HISTORIA DEL TEATRO
Enviado por shakespeare • 27 de Marzo de 2012 • 6.198 Palabras (25 Páginas) • 924 Visitas
HISTORIA DEL TEATRO
PRINCIPIOS DEL TEATRO
El teatro, en su más amplio y noble sentido, es tan viejo como el hombre. Porque el hombre es siempre un ser mimético, un ser que finge e imita. Lo hace por utilidad material algunas veces, y por puro placer las más de ellas. Cuando el niño juega, está haciendo teatro. Cuando el adulto se disfraza y danza en fiestas o en rituales, está haciendo teatro. El afán de remedar, de reproducir gestos, ademanes, voces y actitudes, es connatural al ser humano.
Todas las liturgias religiosas son representaciones dramáticas. Si observamos los bailes de las sociedades primitivas, si nos detenemos a considerar el enfático mundo de las mitologías o el espectáculo de las ceremonias religiosas, si miramos sin ser vistos a un grupo de muchachos jugar a los soldados o a los indios, nos encontraremos ante la esencia misma de la representación teatral, ante su fuente primaria. El fenómeno dramático precede, en todas las culturas, al fenómeno literario o al de las artes plásticas, porque el hombre, para satisfacer su afán de creación y de imitación, utiliza antes que nada el material disponible más próximo: el de sí mismo, el de su cuerpo.
Pero el teatro, antes que ejercicio lúdico y complacencia del espíritu, fue necesidad práctica. Los habitantes de las cavernas paleolíticas y neolíticas, artistas mágicos, cazadores por imperiosas exigencias vitales, ofrecían como cebo a las pretendidas presas la imagen dinámica de una imitación que las atrajese. Se disfrazaban de las fieras buscadas, se revestían con sus pieles, fingían convencionalmente sus movimientos y sus bramidos. He aquí, vivamente, uno de los orígenes del teatro. Por otro lado, la segunda de sus fuentes puede identificarse en las danzas mímicas ejecutadas por los hechiceros de las hordas para conjurar la fuerza maligna del enemigo sobrenatural, para contrarrestar el influjo de confusas y misteriosas divinidades. Todavía perduran en nuestros días mascaradas religiosas y folklóricas esencialmente semejantes a los ritos del hombre primitivo o a los de los pueblos poco desarrollados actuales.
Recordemos la “Patum” de Berga, la grotesca ceremonia de la Expulsión de la Muerte aún celebrada en algunas comarcas de la Europa central, las Tarascas de las procesiones católicas del Corpus. En la protohistoria, los demonios del bosque, los espíritus naturales, eran imitados por el mago, que imponía de este modo un temor pánico a los espectadores o fieles de la tribu. Los historiadores del teatro, los antropólogos, los sociólogos, nos ofrecen panorámicas muy sugestivas sobre los prolegómenos del fenómeno dramático en los orígenes de las culturas.
El hombre inventa el disfraz y la mímica para una ceremonia mágica; luego, descubre la danza, el canto y el poema para sus plegarias religiosas. La liturgia lo conduce en seguida a establecer el diálogo, la acción y el decorado. El teatro queda inventado así, con casi todos sus medios de expresión.
Al nacer el teatro, nace también el lugar teatral, el escenario en que se celebra la representación. Ese lugar fue, primero, la fogata en la boca de la cueva, con su fondo de espesa selva o de rocas erguidas; luego, los soleados pedregales helénicos, los macizos templos dóricos, los umbrosos pórticos medievales. En Grecia se blanqueaban con cal paredes y se ornamentaba el suelo. A veces es al aire libre: en los teatros y circos de la antigüedad clásica, en carretas dispuestas en círculo, en estadios, en canales, en fiestas de feria, en la Piazza de San Marco, entre los jardines y surtidores de Versalles, en los campos de carreras. Otras veces, se sitúa en lugares cerrados: castillos, edificios especiales, galerías palaciegas, patios curtos, corrales, plazuelas y mesones.
Interviene la luz; para unir o separar a los actores y a los espectadores. Cuando es luz natural, une; cuando es artificial, a veces blanca, a veces de colores, trata de aislar al público en la penumbra o poner en evidencia a los actores. Las posibilidades de la luz han intervenido decisivamente en la evolución del espectáculo teatral. Más tarde inventó la puesta en escena, con la escenografía, el sonido y los efectos especiales. Pero la luz fue antes, en el espacio de la representación, en lo que hemos de llamar, con inevitable galicismo, el “lugar teatral”.
Es bien sabido que, en innumerables aspectos, el último cuarto del siglo XIX y el XX son épocas que se caracterizan por una revisión de todos los valores precedentemente aceptados. Las formas de percibir y de representar el universo se modifican radicalmente. Y, como es lógico, el teatro también es alcanzado por esta transformación técnica, económica, social y estética. De ahí que haya surgido un nuevo modo de entender la función de aquél en la sociedad, así como los medios de expresión escénica y la dramaturgia misma. Entre otras cosas profundamente transformadas a lo largo de esta evolución, está el lugar teatral.
Hacia 1870 el lugar teatral por excelencia consiste en lo que se ha dado en llamar «teatro a la italiana». Todas las salas se componen de una planta (orquesta y patio de butacas) y de un numero variable de pisos. La forma circular adoptada generalmente, condena a los dos tercios de los espectadores de los pisos altos a estar colocados literalmente y sin exageración alguna, los unos frente a los otros.
EL ESPECTÁCULO ROMANO
El teatro nunca fue en Roma un instrumento de educación o de cultura. Sólo una minoría de letrados del siglo de Augusto (por otra parte, una minoría prácticamente corrompida) se preocupó de imitar a los griegos por puro placer intelectual. Sin embargo, el arte dramático propiamente dicho estaba en cierto modo vinculado con algunas fiestas y ceremonias populares y ciudadanas: los ludí scenici, las saturnales, los triunfos, las naumaquias, entre otras. Más tarde se crearon obras de un carácter más literario, como las fabula palliata que, al afincarse en Roma, se denominaron fabula togata, y que, cuando trataban de temas históricos, recibían el nombre de fabula praetextata.
El teatro, tal como hoy lo entendemos, tuvo en Roma, no obstante, representantes dignos de ser tenidos en cuenta. Tras los mimodramas, simples farsas llenas de intrigas y argumentos procaces, escribieron tragedias y comedias Ennio Pacuvio, Séneca, Cicerón y el propio César. Poetas de más talla, como Plauto y Terencio, produjeron obras teatrales en las que presentaban, con agudo realismo, escenas de la vida cotidiana.
Aunque, en principio, todo era a imitación griega, hay algunas diferencias qué conviene señalar, especialmente desde el punto de
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