Platero Y Yo
Enviado por samy6125 • 25 de Agosto de 2011 • 5.309 Palabras (22 Páginas) • 3.350 Visitas
Prologuillo
Suele creerse que yo escribí Platero y yo para los niños, que
es un libro para niños.
No. En 1913, "La Lectura", que sabía que yo estaba con ese
libro, me pidió que adelantase un conjunto de sus páginas más
idilicas para su "Biblioteca Juventud" Entonces, alterando la idea
momentáneamente, escribí este prólogo:
ADVERTENCIA A LOS HOMBRES QUE LEAN ESTE LIBRO
PARA NIÑOS
Este breve libro, en donde la legría y la pena son gemelas,
cual las orejas de Platero, estaba escrito para... ¡ qué sé yo para
quién ! ...para quien escribimos los poetas líricos... Ahora que va a
los niños, no le quito ni le pongo una coma. ¡ Qué bien !
Dondequiera que haya niños - dice Novalis- , existe una edad
de oro. ues por esa edad de oro, que es como una isla espiritual
caída del cielo, anda el corazón del poeta, y se encuentra allí tan a
su gusto, que su mejor deseo sería no tener que abandonarla
nunca.
¡ Isla de gracia, de frescura y de dicha, edad de oro de los
niños; siempre te halle yo en mi vida, mar de duelo; y que tu brisa
me dé su lira, alta y , a veces, sin sentido, igual que el trino de la
alondra en el sol blanco del amanecer !
Yo nunca he escrito ni escribiré nada para niños, porque creo
que el niño puede leer los libros que lee el hombre, con
determinadas excepciones que a todos se le ocurren. También
habrá excepciones para hombres y para mujeres, etc.
I - PLATERO
Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera,
que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los
espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos
de cristal negros.
Lo dejo suelto, y se va al prado, y acaricia tibiamente con su
hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y
gualdas... Lo llamo dulcemente: "¿ Platero ?", y viene a mí con un
trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo
ideal...
Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas, mandarinas, las
uvas moscateles, todas de ámbar, los higos morados, con su
cristalina gotita de miel...
Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña...; pero
fuerte y seco por dentro, como de piedra. Cuando paso sobre él,
los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del
campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:
- Tien'asero...
Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.
II - MARIPOSAS BLANCAS
La noche cae, brumosa ya y morada. Vagas claridades
malvas y verdes perduran tras la torre de la iglesia. El camino
sube, lleno de sombras, de cansancio y de anhelo. De pronto, un
hombre oscuro, con una gorra y un pincho, roja un instante la cara
fea por la luz del cigarro, baja a nosotros de una casucha
miserable, perdida entre sacas de carbón. Platero se amedrenta.
- ¿ Ba argo ?
- Vea usted... Mariposas blancas...
El hombre quiere clavar su pincho de hierro en el seroncillo, y
no lo evito. Abro la alforja y él no ve nada. Y el alimento ideal
pasa, libre y cándido, sin pagar su tributo a los Consumos...
III - JUEGOS DEL ANOCHECER
Cuando, en el crepúsculo del pueblo, Platero y yo entramos,
por la oscuridad morada de la calleja miserable que da al río seco,
los niños pobres juegan a asustarse, fingiéndose mendigos. Uno
se echa un saco a la cabeza, otro dice que no ve, otro se hace el
cojo...
Después, en ese brusco cambiar de la infancia, como llevan
unos zapatos y un vestido, y como sus madres, ellas sabrán cómo,
les han dado algo de comer, se creen unos príncipes.
- Mi padre tié un reló e plata.
- Y er mío, un cabayo.
- Y er mío, una ejcopeta.
Reloj que levantará a la madrugada, escopeta que no matará
el hombre, caballo que llevará a la miseria...
El corro, luego. Entre tanta negrura una niña forastera, que
habla de otro modo, la sobrina del Pájaro Verde, con voz débil,
hilo de cristal acuoso en la sombra, canta entonadamente, cual
una princesa:
Yo soy laaa viudiiitaa
del Condeee de Oree...
... ¡ Sí, sí ! ¡ Cantad, soñad, niños pobres ! Pronto, al
amanecer vuestra adolescencia, la primavera os asustará, como
un mendigo, enmascarada de invierno.
- Vamos Platero...
IV - EL ECLIPSE
Nos metimos las manos en los bolsillos, sin querer, y la
frente sintió el fino aleteo de la sombra fresca, igual que cuando se
entra en un pinar espeso. Las gallinas se fueron recogiendo en su
escalera amparada, una a una. Alrededor, el campo enlutó su
verde, cual si el velo morado del altar mayor lo cobijase. Se vio,
blanco, el mar lejano, y algunas estrellas lucieron, pálidas. ¡ Cómo
iban trocando blancura las azoteas ! Los que estábamos en ellas
nos gritábamos cosas de ingenio mejor o peor, pequeños y
oscuros en aquel silencio reducido del eclipse.
Mirábamos el sol con todo: con los gemelos de teatro, con el
anteojo de larga vista, con una botella, con un cristal ahumado; y
desde todas partes: desde el mirador, desde la escalera del corral,
desde la ventana del granero, desde la cancela del patio, por sus
cristales granas y azules...
Al ocultarse el sol que, un momento antes, todo lo hacía dos,
tres, cien veces más grande y mejor con sus complicaciones de
luz y oro, todo, sin la transición larga del crepúsculo, lo dejaba solo
y pobre, como si hubiera cambiado onzas primero y luego plata
por cobre. Era el pueblo como un perro chico, mohoso y ya sin
cambio. ¡ Qué tristes y qué pequeñas las calles, las plazas, las
torre, los caminos de los montes !
Platero parecía, allá en el corral, un burro menos verdadero,
diferente y recortado; otro burro...
V - ESCALOFRíO
La luna viene con nosotros, grande, redonda, pura. En los
prados soñolientos se ven, vagamente, no sé qué cabras negras,
entre las zarzamora... Alguien se esconde, tácito, a nuestro
pasar... Sobre el vallado, un almendro inmenso, níveo de flor y de
luna, revuelta la copa con una nube blanca, cobija el camino
asaeteado de estrellas de marzo... Un olor penetrante a naranjas...
...