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Los Hijos De La Familia


Enviado por   •  28 de Noviembre de 2013  •  1.315 Palabras (6 Páginas)  •  280 Visitas

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A CORTA distancia del pueblo se elevaba una preciosa colina verde. Era

visible desde cualquier sitio o camino del lugar; el pueblo parecía reposar

tranquilamente bajo su protección.

En la colina había un viejo manzano que era la admiración de todos. Ya fuera

primavera, verano, otoño o invierno, su silueta se destacaba en el cielo, lleno de

hojas, cubierto de flores, cuajadas de fruta sus ramas, o desnudas y oscurecidas

por el frío. Todo el mundo elevaba los ojos para contemplarlo, pensando en la

paz que parecía reflejar.

A pesar de ello, la gente decía que era un lugar terrible y misterioso. En

tiempos había sido la Colina del Patíbulo y allí llevaban a los criminales para

ser ajusticiados. La gente solía añadir que en aquella colina habían sido

ahorcados tantos delincuentes como manzanas daba el árbol. En otoño aparecía

cargado de relucientes manzanas rojas, pero jamás hubo nadie capaz de

contarlas todas.

Las manzanas eran muy ricas y hacía ya muchísimo tiempo que el lugar

había dejado de ser la Colina del Patíbulo.

Ahora vivía allí una persona, pero nadie comprendía por qué razón o cómo

se atrevía a hacerlo. La casita apenas se dejaba ver, pues el manzano la ocultaba,

pero por la noche, allá arriba se veía una luz.

La persona que la habitaba era una anciana, un ser misterioso,

verdaderamente fantástico. Su nombre era Aleteo Brisalinda. O al menos así la

llamaban, pues nadie sabía cuál era el nombre que había recibido cuando la

bautizaron.

La llamaban Aleteo porque siempre llevaba una gruesa capa con una

esclavina color añil. Los amplios bordes con festones de la esclavina

revoloteaban en sus hombros como si fueran unas alas. Se cubría la cabeza con

un sombrero muy extravagante, que tenía un ala acampanada cubierta de flores

y una copa de color violeta chillón adornada con mariposas.

Le pusieron además Brisalinda, porque ese nombre respondía a la creencia

de la gente de que su presencia era señal segura de vientos templados y suave

deshielo. Y la verdad es que rara vez salía en tiempo de invierno... Pasaban

semanas enteras sin que nadie la viera. Pero cuando de repente aparecía colina

abajo, con el revoloteo de su extraña capa y el floreado sombrero, todo el

mundo sabía que estaba cercano el buen tiempo. Aunque hubiera treinta grados

bajo cero y una dura y gruesa capa de nieve, en cuanto llegaba Aleteo

Brisalinda se sabía que los días de deshielo no se harían esperar. En toda la

comarca era señal infalible de la primavera.

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María Gripe Los hijos del vidriero

No había duda de que Aleteo era extraordinaria en muchos aspectos, pues

decía además la buenaventura. Despreciaba las cartas, pero gustosamente

adivinaba el porvenir leyendo las rayas de las manos de la gente, y observando

los posos de café que quedaban en sus tazas. Así que muchas personas

desafiaban el temor que causaba la Colina del Patíbulo y subían después de

anochecido para que les adivinase el futuro.

Pero la verdadera ocupación de Aleteo Brisalinda no era predecir el porvenir.

Su trabajo era tejer. Tejía alfombras. Sus motivos de adorno los inventaba ella y

cada alfombra tenía un tema especial propio. Día tras día se sentaba ante su

telar, pensando con preocupación en la gente y en la vida del pueblo. Hasta que

un día descubrió que era capaz de predecir lo que iba a sucederles. Podía verlo

en el dibujo de las alfombras que sus manos iban configurando. Permanecía allí,

sentada, viendo el futuro. Podía seguir el desarrollo de los acontecimientos con

la misma facilidad y claridad que si lo leyera en un libro.

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María Gripe Los hijos del vidriero

Ahora bien, ella creía que todo aquello no era sino lo que tenía que ser, así

que no le producía asombro. Si era capaz de adivinar el porvenir leyendo las

rayas de las manos o mirando fijamente unos posos de café ¿por qué iba a

sorprenderse viendo acontecimientos futuros en las alfombras que tejía? Así

ocurría que, de repente, sabía cómo había de tejer el motivo en el que estaba

trabajando y, de esta manera, una tarea ayudaba a la otra. Tejer y adivinar el

porvenir se complementaban y, de forma misteriosa, resultaban como las dos

caras

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