JUVENTUD EN ÉXTASIS.
Enviado por leofado • 7 de Junio de 2012 • 4.343 Palabras (18 Páginas) • 1.110 Visitas
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JUVENTUD EN ÉXTASIS.
Perdí por unos minutos la lucidez mental. Hubo un silencio incómodo que pareció eternamente largo. Asaf Marín de pie junto a la mesa del comedor me vio leer la dedicatoria del retrato, cerrar los ojos, bajar la cabeza y crispar los puños al comprender cuánto, entre líneas, él había estado tratando de decirme.
—Hace muchos años me fue quitado algo intrínseco —explicó con voz temblorosa—, un elemento entrañable sin el cual mi vida quedó mutilada… Curiosamente lo recuperé cuando había perdido todas las esperanzas de hallarlo… Y ahora que está frente a mí… lejos de sentir una alegría eufórica, me ha invadido una profunda tranquilidad.
Dhamar no entendía un ápice de las palabras del doctor. Yo me negaba a entender. “No es cierto, es mentira”, me decía, “no puede ser verdad.”
—Mi existencia se vino abajo cuando me divorcié —continuó tratando de explicarse—. En realidad todo estuvo mal desde el comienzo. El noviazgo que tuve con aquella hermosa mujer fue tan explosivo, sensual y rápido que no nos dimos cuenta de cuan incompatibles éramos. Por eso les insistí tanto a ustedes en que tuvieran cuidado de no cometer los mismos errores. La obsesión sexual en la soltería produce un desequilibrio enorme… un éxtasis hermoso pero terriblemente arriesgado —se detuvo, tomó aire y se limpió el rostro con ambas manos—. No se imaginan las conse¬cuencias que sufrí por haberme dejado seducir ante el espejismo erótico. Con decirles que cuando mi esposa y yo nos separamos estuve a punto de suicidarme… ¡Me resultaba imposible vivir en ese magno fracaso! Era intolerable saberme lejos de mis dos hijos, a quienes adoraba, y a la vez no tener el valor de reclamarlos. Pensaba en ellos… Deseaba lo mejor para ellos, pero, ¿qué clase de vida podía esperarles al lado de un despojo humano como yo, de un sujeto descalabrado, vencido, emocionalmente arruinado…? Su madre al menos había vuelto a formar otro hogar con un elec¬tricista…
La voz se le quebró y debió detenerse.
Apoyado en la mesa, parecía a punto de languidecer, como un deudo recargado en el féretro de su ser más querido.
Dhamar se deslizó hacia mí mirándome furtivamente con los ojos muy abiertos… al borde de comprender, pero sin poder, sin atreverse aún… Rozó mi brazo con el suyo.
Yo estaba inmóvil, aplastado, con la vista totalmente nublada y la garganta obstruida por una enorme masa de emociones re¬primidas.
—Yo era químico farmacobiólogo —continuó Asaf apenas sus cuerdas vocales se lo permitieron—. Ante mi fracaso marital, busqué un escape… Hice una revalidación para obtener el título de medicina y me empleé de tiempo completo en un laboratorio de investigaciones. Tener la mente ocupada día y noche, hundido en libros y compuestos, fue una evasión perfecta durante varios años. Me dejé crecer el cabello y la barba y evité lo más posible el contacto con la gente. Contraté a un abogado para que se hiciera cargo de los trámites del divorcio. No deseaba volver a ver a mi ex esposa y mucho menos a mis dos hijos. Tenía la autoestima hecha añicos, el ego destruido… Lo que quería era olvidar. Me hubiese resultado imposible estar cerca de ellos sin abrazarlos ansiosamente, sin transmitirles mi desesperación, y la niña ya era bastante mayorcita como para darse cuenta. No quería causarles más conflictos. Además, si aceptaba convivir eventualmente con ellos, como lo permitía la ley, estaba seguro de que terminaría raptándolos…
Respiró hondo haciendo una larga pausa. Dhamar aprovechó para buscar un pañuelo en su bolsa de mano y tendérmelo. Era evidente, pensé, que la primogénita pudo darse cuenta de buena parte del drama familiar y desarrollarse sanamente con los pies en la tierra. ¿Pero el hijo menor? ¡Qué papel tan distinto había reser¬vado la Providencia para él! Creció envuelto en falacias y cuentos de hadas, siempre rezándole a la primera estrella del cenit, convencido de que en ella habitaba su padre…
—Así transcurrieron cuatro años —prosiguió—, me hice aficionado a los libros de superación personal y poco a poco sus con¬ceptos fueron tendiéndome lazos de los que me así para salir del hoyo. Un día, cierta doctora que dirigía la cátedra de cardiopatías en la universidad, enterada de mis novedosas investigaciones, se presentó para invitarme a participar en un seminario de actualiza¬ción médica. Como era de esperarse, rechacé su ofrecimiento; pero posteriormente, en un repentino deseo de salir de esa soledad asfixiante, me rasuré, me corté el cabello y me presenté puntual al evento.
“La colega no me reconoció, pero luego de ver mis credenciales me dijo con gran asombro que era mucho más joven y atractivo de lo que le parecí al principio. Su falta de recato me impulsó a preguntarle si aceptaría tomar una copa conmigo después de las actividades y ella accedió confesándome que era divorciada… Me reí de la ironía del destino. Dos individuos azotados por las malas jugadas del ajedrez amoroso se encontraban para mezclar su tristeza tras un aburrido congreso de medicina utópica.
“Esa fuerte emoción, similar a la que aborda a los jóvenes cuando se ven en la puerta de una aventura sexual, se apoderó de mí. Tenía mucho tiempo sin tocar el cuerpo de una mujer y aunque no pretendía enredarme afectivamente con ella, me agradaba la idea de convivir, pues, considerando nuestro estado civil, no teníamos nada que perder en un fugaz acercamiento físico. En cuanto terminó el trabajo, llevé a la doctora a mi casa.
“Tomamos varias copas, vertimos sobre la mesa la amargura de nuestros anteriores yerros y ya envueltos por el frenesí de la madrugada fuimos a la alcoba dispuestos a dejar que nuestros cuer¬pos desahogaran cuanto les fuera dable.
“Eran más de las dos de la mañana. Repentinamente sonó el timbre de la puerta con extraña insistencia. Tardé en reaccionar, incrédulo de que alguien se atreviera a visitarme a esa hora y con tan evidente urgencia. Me metí en una bata y baje las escaleras asom brado. El prófugo, moribundo o ladrón acompañaba ahora los lar gos timbrazos con incesantes golpes a la aldaba. Entreabrí la puerta dispuesto a enfrentarme a cualquier clase de demente y casi me fin de espaldas al hallarme con quienes menos hubiera podido imaginar: mi ex esposa y mi hija mayor
“La niña había crecido enormemente llegando a una estatura ligeramente inferior a la de su mamá, y aunque ya se adivinaban sus formas de mujer, aún conservaba el rostro infantil, el gesto ino¬cente y los ojos enormes y redondos como de muñeca…
“Me hice a un lado impávido, con la piel exangüe por el asombro. Mi ex esposa entró llorando.
“—Por favor, Asaf —me
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