Libertad como tema literario
Enviado por José Rivera • 12 de Agosto de 2021 • Monografía • 2.385 Palabras (10 Páginas) • 132 Visitas
FUNDACIÓN CENTRO CRISTIANO SPA DEPARTAMENTO DE LENGUAJE[pic 1]
INSTITUTO ABDÓN CIFUENTES PROF. PAULINA GIULIANO.
GUÍA DE TRABAJO
UNIDAD 1: “Libertad en la Literatura” – TEMA:” Libertad como tema literario” 1° MEDIO
NOMBRE: | Jose pablo rivera Gaete |
FECHA: |
OBJETIVOS: | OA 8 Formular una interpretación de los textos literarios leídos OA 3 (clave) Analizar las narraciones leídas para enriquecer su comprensión OA 12 Aplicar flexiblemente y creativamente las habilidades de escritura adquiridas en clase como medio de expresión personalk |
HABILIDAD(ES): | Comprender-Analizar-Inferir localmente y globalmente. |
Instrucciones:
1.- Lee atentamente el texto y responde las preguntas que vienen a continuación. 2.- Procure cuidar la ortografía y redacción de cada respuesta.
3.- Por norma sanitaria, no puede prestarse las guías físicas (en papel).
4.- Utilice destacadores, para aplicar las estrategias de Comprensión Lectora.
EL REGISTRO
(cuento)
Baldomero Lillo ( Chile, 1867-1923)
[pic 2]
La mañana es fría, nebulosa, una fina llovizna empapa los achaparrados matorrales de viejos boldos y litres raquíticos. La abuela, con la falda arremangada y los pies descalzos, camina a toda prisa por el angosto sendero, evitando en lo posible el roce de las ramas, de las cuales se escurren gruesos goterones que horadan el suelo blando y esponjoso del atajo. Aquella senda es un camino poco frecuentado y solitario que, desviándose de la negra carretera, conduce a una pequeña población distante legua y media del poderoso establecimiento carbonífero, cuyas construcciones aparecen de cuando en cuando por entre los claros del boscaje allá en la lejanía borrosa del horizonte.
A pesar del frío y de la lluvia, el rostro de la viejecilla está empapado en sudor y su respiración es entrecortada y jadeante. En la diestra, apoyado contra el pecho, lleva un paquete cuyo volumen trata de disimular entre los pliegues del raído pañolón de lana.
La abuela es de corta estatura, delgada, seca. Su rostro, lleno de arrugas con ojos oscuros y tristes, tiene una expresión humilde, resignada. Parece muy inquieta y recelosa, y a medida que los árboles disminuyen se hace más visible su temor y sobresalto.
Cuando desembocó en la linde del bosque, se detuvo un instante para mirar con atención el espacio descubierto que se extendía delante de ella como una inmensa sábana gris, bajo el cielo pizarroso, casi negro en la dirección del noreste.
La llanura arenosa y estéril estaba desierta. A la derecha, interrumpiendo su monótona uniformidad, se alzaban los blancos muros de los galpones coronados por las lisas techumbres de zinc relucientes por la lluvia. Y más allá, tocando casi las pesadas nubes, surgía de la enorme chimenea de la mina el negro penacho de humo, retorcido, desmenuzado por las rachas furibundas del septentrión. La anciana, siempre medrosa e inquieta, después de un instante de observación pasó su delgado cuerpo por entre los alambres de la cerca que limitaba por ese lado los terrenos del establecimiento, y se encaminó en línea recta hacia las habitaciones. De vez en cuando se inclinaba y recogía la húmeda chamiza, astillas, ramas, raíces secas desparramadas en la arena, con las que formó un pequeño hacecillo que, atado con un cordel, se colocó en la cabeza.
Con este trofeo hizo su entrada en los corredores, pero las miradas irónicas, las sonrisas y las palabras de doble sentido que le dirigían al pasar, le hicieron ver que el ardid era demasiado conocido y no engañaba a los ojos perspicaces de las vecinas.
Pero, segura de la reserva de aquellas buenas gentes, no dio importancia a sus bromas y no se detuvo sino cuando se encontró delante de la puerta de su vivienda. Metió la llave en la cerradura, hizo girar los goznes y una vez adentro corrió el cerrojo.
Después de tirar en un rincón el haz de leña y de colocar encima de la cama cuidadosamente el paquete, se despojó del rebozo y lo suspendió de un cordel que atravesaba la estancia a la altura de su cabeza.
En seguida encendió el montoncillo de virutas y de carbón que estaba listo en la chimenea y sentándose al frente en un pequeño banco, esperó. Una llama brillante se levantó del fogón e iluminó el cuarto en cuyos blancos muros desnudos y fríos se dibujó la sombra angulosa y fantástica de la abuela. Cuando el calor fue suficiente, puso sobre los hierros la tetera con agua para el mate y yendo hacia la cama desenvolvió el paquete y colocó su contenido, una libra de hierba y otra de azúcar, en un extremo del banco donde ya estaba el pocillo de loza desportillado y la bombilla de lata.
Mientras el fuego chisporrotea la anciana acaricia con sus secos dedos la hierba fina y lustrosa de un hermoso color verde, deleitándose de antemano con la exquisita bebida que su gaznate de golosa está impaciente de saborear.
Sí, hacía ya mucho tiempo que el deseo de paladear un mate de aquella hierba olorosa y fragante era en ella una obsesión, una idea fija de su cerebro de sexagenaria. Pero cuán difícil le había sido hasta entonces preocuparse la satisfacción de aquel apetito, su vicio, como ella decía; pues su nietecillo José, portero de la mina, ganaba tan poco, treinta centavos apenas, lo indispensable para no morirse de hambre. ¡Y era el chico su único trabajador!
Mientras la hierba del despacho era tan mediocre y tenía tan mal gusto, allá en el pueblo había una finísima, de hoja pura y tan aromática que con sólo recordarla se le hacía agua la boca. Pero costaba tan caro ¡Cuarenta centavos la libra! Es verdad que por la del despacho pagaba el doble, pero el pago lo hacía con fichas o vales a cuenta del salario del pequeño, en tanto que para adquirir la otra era necesario dinero contante y sonante.
Mas, no era esa sola la única dificultad. Existía también la prohibición estricta para todos los trabajadores de la mina de comprar nada, ni provisiones, ni un alfiler, ni un pedazo de tela fuera del despacho de la Compañía. Cualquier artículo que tuviera otra procedencia era declarado contrabando y confiscado en el acto, siendo penadas por las residencias con la expulsión inmediata del contrabandista.
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