El General En Su Labenrinto
Enviado por holsanvides • 6 de Marzo de 2015 • 396 Palabras (2 Páginas) • 230 Visitas
José Palacios, su servidor más antiguo, lo encontró flotando en las aguas
depurativas de la bañera, desnudo y con los ojos abiertos, y creyó que se había
ogado. Sabía que ése era uno de sus muchos modos de meditar, pero el
estado de éxtasis en que yacía a la deriva parecía de alguien que ya no era de
este mundo. No se atrevió a acercarse, sino que lo llamó con voz sorda de
uerdo con la orden de despertarlo antes de las cinco para viajar con las
primeras luces. El general emergió del hechizo, y vio en la penumbra los ojos
azules y diáfanos, el cabello encrespado de color de ardilla, la majestad impávida
su mayordomo de todos los días sosteniendo en la mano el pocillo con la
usión de amapolas con goma. El general se agarró sin fuerzas de las asas de la
ñera, y surgió de entre las aguas medicinales con un ímpetu de delfín que no
era de esperar en un cuerpo tan desmedrado.
«Vamonos», dijo. «Volando, que aquí no nos quiere nadie».
José Palacios se lo había oído decir tantas veces y en ocasiones tan diversas,
que todavía no creyó que fuera cierto, a pesar de que las recuas estaban
eparadas en las caballerizas y la comitiva oficial empezaba a reunirse. Lo ayudó a
secarse de cualquier modo, y le puso la ruana de los páramos sobre el cuerpo
snudo, porque la taza le castañeteaba con el temblor de las manos. Meses
tes, poniéndose unos pantalones de gamuza que no usaba desde las noches
bilónicas de Lima, él había descubierto que a medida que bajaba de peso iba
disminuyendo de estatura. Hasta su desnudez era distinta, pues tenía el cuerpo
lido y la cabeza y las manos como achicharradas por el abuso de la intemperie.
Había cumplido cuarenta y seis años el pasado mes de julio, pero ya sus ásperos
rizos caribes se habían vuelto de ceniza y tenía los huesos desordenados por la
crepitud prematura, y todo él se veía tan desmerecido que no parecía capaz
de perdurar hasta el julio siguiente. Sin embargo, sus ademanes resueltos
recían ser de otro menos dañado por la vida, y caminaba sin cesar alrededor
de nada. Se bebió la tisana de cinco sorbos ardientes que por poco no le
ampollaron la lengua, huyendo de sus propias huellas de agua en las esteras
desgreñadas del piso, y fue como beberse el filtro de la resurrección. Pero no
dijo una palabra mientras no sonaron las cinco en la torre de la catedral
vecina.
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