John Maynard Keynes
Enviado por lino111 • 12 de Enero de 2014 • 865 Palabras (4 Páginas) • 356 Visitas
John Maynard Keynes
Ensayos de persuasión, Barcelona, Crítica. 1988, Páginas 15-43
1.PARÍS (1919)
De Las consecuencias económicas de la paz (1919), capítulo I, «Introducción».
La facultad de adaptación es característica de la Humanidad. Pocos son los que se hacen
cargo de la condición desusada, inestable, complicada, falta de unidad y transitoria de la
organización económica en que ha vivido la Europa occidental durante el último medio siglo.
Tomamos por naturales, permanentes y de inexcusable subordinación algunos de nuestros
últimos adelantos más particulares y circunstanciales, y, según ellos, trazamos nuestros planes.
Sobre esta cimentación falsa y movediza proyectamos la mejora social; levantamos nuestras
plataformas políticas; perseguimos nuestras animosidades y nuestras ambiciones personales, y
nos sentimos con medios suficientes para atizar, en vez de calmar, el conflicto civil en la
familia europea. Movido por ilusión insana y egoísmo sin aprensión, el pueblo alemán
subvirtió los cimientos sobre los que todos vivíamos y edificábamos. Pero los voceros de los
pueblos francés e inglés han corrido el riesgo de completar la ruina que Alemania inició, por
una paz que, si se lleva a efecto, destrozará para lo sucesivo -pudiendo haberla restaurado- la
delicada y complicada organización -ya alterada y rota por la guerra-, única mediante la cual
podrían los pueblos europeos servir su destino y vivir.
El aspecto externo de la vida en Inglaterra no nos deja ver todavía ni apreciar en lo más
mínimo que ha terminado una época. Nos afanamos para reanudar los hilos de nuestra vida
donde los dejamos; con la única diferencia de que algunos de nosotros parecemos bastante
más ricos de lo que éramos antes. Si antes de la guerra gastábamos millones, ahora hemos
aprendido que podemos gastar, sin detrimento aparente, cientos de millones; evidentemente,
no habíamos explotado hasta lo último las posibilidades de nuestra vida económica.
Aspiramos, desde luego, no sólo a volver a disfrutar del bienestar de 1914, sino a su mayor
ampliación e intensificación. Así, trazan sus planes de modo semejante todas las clases: el
rico, para gastar más y ahorrar menos, y el pobre, para gastar más y trabajar menos.
Pero acaso tan sólo en Inglaterra (y en América) es posible ser tan inconsciente. En la
Europa continental, la tierra se levanta, pero nadie está atento a sus ruidos. El problema no es
de extravagancias o de «turbulencias del trabajo»; es una cuestión de vida o muerte, de
agotamiento o de existencia: se trata de las pavorosas convulsiones de una civilización
agonizante.
Para el que estaba pasando en París la mayor parte de los seis meses que sucedieron al
Armisticio, una visita ocasional a Londres constituía una extraña experiencia. Inglaterra sigue
siempre fuera de Europa. Los quejidos apagados de Europa no llegan a ella. Europa es cosa
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aparte. Inglaterra no es carne de su carne, ni cuerpo de su cuerpo. Pero Europa forma un todo
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