Leyendas De La época Virreinal
Enviado por PaoOlaMtz • 3 de Marzo de 2013 • 1.219 Palabras (5 Páginas) • 74.768 Visitas
LAS MULAS DEL VIRREY
A fines del siglo XVI no había en toda la Nueva España otra pareja de mulas como las que tiraban la carroza del señor Virrey. Eran la envidia de todos los ricos y ganaderos de la capital de la colonia.
Altas, pecho ancho; los cuatro remos finos y nerviosos como los de un reno; cabeza descarnada, y las movibles orejas y los negros ojos como los de un venado. Eran ligeras, y tan obedientes a las riendas, que el cochero decía que podía manejarlas con cordones de seda.
Todos los días se levantaba el virrey a la aurora. Al pie de la escalera del palacio le esperaba el coche. Contemplaba con orgullo sus mulas; entraba en el carruaje; se santiguaba, y las mulas salían haciendo brotar chispas de las pocas piedras que se encontraban en el camino.
Después de un largo paseo por los alrededores de la ciudad, llegaba el Virrey, poco antes de las ocho a la nueva catedral, que en aquel tiempo, y con gran actividad, se empezaba a construir porque la existente tenía muchas deficiencias.
La obra iba muy adelantada, y trabajaban allí multitud de cuadrillas que, generalmente, se dividían por razas y castas. Unas de españoles, otras de indios, otras de mestizos y otras de negros, con fin de evitar choques, muy comunes, por desgracia, entre operarios de distinta raza.
Había dos cuadrillas que se distinguían por la prontitud y esmero con que cada una de ellas desempeñaba los trabajos que se les encomendaban, y lo curioso era que una de ellas estaba compuesta de españoles y la otra de indios.
El capataz de la cuadrilla española era un robusto asturiano ya macizo, llamado Pedro Noriega. De muy mal carácter, pero de muy buen corazón y muy trabajador.
Luis de Rivera era el capataz la cuadrilla de indios, porque más aspecto tenía de indio que de español, aunque era mestizo y hablaba con gran facilidad a lengua de los castellanos y el idioma náhuatl o mexicano.
No gozaba tampoco Luis de Rivera de un carácter angelical; era levantisco y pendenciero y ya había tenido que ver con la ley, por sus pleitos.
Por desgracia las dos cuadrillas tuvieron que trabajar muy cerca la una de la otra, y cuando Pedro Noriega se enfadaba con los suyos les gritaba: ¡españoles brutos, parecen indios! Rivera contestaba gritándoles a los suyos ¡Indios tan animales parecen españoles! Y los gritos se repetían todo el día. No cuidaron los directores de la obra de separar aquellas cuadrillas y los resultados tuvieron que venir, y los capataces llegaron no a la manos, sino a las armas, pues los dos andaban ya preparados porque esperaban el lance. Le tocó la peor parte al mestizo que cayó muerto de una puñalada. Aquello se convirtió en un tumulto y gran pelea entre todos los trabajadores. Tuvieron que venir las autoridades y tropas del palacio a separarlos. Se levantó el cadáver del Luis de Rivera, y Noriega fue llevado a prisión. Como el virrey estaba muy indignado, los señores de la Audiencia quisieron complacer al Virrey y teniendo en cuenta que una cédula decía que los crímenes de españoles contra los naturales del país se castigaran con más severidad, en quince días se terminó el proceso y Pedro Noriega fue sentenciado a la horca.
No valieron esfuerzos y ruegos de los vecinos, ni los halagos de la virreina, ni siquiera la influencia del obispo. El Virrey negó perdón a Noriega, alegando que se debía de
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