La ciudad de Salazar, a su modo, es una mezcla de ciudad medieval y de metrópolis
Enviado por emilyrose • 4 de Junio de 2013 • 599 Palabras (3 Páginas) • 319 Visitas
La ciudad de Salazar, a su modo, es una mezcla de ciudad medieval y de metrópolis. Ciudad medieval en tanto que su trazado y la disposición de sus habitantes recuerda esos casos extremos de marginalización espacial ejercida por los urbanistas del siglo XII y XIII. Jacques Le Goff (1989) habla de ciudades guetos donde iban a parar los excluidos de entonces (usureros, prostitutas, ladrones, sepultureros, descuartizadores, juglares, enfermos mentales, carniceros); y metrópolis porque en ella entran y actúan las fuerzas de una modernidad que en América Latina es despiadada (la publicidad, el consumo y el comercio de la droga, el nihilismo). La ciudad de No nacimos pa’ semilla es una ciudad quedada a mitad de camino, una ciudad que es como un retazo de culturas de pueblos diseminadas caóticamente. Pero lo interesante de No nacimos pa’ semilla es que enseña, con toda su complejidad y su desgarramiento, con toda su fuerza linguística, la figura del sicario joven, adolescente, casi niño. Ese desvalido, ese otro arrojado a los rincones putrefactos de la ciudad, que encuentra en la violencia, en el trabajo de matar por dinero al servicio del narcotráfico, una posibilidad de ser por un momento protagonista de una sociedad que no ha querido saber nada de ellos. Y su mecánica de acción está enredada con un sistema de comportamientos y creencias donde un implacable sincretismo cultural tiene su puesto. Los sicarios de No nacimos pa’ semilla, esos mismos personajes que han llenado desde 1990 muchas páginas logradas y malogradas de la nueva narrativa colombiana, son máquinas de matar pero se encomiendan a la virgen, prenden veladoras y recitan plegarias para que sus crímenes sean consumados sin mayores problemas, odian al padre ausente y aman a una madre ubicua, que lo ha hecho todo por levantarlos en medio de un mundo hostil. Para ellos amar a la madre y responder por ella pase lo que pase y ser fiel a su nombre y aferrarse a su imagen casi virginal es conservar una especie de principio ético que los enaltece. Porque, desde su dinámica moral, es posible haber asesinado muchos hombres, pero se seguirá siendo parte de la humanidad desde la óptica de los afectos, si todas esas maldades han sido hechas para favorecer a la vieja. Recordemos la frase de unos de los sicarios de Salazar: “la madre es lo más sagrado que hay, madre no hay sino una, papá puede ser cualquier hijueputa” (Salazar, 1990, 199).
Con todo, esta solidaridad familiar, de conseguir dinero matando para ayudar a la madre y a la familia precaria, no es propio sólo de Colombia y, particularmente, de Medellín. Recuérdese, para dar tan sólo un ejemplo en el plano literario, a Baltasar Gérard, ese joven carpintero de Dôle que recreó Juan José Arreola en su Confabulario. Baltasar asesina al Príncipe de Orange y, capturado de inmediato, se le condena a muerte. Segundos antes de su muerte, no es el miedo lo que lo inunda, es una cálida sensación
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