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El presente texto cuenta con derechos de autor. Su transcripción se realiza con fines estrictamente educativos.


Enviado por   •  28 de Marzo de 2017  •  Apuntes  •  2.977 Palabras (12 Páginas)  •  320 Visitas

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René Girard

VEO A SATÁN

CAER COMO EL RELÁMPAGO

Anagrama

Anagrama, Barcelona 2002

Traducción: Francisco Díez del Corral

El presente texto cuenta con derechos de autor. Su transcripción se realiza con fines estrictamente educativos.

En la transcripción, entre corchetes se indica el número de página de los párrafos precedentes, en el original.

ÍNDICE:

Introducción (9)

PRIMERA PARTE: EL SABER BÍBLICO SOBRE LA VIOLENCIA.

1. Es preciso que llegue el escándalo. (23)

2. El ciclo de la violencia mimética. (37)

3. Satán. (53)

SEGUNDA PARTE: LA SOLUCIÓN AL ENIGMA DE LOS MITOS.

4. El horrible milagro de Apolonio de Tiana (73)

5. Mitología (89)

6. Sacrificio (101)

7. El asesinato fundador (115)

8. Potestades y Principados (131)

TERCERA PARTE: EL TRIUNFO DE LA CRUZ

9. Singularidad de la Biblia (141)

10. Singularidad de los Evangelios (161)

11. El triunfo de la Cruz (179)

12. Chivo Expiatorio (199)

13. La moderna preocupación por las victimas (209)

14. La doble herencia de Nietzsche (221)

Conclusión (235)

INTRODUCCIÓN

Lenta, pero inexorablemente, el predominio de lo religioso va retrocediendo en todo el planeta. Entre las especies vivas cuya supervivencia se ve amenazada en nuestro mundo, hay que incluir las religiones. Las poco importantes hace ya tiempo que han muerto, y la salud de las más extendidas no es tan buena como se dice, incluso en el caso del indomable islam, incluso tratándose del abrumadoramente multitudinario hinduismo. Y si en ciertas regiones la crisis es tan lenta que todavía cabe negar su existencia sin que ello parezca demasiado inverosímil, eso no durará. La crisis es universal y en todas partes se acelera, aunque a ritmos diferentes. Se inició en los países más antiguamente cristianizados, y es en ellos donde está más avanzada.

Desde hace siglos sabios y pensadores han augurado la desaparición del cristianismo y, por primera vez, hoy osan afirmar que ha llegado ya la hora. Hemos entrado, anuncian con solemnidad aunque de forma bastante trivial, en la fase poscristiana de la historia humana. Es cierto que muchos observadores brindan una interpretación diferente de la situación actual. Cada seis meses predicen una «vuelta de lo religioso». Y agitan el espantajo de los integrismos. Pero esos movimientos sólo movilizan a ínfimas minorías. Son reacciones [9] desesperadas ante la indiferencia religiosa que aumenta en todas partes.

Sin duda, la crisis de lo religioso constituye uno de los datos fundamentales de nuestro tiempo. Para llegar a sus inicios, hay que remontarse a la primera unificación del planeta, a los grandes descubrimientos, quizás incluso más atrás, a todo lo que impulsa la inteligencia humana hacia las comparaciones. Veamos.

Aunque el comparatismo salvaje afecta a todas las religiones, y en todas hace estragos, las más vulnerables son, evidentemente, las más intransigentes, y, en concreto, aquellas que basan la salvación de la humanidad en el suplicio sufrido en Jerusalén por un joven judío desconocido, hace dos mil años. Jesucristo es para el cristianismo el único redentor: «[...] pues ni siquiera hay bajo el cielo otro nombre, que haya sido dado a los hombres, por el que debamos salvarnos» (Hechos 4,12).[1]*

La moderna feria de las religiones somete la convicción cristiana a una dura prueba. Durante cuatro o cinco siglos, viajeros y etnólogos han ido lanzando a raudales, a un público cada vez más curioso, cada vez más escéptico, descripciones de cultos arcaicos más desconcertantes por su familiaridad que por su exotismo.

Ya en el Imperio Romano, ciertos defensores del paganismo veían en la Pasión y la Resurrección de Jesucristo un mythos análogo a los de Osiris, Atis, Adonis, Ormuz, Dioniso y otros héroes y heroínas de los mitos llamados de muerte y resurrección.

El sacrificio, a menudo por una colectividad, de una víctima aparece en todas partes, y en todas finaliza con su triunfal reaparición resucitada y divinizada. [10]

En todos los cultos arcaicos existen ritos que conmemoran y reproducen el mito fundador inmolando víctimas, humanas o animales, que sustituyen a la víctima original, aquella cuya muerte y retorno triunfal relatan los mitos. Como regla general, los sacrificios concluyen con un ágape celebrado en común. Y siempre es la víctima, animal o humana, el plato de ese banquete. El canibalismo ritual no es «un invento del imperialismo occidental», sino un elemento fundamental de lo religioso arcaico.

Sin que ello signifique abonar la violencia de los conquistadores, no es difícil comprender la impresión que debieron de causarles los sacrificios aztecas, en los que veían una diabólica parodia del cristianismo.

Los comparatistas anticristianos no pierden ocasión de identificar la eucaristía cristiana con los festines caníbales. Lejos de excluir esas equiparaciones, el lenguaje de los Evangelios las estimula: «De verdad os aseguro, si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros», dice Jesús. Y si hemos de creer a Juan, que las recoge (6, 48-66), tales palabras asustaron de tal manera a los discípulos que muchos de ellos huyeron para no volver.

A.N. Whitehead lamentaba en 1926 «la inexistencia de una separación clara entre el cristianismo y las burdas fantasías de las viejas religiones tribales». El teólogo protestante Rudolf Bultmann decía con toda franqueza que el relato evangélico se parece demasiado a cualquiera de los mitos de muerte y resurrección para no ser uno de ellos. Pese a lo cual se consideraba creyente y vinculado con toda firmeza a un cristianismo puramente «existencial», liberado de todo aquello que el hombre moderno considera, legítimamente, increíble «en la época del automóvil y la electricidad». [11]

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