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El Platero Y Yo


Enviado por   •  12 de Septiembre de 2013  •  2.197 Palabras (9 Páginas)  •  586 Visitas

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INTRODUCCIÓN

Este es un trabajo de castellano en el cual me esforcé mucho para elaborarlo muy bien; realizaré un análisis de la obra “PLATERO Y YO”

El presente está desarrollado a partir de un plan da análisis que lo encontraran a lo largo del trabajo fue dado por cuanto el profesor para así afianzarlo y lograr un buen trabajo; para lograrlo tendré que concentrarme muy bien y entender la obra.

Esto lo realizo con el fin de adentrarme cada vez más al mundo de la lectura y no hacerlo solamente por cumplimiento sino también para aprender cada vez más y así enriquecer mi vocabulario

I. TEMA

Ésta obra describe la vida de un burro y su amo desde que el burro es pequeño hasta que se muere y el amo llora de pena de.

II. ARGUMENTO

Resumen de la obra

Platero es pequeño, es peludo, suave tan blando por fuera que diría todo de algodón, es tierno y lo mimo igual que a un niño. Cuando paseo sobre él en el pueblo los hombres se quedan mirándolo.

Platero juega con Diana la perra, con la cabra gris con los niños. Cuando estaba en el corredor una cosa enorme y tibia se pasa por mi hombro, es Platero que sugestionando, sin duda, por la lira de Orfeo, viene a leer con migo.

Un día el canario verde se voló de su jaula, pero ese canario no había salido de su jaula hace mucho tiempo, después de que se murió su compañera, voló todo el día entre el ganado y por la tarde volvió otra vez feliz a su jaula, Platero saltaba de la alegría y Diana corría en el prado.

Otro día llegando a la potrero de los caballos, Platero comenzó a cojear, había sido una púa verde y larga de naranjo sano que se le había enterrado en la ranilla; después, aunque Platero estaba cojeando, seguimos nuestro camino hacia la mar balaca.

Un día iba Platero y yo caminando por el almendral cuando platero empezó a echar sangre por la boca y no pudo caminar más, Raposo me ayudó a abrirle la boca para sacar una sanguijuela que se había prendido en el arroyo, la saqué y la maté.

En el arroyo grande nos encontramos una carretilla que se había caído ahí con su carga de hierba y unas naranjas, un borriquillo débil estaba intentando rescatar la carretilla, después fue Platero y de un tirón sacó la carretilla y les subió la cuesta hasta llegar a plan, la niña se puso muy contenta y con su llorosa sonrisa nos ofreció unas naranjas, las tomé agradecido, le di una al borriquillo y otra a Platero.

Una mañana en viejo cario amaneció muerto en su jaula, es verdad que el canario estaba viejo pero no le faltaba nada, ni agua, comida, se ha muerto porque sí, dijo el mayor de los niños quien era el que lo cuidaba.

Después de las Largas lluvias de octubre, en el oro celeste del día abierto, nos fuimos todos a las viñas. Platero llevaba la merienda y los sombreros de las niñas en un cabujón del seroncillo y, en el otro, de contrapeso, tierna, blanca y rosa, como una flor del albérchigo, a Blanca. ¡Qué encanto el del campo renovado! iban los arroyos rebosantes, estaban blandamente aradas las tierras y en los chopos marginales, festoneados todavía de amarillo, se veían ya los pájaros, negros. De pronto, las niñas, una tras otra, corrieron gritando: -¡Un racimo! ¡Un racimo!

En una cepa vieja, cuyos largos sarmientos enredados mostraban aún algunas renegridas y rojizas hojas secas, encendía el picante sol un claro y sano racimo de ámbar ¡Todos lo querían! Victoria, que lo cogió, lo defendía a su espalda. Entonces yo se lo pedí, y ella, con esa dulce obediencia voluntaria que presta al hombre la niña que va para mujer, me lo cedió de buen grado. Tenía el racimo cinco grandes uvas: le di una a Victoria, una a Blanca, una a Lola, una a Pepe, y la última, entre las risas y las palmas de todos, a Platero, que la cogió brusco, con sus dientes enormes.

Los niños han ido con Platero al arroyo de los chopos, y ahora lo traen trotando, entre juegos y risas, todo cargado de flores amarillas. Allá abajo les ha llovido – aquella nube fugaz que veló el campo verde con sus hilos de oro y plata-. Y sobre la empapada lana del asnucho las mojadas campanillas gotean todavía.

¡Idilio fresco, alegre, sentimental! ¡Hasta el rebuzno de Platero se hace tierno bajo la dulce carga llovida! De cuando en cuando, vuelve la cabeza y arranca las flores a que su boca alcanza. Las campanillas, níveas y gualdas, le cuelgan. ¡Quien, como tu, Platero, pudiera comer flores!… ¡Y que no le hicieran daño! Los ojos brillantes y vivos de Platero copian todo el paisaje del sol y de lluvia. En el ocaso, sobre el campo de San Juan, se ve llover, deshilachada, otra nube rosa.

¡Que guapo está hoy Platero! es lunes de Carnaval, y los niños, que se han vestido de máscara, le han puesto el aparejo moruno, todo bordado en rojo, azul, blanco y amarillo, de cargados arabescos. Agua, sol y frío. Los redondos papelillos de colores van rodando paralelamente por la acera, al viento agudo de la tarde, y las máscaras, ateridas, hacen bolsillos de cualquier cosa para las manos azules.

Cuando hemos llegado a la plaza, unas mujeres vestidas de locas, con largas camisas blancas y guirnaldas de hojas verdes en los negros y sueltos cabellos, han cogido a Platero en medio de su corro bullanguero y han girado alegremente en torno de él.

Platero, indeciso, yergue las orejas, alza la cabeza y, como un alacrán cercado por el fuego, intenta, nervioso, huir por doquiera. Pero, como es tan pequeño, las locas no le temen siguen girando, cantando y riendo a su alrededor. Los chiquillos, viéndolo cautivo, rebuznan para que él rebuzne. Toda la plaza es ya un concierto altivo de metal amarillo, de rebuznos, de risas, de coplas, de panderetas y de almireces...

Por fin, Platero, resuelto, igual que un hombre, rompe el corro y se viene a mí trotando y llorando, caído el lujoso aparejo. Como yo, no quiere nada con el Carnaval... No servimos para estas cosas...

Encontré a Platero echado en su cama de paja, blandos los ojos y tristes. Fui a él, lo acaricié hablándole, y quise que se levantara...

El pobre se removió todo bruscamente, y dejó una mano arrodillada... No podía... Entonces le tendí su mano en el suelo, lo acaricié de nuevo con ternura, mandé venir a su médico, el viejo Darbón, así que lo hubo visto, sumió la enorme boca desdentada hasta la nuca, y meció sobre el pecho la cabeza congestionada, igual que un péndulo.

-Nada es bueno, ¿eh?

-No se qué contestó..., Que el infeliz se iba... Nada... Que un dolor..., que no sé qué raíz mala... La tierra, entre la hierba...

A mediodía. Platero estaba muerto. La bariguilla de algodón se le había hinchado como el mundo, y sus patas, rígidas y descoloridas, se elevaban

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