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Leyenda Hidalguense


Enviado por   •  26 de Octubre de 2012  •  985 Palabras (4 Páginas)  •  569 Visitas

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La Dama de la Casa Grande

Dicen quienes saben, que la historia arranca de los días en los que el excelentesimo señor Conde de Regla, dicho don Pedro Romero de Terreros, sufrió de los descalabros por los que el mismo había ocasionado a través de sus lugartenientes, a los mineros, en 1766; y en consecuencia se le veía solo de paso entre sus haciendas y casonas del Real de Pachuca y la de beneficio de Santa María Regla, a un costado de la parroquía que él mando rehacer, en una finca no de mucho lujo como su famoso palacio de la ciudad de México, nombrada "La Casa de Plata", o como la "Casa Colorada", en la Asunción de Pachuca; pero aquí, brumoso y boscoso real, se le conoce como "La Casa Grande", hasta la fecha. Es, en efecto, una casa grande con huerta y jardín siempre florido.

Pues en dicha casa vivió una dama muy bella.

Siempre, doña María Catarina Pérez Romero de Santa Teresa vistió elegante, con basquiños y trajes llegados de la Península, fabricados con finos damascos y brocados, a los que gustó de adornar también con broches de oro y pedrería.

Nunca se supo quién era precisamente doña María Catarina, aun cuando por el apellido se tenía por parienta del señor Conde Romero de Terreros. Lo que sí era suficientemente sabído por todos los realeños, era que la dicha señora vivió con el lujo y las comodidades cortesanas, y que ostensiblemente una como la dueña y señora de la "Casa Grande".

La dama no vivía sola durante la bonanza del noble caballero. Tuvo un hijo, chiquillo de hermoso semblante, pero jorobado, a quien trató con exagerados cuidados y cariños, hasta que el chico alcanzó la edad púber. Entonces todo cambió. La casa nunca tuvo tantos servidores, aunque sí los suficientes. Comenzaron a resentir mayordomes y criados, tratos diferentes, agresivos, por parte de la señora, quien a la verdad jamás fue dulce, sino altiva, sin llegar a altanera y ahora era altanera sin ser altiva. Aún más, se advirtió desaliño en su antes cuidada persona y los cambios se siguieron en reiterados progresos, hasta convertirse doña María Catarina, en una vieja con aspecto de bruja y su hijo en un pobre jorobado, enclenque y adocenado.

La gente del pueblo iba del asombro al susto.

Lo huraño de doña Catarina y su aspecto cada vez más repugnante, hizo que nadie pasara por el frente de la "Casa Grande" y los vecinos tuvieron que lamentar enormemente su cercanía. Los críados se fueron, en huida forzada. Entonces doña María Catarina se vio obligada a salir de compras, siempre enlutada. Para asegurar a su hijo, el jorobado, lo encadenó y sujetó a viejo yunque olvidado por ahí, de los que antes habían servido en una fragua de la hacienda de beneficio de San Miguel. Desde luego, al Conde no se le vió más, porque se supo cómo tuvo problemas por la pronta decadencia de sus minasen el Real y sus quejas ante el Virrey y ante Su Majestad el Rey de España.

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