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LA REALIDAD COLOMBIANA


Enviado por   •  28 de Agosto de 2018  •  Ensayo  •  1.851 Palabras (8 Páginas)  •  202 Visitas

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LA REALIDAD COLOMBIANA

SARA VALENTINA CASTRO

10°A

LUIS ELOY PEREA PALOMEQUE

LIC HUMANIDADES LENGUA CASTELLANA

INSTITUCION EDUCATIVA CENTRAL

CURRULAO (ANT)

INTRODUCCION

En Colombia empezó a hablarse de políticas  de juventud a finales de los años 80 por los fenómenos de violencia en los que se vieron involucrados los jóvenes que surgieron de esta forma como sujetos sociales. Es decir, la visibilización de la juventud en Colombia –como ocurre con una buena parte de nuestra realidad y nuestra geografía– se da por la vía de la violencia, y quizás por eso, la juventud empezó a ser nombrada como una negación.

En la década de los 80, el libro de Rodrigo  Parra Sandoval ‘Ausencia de Futuro’, hacía un dramático relato de la realidad de este sector de la población que empezaba a vivir los vértigos de la globalización, pero es uno de los dramas nuestros que estaba, al mismo tiempo, anclado en el contexto de los terrores medievales. Luego, textos como ‘No Nacimos pa’ semilla’1 y la película ‘Rodrigo D, no futuro’, de Víctor Gaviria, afianzaron una realidad o una imagen de los jóvenes como vacío de esperanza.

No era tampoco una realidad inventada. En la década de los 80 con el detonante del narcotráfico, pero por muchas razones más, los jóvenes protagonizaron magnicidios en donde se desprendían, al mismo tiempo, de su vida. En las barriadas de algunas ciudades se masificó la organización de jóvenes armados, ejercieron lo que yo he llamado una violencia autodestructiva.

Algo que a mí me llama mucho la atención, que quizás a muchos de nosotros  los jóvenes lo que no nos han  encomendado es la tarea de anticipar el futuro. Nosotros somos , a nuestro  parecer, como una avanzada que la sociedad envía a reconocer los escenarios futuros, y los jóvenes de los 80 anticiparon, desde esa lógica,  el absurdo de una confrontación generalizada donde se perdieron límites y pudores, pero sobre todo de una confrontación de guerrillas, de paras y, en ocasiones, del Estado, sin ningún proyecto.

Una sociedad que no se quiere mirar a sí misma opta por localizar en sujetos y geografías los culpables del mal. Así, identificar a los jóvenes como culpables de la pérdida de valores y de la descomposición, y dar rienda suelta a las limpiezas  sociales, sirvió de ritual como de cierto exorcismo cruel pero inútil. Y han hecho limpieza social agentes oficiales del Estado, y lo han hecho las guerrillas y lo han hecho también los paramilitares y por desgracia muchos sectores de lo que se llama sociedad civil.

La pregunta predominante era, y quizás es: ¿por qué los jóvenes pervierten una conducta social? Pero la pregunta ha de ser: ¿qué sociedad tenemos que empuja a sus jóvenes al abismo? En la primera pregunta está implícita la estigmatización a  este grupo de edad y en especial a los de origen popular. Esa estigmatización se hizo extensiva a su estética, a sus prácticas contraculturales, a sus maneras de ser y de vestir. Los medios  de comunicación, hay que señalarlo, contribuyeron a coronar esa percepción unilateral  de la juventud para la sociedad    terminara percibiendo al joven, y sobre todo al de origen popular, como sujeto peligroso.

No se ha logrado, según el espíritu de la Ley de Juventud, que la política sea transversal a toda la administración del Estado. La Constitución manda que el Estado proteja a la población en situación de vulnerabilidad. El tamaño de esta población por la situación de la pobreza y de las violencias ha crecido desmesuradamente. Esto hace necesario priorizar las líneas de atención. A mi parecer son dos: los relacionados al tema de familia, y los concernientes al tema de educación y capacitación para el trabajo.  

Desde luego parto del implícito de que el Estado debe hacer un esfuerzo de prever condiciones básicas de vida digna como salud, educación y vivienda  en los casos de la cotidianidad podemos constatar que quienes hoy se vinculan a la guerra, en especial los niños y jóvenes que son el objeto de nuestra reflexión, no lo hacen como sucedía en parte en otro tiempo, por razones ideológicas o contestatarias o de rebeldía. No, por el contrario  son jóvenes literalmente expulsados de la estructura familiar por el maltrato, y del entorno social por el desamparo.

Los niños en la guerra buscan cosas tan elementales como el pan, el sentido de pertenencia y en cierta forma de protagonismo, que la sociedad les niega. En la sociedad se han hecho normales prácticas como el abuso sexual, el golpe físico, el amilanamiento psicológico2. El escenario donde estos atropellos suceden más es en el seno de las familias. El esfuerzo de transformación de estas prácticas exige redoblar las políticas del Estado y la conjunción con la sociedad. Se trata de un gran esfuerzo educativo para transformar costumbres interiorizadas en importantes segmentos de la población que aún están lejos de asumir a los niños y a los jóvenes como sujetos plenos de deberes y derechos.  

Todos sabemos que una de las fuentes de desigualdad del presente y del futuro es el acceso a la educación. En una ciudad como Medellín se estima que tenemos cerca de 100.000 mil jóvenes que están por fuera del sistema educativo y lejos de unas posibilidades laborales dignas. Es más importante capacitarlos en una formación técnica o en artes y oficios que les permitan estar en condiciones de participar en el mercado laboral.

Después de mirar muchos años de desarrollo de programas para juventud  en el país se puede pensar que la atención a los jóvenes de manera parcial, por fuera de un plan intenso de cobertura en servicios básicos es inútil. La participación de la juventud tiene sentido si se da en el marco de procesos macro. No como una simulación de protagonismo, ni como una propuesta de participación en eventos culturales o recreativos episódicos, sino en realidad como si estuviéramos transformando realmente el entorno que los ha condenado ya por muchos años.

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