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Libro El Moro


Enviado por   •  21 de Noviembre de 2013  •  4.583 Palabras (19 Páginas)  •  329 Visitas

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El Moro nació en una noche estrellada a las orillas del río Funza, en la hacienda Ultramar, ubicada en la Sabana de Bogotá, de propiedad de don Próspero Quiñones. Pocas horas después de su nacimiento estuvo a punto de morir (a pesar de que en esa entonces él no tenía ni la "menor idea de la muerte") en un pantano, de donde fue sacado por el mayordomo y el amansador de esa finca. Entonces comprendió que "el mundo donde nació sólo ofrece peligros y amarguras". Más tarde habría de entender "lo absoluto del señorío del hombre sobre los seres de mi especie".

Tras pasar en el potrero días muy agradables retozando con los demás potros, y oyendo las conversaciones que acostumbraban tener las yeguas, con lo que se distraía y empezaba a conocer el mundo, le colocaron la jáquima (cabezada de cordel, que suple por el cabestro, para atar las bestias y llevarlas) y lo trasquilaron, luego de haberlo sometido a la fuerza. Así empezó el doloroso y salvaje proceso de domesticación o amansamiento.

Su madre, que se llamaba La Dama, tuvo otro crío, pero el Moro lo despreció porque era un muleto, producto del apareamiento de su madre con un asno o burro. Por esta razón no quiso saber nada de él, y lo desprecio. "Instintivamente volví las ancas hacia donde estaba, y produciendo el sonido, asaz contumelioso, que suele acompañar a tales actos, disparé al aire un par de coces, dedicándoselas acá en mis adentros al bastardo orejudo, a quien no habría reconocido por hermano ni aunque me lo hubieran predicado frailes descalzos… Desde entonces quedaron relajados los vínculos que me unían a mi madre, y mi trato con ella empezó a adolecer de una frialdad muy sensible; pero no puedo ocultar que los desvelos y las caricias con que mi madre favorecía al animal ese, excitaban en mi pecho celos y envidia".

Tiempo después, aún siendo potro, fue vendido a don Cesáreo, vecino de don Próspero, y su nuevo hogar fue la hacienda Hatonuevo. Su nuevo amo, que no gustaba de potros cerreros (bestias sin domar o amansar), lo compró precisamente por su mansedumbre. Don Cesáreo, que "era un viejo de corta estatura, gordiflón y mofletudo, de mejillas y nariz coloradas y de patillas abultadas y entrecanas", practicaba el comercio fraudulento de bestias, buscando "comprar a huevo y vender luego a peso de oro", para lo cual acudía a ardides, trucos y artimañas que le permitían vender equinos a incautos compradores como si estuvieran jóvenes y sanos, a pesar de estar viejos y enfermos. Éste y otros procederes indecorosos de su amo, le hicieron reconocer que "el gran conocimiento del mundo que me precio de tener, se lo debo en gran parte a la selecta sociedad en que viví mientras estuve en poder de mi amo don Cesáreo". El Moro empezó a conocer las miserias y las grandezas del alma humana. "Que los hombres sean de unanaturaleza superior a la de los brutos no puedo dudarlo; pero nunca entenderé cómo se compadece esa superioridad del hombre con su disposición a engañar. Yo me enorgullezco sintiendo que no puedo hacerlo; y creo que aunque pudiera, me contendría la vergüenza. Un hombre se sonroja de que otros sepan que ha mentido y no se sonroja de saberlo él mismo ¡Qué confesión tan oprobiosa de que su propio juicio no vale nada! Don Cesáreo, que se estimaba bastante para no sufrir que se le tuviese por ladrón, por borracho, por libertino o por blasfemo, no se estimaba bastante para huir de envilecerse a sus propios ojos mintiendo y engañando".

A sus tres años de edad, don Cesáreo contrató los servicios de Geroncio, un reputado amansador, que maltrató brutalmente durante ese proceso al Moro, y de manera violenta e irresponsable cumplió esa cruel faena fuera de Hatonuevo. "Geroncio pasaba, no sólo por amansador, sino también por picador (vulgo, chalán), y don Cesáreo dejó a Geroncio el cuidado de arreglarme. En menguada hora tomó tal determinación, pues a ella se debió la desgracia que más ha acibarado mi existencia y que no permitió que don Cesáreo sacara de ser dueño mío las ventajas que se había prometido. Elsistema de Geroncio para acabar de domar un caballo nuevo, para arrendarlo, para arreglarle el paso y para sacarle brío, como él decía, consistía únicamente en el empleo de medios violentos y bárbaros. A mí me hacía trabajar sin medida y sin miramiento; hacía sobre mis lomos jornadas largas; me dejaba sin descanso hasta una semana entera; y, lo que era peor, se desmontaba al anochecer a la puerta de la venta de que era parroquiano, me dejaba atado a una de las columnas de la ramada (cobertizo anexo a la casa), y pasaba tres o cuatro horas bebiendo, jugando, conversando y, no raras veces, riñendo". El desafortunado proceso de amansamiento sirvió para que el Moro adquiriera resabios, por culpa de la estultez y de la brusquedad de Geroncio. El resabio de hacerse "coleador" lo obtuvo de Geroncio.

Discurría también que si nuestros tiranos nos procuran el alimento y otras conveniencias, no lo hacen generosamente, por benevolencia ni por afecto, sino porque les interesa conservarnos y mantenernos en un estado en que podamos servirles. Pensaba, finalmente, que las plantas que produce la tierra para sus tentarnos son tan nuestras como el aire y como la luz del sol, y que el hombre, lejos de hacernos favor cuando las destina a nuestroservicio, comete una iniquidad cuando pone límites y cortapisas al uso que de ellas podemos hacer". Entonces tomó la decisión de huir de Hatonuevo y de la crueldad de los humanos; pero un caballo llamado Morgante, que pastaba en ese potrero, lo disuadió de su intención. "Hízome ver en primer lugar que cualquiera que fuese el camino por donde huyera, mi dueño no tardaría en descubrir mi paradero, y en hacerme coger, ya por medio de sus propios agentes, ya por el de las autoridades. Añadió que si, por rara casualidad, lograba burlarme de las pesquisas de don Cesáreo, en ninguna parte había de faltar quien se apoderara de mí como de cosa sin dueño. Me demostró que los caballos no podemos vivir independientes y que el único arbitrio que está en mano de un individuo de nuestra especie, no ya para ser feliz, pues en la tierra (y esto lo dijo suspirando) no se puede encontrar la felicidad, sino para procurarse algún bienestar, es someterse de buena voluntad al dueño o al jinete a quien le toque obedecer, y hacerse digno de su estimación ejercitando en su servicio las habilidades y exhibiendo las dotes que más aprecian y apetecen los hombres en un individuo de nuestra raza. Un caballo manso, exento de resabios, vivo y de suave movimiento, va por lo común, si no esta enfermo y si no es monstruosamente feo, a manos de un amo que, ya que no por cariño, por miedo de perderlo o de perder parte de su valor, tiene

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