes, pelotas y volantines.

- ¿En la plaza mayor?

- En la plaza mayor.

- ¿Y no quieres nada más?

- Nada más.

- Entonces, chócala. Prometido, ¿cuándo empiezas?

- Inmediatamente, señor alcalde.

- ¡Vamos, no pierdas un minuto...!

El extraño joven no perdió ni siquiera un segundo. Se metió una mano en el bolsillo y sacó una pequeña flauta, tallada en una rama de bambú. Y para colmo, allí, en la oficina del alcalde, empezó a tocar una extraña melodía. Y salió tocando de la alcaldía, atravesó la plaza, se dirigió al río... Al cabo de un momento...

- ¡Mira! ¿Qué hace aquel auto? ¡Se ha puesto en marcha solo!

- ¡Eh! ¡Si aquel es el mío! ¿Quién me está robando el auto? ¡Al ladrón! ¡Al ladrón!

- ¿Pero no ve que no hay ningún ladrón? Todos los automóviles se han puesto en marcha...

- Toman velocidad... Corren...

- ¿Dónde irán? ¡Mi auto! ¡Para, para! ¡Quiero mi auto!

Los autos corrían desde todos los puntos de la ciudad, produciendo un estruendo de motores, tubos de escape, bocinazos y sirenas.

Corrían, corrían solos. Pero si se prestaba atención, se podía oír el silbido sutil de la flauta, su extraña melodía.

Los automóviles corrían,

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