El Principe Feliz
Enviado por luissandoval123 • 25 de Septiembre de 2013 • 3.322 Palabras (14 Páginas) • 417 Visitas
Dominando la ciudad, sobre una alta columna, descansaba la estatua del Príncipe Feliz. Cubierta por una capa de oro magnífico, tenía por ojos dos zafiros claros y brillantes, y un gran rubí centelleaba en el puño de su espada.
Era admirado por todos: “Es tan hermoso como el gallo de una veleta” -afirmaba uno de los dos concejales de la ciudad que deseaba ganar fama como conocedor de las bellas artes- “nada más que no resulta tan útil” -añadía, temiendo que las gentes pudieran juzgarle impráctico; cosa que en realidad no era.
-“¿Por qué no puedes ser como el Príncipe Feliz?” -decía una madre razonable a su pequeño que lloraba por alcanzar la luna- “Al Príncipe Feliz nunca se le ocurre llorar por nada”.
-“Me alegra que haya alguien en el mundo que sea tan feliz” -mascullaba un pobre hombre frustrado, contemplando la estatua maravillosa.
-“Es igual que un Ángel” -comentaban los niños del coro de la catedral cuando salían de ella con sus esclavinas rojas y sus roquetes blancos y almidonados.
-“¿Cómo lo sabéis?” -replicaba el maestro de matemáticas-, “¿si nunca habéis visto uno?»
-“¡Ah, porque los hemos visto en sueños!” -contestaban los muchachos; y el maestro de matemáticas fruncía el ceño y tomaba una actitud muy seria porque no le gustaba que los niños soñasen.
Una noche voló sobre la ciudad una golondrina. Sus compañeras ya habían partido hacia Egipto seis semanas antes, pero ella se retrasó porque estaba enamorada de un bellísimo junco. Lo había conocido al principio de la primavera cuando volaba sobre el río persiguiendo a una gran mariposa amarilla, y se sintió atraída de tal manera por su tallo esbelto, que se detuvo para hablarle.
-¿Aceptas mi amor? -le preguntó la golondrina que nunca se andaba con rodeos; y el junco hizo una ceremoniosa inclinación. Entonces la golondrina voló haciendo grandes círculos a su alrededor, rozaba la superficie de las aguas con las puntas de sus alas, dejando brillantes estelas de plata. Ésa era su manera de cortejar; y así transcurrió todo el verano.
-“Son unas relaciones tontas” -gorjeaban las otras golondrinas-. “El es pobre y tiene demasiados parientes”.
-Y verdaderamente, el río estaba lleno de juncos. Entonces, al llegar el otoño, todas las golondrinas alzaron el vuelo.
Cuando ya se habían alejado, la golondrina se sintió sola, y comenzó a cansarse de su amante. “No tiene conversación” -se decía-. “Además creo que es casquivano, porque constantemente coquetea con la brisa”. -Y era verdad, en cuanto la brisa comenzaba, el junco hacía las reverencias más graciosas. “Además tengo que reconocer que es demasiado casero” -continuaba- “y a mí me gusta viajar, y a mi compañero, por tanto, deberá gustarle viajar conmigo.»
-“Te vendrías conmigo” -le preguntó al fin, pero el junco. Sacudió la cabeza,... ¡se sentía tan ligado a su hogar!
“¡Te has estado burlando de mí!” –Gritó la golondrina-. “Me marcho a las Pirámides, ¡adiós!” -y echó a volar.
Voló durante todo el día, y ya de noche llegó a la ciudad.
-“Dónde me alojaré” -se preguntó-. “Espero que la ciudad haya preparado algún lugar para mí.” Entonces divisó la gran columna, -“Me cobijaré allá” -gorjeó-. “Es un magnífico lugar con bastante aire fresco.” -Y así, se detuvo justamente entre los dos pies del Príncipe Feliz.
-“Tengo una habitación dorada” -se dijo quedamente después de mirar en torno suyo y preparándose a dormir; pero en el momento en que iba a poner la cabeza bajo el ala, una gran gota de agua le cayó encima- . “¡Qué raro!”-exclamó- “no hay una sola nube en el cielo, las estrellas se ven claras y brillantes, y sin embargo está lloviendo. El clima en el norte de Europa es verdaderamente terrible. Al junco le gustaba la lluvia, pero eso no era más que puro egoísmo.»
Entonces le cayó otra gota.
-“De qué me sirve una estatua, si no me protege de la lluvia” -dijo la golondrina-. “Voy a buscar el copete de una chimenea”, y ya iba a emprender el vuelo pero antes de que hubiese desplegado las alas, le cayó encima una tercera gota. Entonces miró hacia arriba y vio... ¡Ah!, ¿qué es lo que vio?
Los ojos del príncipe estaban bañados en lágrimas, y las lágrimas corrían por sus mejillas doradas. Su cara era tan hermosa bajo la luz de la luna que la pequeña golondrina se sintió llena de lástima.
-‘¿Quién eres?” -le preguntó.
-“Soy el Príncipe Feliz”.
-“Entonces; ¿por qué lloras?” -dijo la golondrina-, “me has empapado.»
-“Cuando estaba vivo, y tenía un corazón humano” -contestó la estatua-, “no sabía lo que eran las lágrimas, porque vivía en el Palacio de Sans-Souci, donde a la tristeza no se le permite entrar. Durante el día jugaba con mis amigos en el jardín, y en la noche yo dirigía las danzas en el Gran Salón.
“Alrededor del jardín se alzaba una tapia altísima, pero nunca me preocupé por preguntar lo que se encontraba tras ella; todo lo que me rodeaba era tan bello. Mis cortesanos me llamaban El Príncipe Feliz, y en realidad lo era, si es que el placer es la felicidad. Así viví, y así morí. Y ahora que estoy muerto me han colocado a tal altura, que puedo ver toda la fealdad y toda la miseria de mi ciudad, y aunque mi corazón ahora es de plomo, no me queda más remedio que llorar.” -“Pues qué, ¿no está hecho de oro macizo?” -se dijo para sí la golondrina, pues era muy cortés para hacer observaciones en voz alta.
-“Allá lejos” --continuó la estatua en voz baja y melódica-, “allá lejos, en una callejuela, hay una casa muy pobre. Una de las ventanas permanece abierta, y por ella puedo ver una mujer sentada ante una mesa.
Su cara se ve demacrada y triste, tiene manos toscas y enrojecidas, y las yemas de sus dedos picadas por la aguja, porque es costurera. Está bordando pasionarias en un vestido de seda que deberá lucir la más encantadora de las damás de honor de la reina, en el próximo gran baile de la Corte. Sobre una cama, en un rincón del mismo cuarto, yace su pequeño hijo enfermo, con fiebre, y pide naranjas. Su madre no tiene nada para darle, más que el agua del río; y por eso el pequeño llora. Golondrina, golondrina, golondrinita, ¿no quisieras llevarle el rubí del puño de mi espada? Mis pies están sujetos a este pedestal, y no puedo moverme.
-“Me están esperando en Egipto” -contestó la golondrina-. Mis compañeras ya vuelan de aquí para allá sobre el Nilo, y hablan con los grandes lotos. Pronto se recogerán a dormir en la tumba del Gran Rey. El Rey está allí mismo dentro de su sarcófago pintado. Envuelto en bandas de lino amarillo y embalsamado con
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