El Olor De La Utopía: Mito, Dominio Y Trabajo
Enviado por ilinois • 25 de Enero de 2014 • 1.827 Palabras (8 Páginas) • 213 Visitas
El olor de la Utopía: Mito, dominio y trabajo
Variaciones en torno al duodécimo canto de “La Odisea” [Narración del paso ante las sirenas]
Cuando en “Dialéctica del Iluminismo”, Adorno y Horkheimer abordaron el nexo
entre mito, dominio y trabajo utilizaron como metáfora un canto de “La Odisea”. El héroe debía sortear una dificultad mayúscula: el canto de las sirenas,la inusitada tentación que arroja. Para los profesores de Frankfürt, hay una “promesa de felicidad” detrás de esa supuesta amenaza, por lo que podría estar designado el mito transformador, la utopía superada, la esperanza de la liberación. Pero la Civilización se defiende por todos los medios de tal invitación desestabilizadora: quien quiera perdurar y subsistir no debe prestar oídos al llamado del irrevocable, viene a decir a los trabajadores y consigue, en efecto, reafirmarlos como seres prácticos, que miran adelante y se despreocupan de lo que está a sus costados. Los marinos que obedecen a Ulises son por ello incapaces de percibir la belleza del canto de las sirenas, la promesa redentora que tal vez encierra, y solo encuentran ahí una ocasión de peligro; en realidad, no oyen nada. Ulises, en cambio, señor terrateniente que hace trabajar a los demás por sí, puede oír el canto; y, para protegerse, pide que lo dejen atado al mástil. Exige que lo amarren fuertemente, para superar la tentación. Para Adorno y Horkheimer, Ulises anticipa la actitud de los posteriores burgueses, que se negarán con mayor tenacidad la felicidad aún cuando -por su propio poderío- la tentación la tengan al alcance de la mano. El burgués, lo mismo que Ulises teme su propia emancipación. Encadenado, no menos que sus subordinados, a la obediencia y al trabajo, se muestra tan hostil a la propia muerte como la propia felicidad.
Ulises finalmente descubre que poco tiene que temer, disfruta estéticamente el canto y hace señas con la cabeza para que sus fieles servidores lo desaten, pero es tarde; los trabajadores, incapaces de oír la melodía, ineptos para el reconocimiento de la belleza, inmunes a la seducción utópica o liberadora, nada saben y nada hacen.
Los autores de “Dialéctica del Iluminismo” aprovecha la pericia para ilustrar que el goce artístico (posición de Ulises) y el trabajo manual (lugar de los marineros) se separan desde la salida de la prehistoria. Y late en sus página, junto a la denuncia firme de una sociedad organizada sobre la exigencia de obedecer y de trabajar (un trabajo que se cumple bajo constricción sin esperanza con los sentidos violentamente obstruidos, nos dicen), una cierta receptividad ante el horizonte utópico legado por la Modernidad, casi una fe en el filo transformador en el mito revolucionario, en la “promesa de felicidad” portadora por el discurso de la emancipación, simbolizado por el canto de las sirenas. Lo triste sería que a los oprimidos se les ha hurtado la capacidad de asimilarlo, y que los opresores, casi tan víctimas como ellos del engranaje capitalista, aunque aptos para redescubrir la utopía, rehuyen su propia excarcelación.
II
Cuando Kafka reinterpreta el pasaje homérico, disloca la lógica tan simple de una así hermosa, de la exégesis procedente. Nadie podía esquivar sin más el
peligro de las sirenas, nadie puede sustraerse fácilmente a la tentación, todo está perdido si se pasa ante ellas con meras precauciones físicas y sin una estrategia simbólica. Y Ulises lo sabe ... No habiendo posibilidad inmediata de salvación, cabía no obstante tentar procedimientos mediatos; cabía fingir. Representar, manifestar y apelar, procurar seducir, ... soñando a partir de la recreación de Kafka, dislumbramos a un Ulises que pone en marcha su teatro del encadenamiento, consciente de la inutilidad mediata del mismo, pero con la esperanza de enternecer de algún modo a las sirenas, de “engañarlas” o en cierta medida o en cierto sentido, de hacerse estimar por ellas. Miente a sabiendas, actúa, escenifica; pero, el un momento dado, deslumbrado por la belleza del canto que de todas formas percibe, desea arrojarse voluptuosamente al abismo de la tentación. Como sus servidores no oyen nada, pensando solo en salvar a su señor para así también salvarse, desestimaron desatarlo. Desde la perversidad crítica de Kafka cabe dar otra vuelta de tuerca: en realidad, las sirenas, conscientes de todo, sabedoras de todo, decidieron no cantar. Ulises solo se engaño a sí mismo, fue víctima de una ilusión alentada por su estrategia. Las sirenas no cantaron, por lo que los marineros no pudieron oírlas; y Odiseo oyó en realidad algo así como su propio deseo de oír.
En palabras de Kafka, en “el silencio de las sirenas”:
“Para guardarse del canto de las sirenas, Ulises tapó sus oídos con cera y se hizo encadenar al mástil de la nave. Aunque todo el mundo sabía que este recurso era ineficaz [...] el canto de las sirenas lo traspasaba todo, la pasión de los seducidos habría hecho saltar prisiones más fuertes que mástiles y cadenas [...].
Pero las sirenas poseen un arma mucho más temible que el canto: su silencio [...] es probable que alguien se hubiera salvado alguna vez de sus cantos, aunque nunca de su silencio.
En efecto, las terribles seductoras no cantaban cuando pasó Ulises; tal vez porque creyeron que a aquel enemigo solo podía herirlo el silencio.
Ulises, para expresarlo de alguna manera, no oyó el silencio, estaba convencido de que ellas cantaban”.
De esta reinvención, nos desprendemos del poso elitista que enturbiaba el análisis de Adorno y Horkheimer: los trabajadores no son tan ineptos, tan
negados, tan sordos y tan miopes. No había nada que escuchar ... la utopía, el mito revolucionario, la promesa de felicidad,
...