El Gigante Egoista
Enviado por ieza • 17 de Febrero de 2015 • 1.430 Palabras (6 Páginas) • 438 Visitas
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El gigante egoista
Autor: Oscar Wilde
Todas las tardes al volver del colegio tenían los niños la costumbre de ir a jugar al jardín
del gigante.
Era un gran jardín solitario, con un suave y verde césped. Brillaban aquí y allí lindas
flores sobre el suelo, y había doce melocotoneros que en primavera se cubrían con una
delicada floración blanquirrosada y que, en otoño, daban hermosos frutos.
Los pájaros, posados sobre las ramas, cantaban tan deliciosamente, que los niños
interrumpían habitualmente sus juegos para escucharlos.
- ¡Qué dichosos somos aquí! - se decían unos a otros.
Un día volvió el gigante. Había ido a visitar a su amigo el ogro de Cornualles,
residiendo siete años en su casa. Al cabo de los siete años dijo todo lo que tenía que
decir, pues su conversación era limitada, y decidió regresar a su castillo. Al llegar, vio a
los niños que jugaban en su jardín.
- ¿Qué hacéis ahí? - les gritó con voz agria.
Y los niños huyeron.
- Mi jardín es para mí solo - prosiguió el gigante- . Todos deben entenderlo así, y no
permitiré que nadie que no sea yo se solace en él.
Entonces lo cercó con un alto muro y puso el siguiente cartelón:
QUEDA PROHIBIDA LA ENTRADA BAJO LAS PENAS LEGALES
CORRESPONDIENTES
Era un gigante egoísta. Los pobres niños no tenían ya sitio de recreo. Intentaron jugar en
la carretera; pero la carretera estaba muy polvorienta, toda llena de agudas piedras, y no
les gustaba. Tomaron la costumbre de pasearse, una vez terminadas sus lecciones,
alrededor del alto muro, para hablar del hermoso jardín que había al otro lado.
Entonces llegó la primavera y en todo el país hubo pájaros y florecillas. Sólo en el
jardín del gigante egoísta continuaba siendo invierno. Los pájaros, desde que no había
niños, no tenían interés en cantar y los árboles olvidábanse de florecer. En cierta ocasión
una bonita flor levantó su cabeza sobre el césped; pero al ver el cartelón se entristeció
tanto pensando en los niños, que se dejó caer a tierra, volviéndose a dormir. Los únicos que se alegraron fueron el hielo y la nieve.
- La primavera se ha olvidado de este jardín - exclamaban- Gracias a esto vamos a vivir
en él todo el año.
La nieve extendió su gran manto blanco sobre el césped y el hielo revistió de plata todos
los árboles. Entonces invitaron al viento del Norte a que viniese a pasar una temporada
con ellos. El viento del Norte aceptó y vino. Estaba envuelto en pieles. Bramaba durante
todo el día por el jardín, derribando a cada momento chimeneas.
- Éste es un sitio delicioso - decía- Invitemos también al granizo.
Y llegó asimismo el granizo.
Todos los días, durante tres horas, tocaba el tambor sobre la techumbre del castillo,
hasta que rompió muchas pizarras. Entonces se puso a dar vueltas alrededor del jardín,
lo más de prisa que pudo. Iba vestido de gris y su aliento era de hielo.
- No comprendo por qué la primavera tarda tanto en llegar - decía el gigante egoísta
cuando se asomaba a la ventana y veía su jardín blanco y frío- . ¡Ojalá cambie el
tiempo!
Pero la primavera no llegaba ni el verano tampoco. El otoño trajo frutos de oro a todos
los jardines, pero no dio ninguno al del gigante.
- Es demasiado egoísta -dijo.
Y era siempre invierno en casa del gigante, y el viento del Norte, el granizo, el hielo y la
nieve danzaban en medio de los árboles.
Una mañana el gigante, acostado en su lecho, pero despierto ya, oyó una música
deliciosa. Sonó tan dulcemente en sus oídos, que hizo imaginarse que los músicos del
rey pasaban por allí. En realidad, era un pardillo que cantaba ante su ventana; pero
como no había oído a un pájaro en su jardín hacía mucho tiempo, le pareció la música
más bella del mundo.
Entonces el granizo dejó de bailar sobre su cabeza y el viento del Norte de rugir. Un
perfume delicioso llegó hasta él por la ventana abierta.
- Creo que ha llegado al fin la primavera - dijo el gigante.
Y saltando del lecho se asomó a la ventana y miró. ¿Qué fue lo que vió? Pues vio un
espectáculo extraordinario. Por una brecha abierto en el muro, los niños habíanse
deslizado en el jardín encaramándose a las ramas. Sobre todos los árboles que alcanzaba
él a ver había un niño, y los árboles sentíanse tan dichosos de sostener nuevamente a los
niños, que se habían cubierto de flores y agitaban graciosamente sus brazos sobre las
cabezas
...