Los Hijos De La Familia
Enviado por 7898531365 • 28 de Noviembre de 2013 • 1.315 Palabras (6 Páginas) • 279 Visitas
A CORTA distancia del pueblo se elevaba una preciosa colina verde. Era
visible desde cualquier sitio o camino del lugar; el pueblo parecía reposar
tranquilamente bajo su protección.
En la colina había un viejo manzano que era la admiración de todos. Ya fuera
primavera, verano, otoño o invierno, su silueta se destacaba en el cielo, lleno de
hojas, cubierto de flores, cuajadas de fruta sus ramas, o desnudas y oscurecidas
por el frío. Todo el mundo elevaba los ojos para contemplarlo, pensando en la
paz que parecía reflejar.
A pesar de ello, la gente decía que era un lugar terrible y misterioso. En
tiempos había sido la Colina del Patíbulo y allí llevaban a los criminales para
ser ajusticiados. La gente solía añadir que en aquella colina habían sido
ahorcados tantos delincuentes como manzanas daba el árbol. En otoño aparecía
cargado de relucientes manzanas rojas, pero jamás hubo nadie capaz de
contarlas todas.
Las manzanas eran muy ricas y hacía ya muchísimo tiempo que el lugar
había dejado de ser la Colina del Patíbulo.
Ahora vivía allí una persona, pero nadie comprendía por qué razón o cómo
se atrevía a hacerlo. La casita apenas se dejaba ver, pues el manzano la ocultaba,
pero por la noche, allá arriba se veía una luz.
La persona que la habitaba era una anciana, un ser misterioso,
verdaderamente fantástico. Su nombre era Aleteo Brisalinda. O al menos así la
llamaban, pues nadie sabía cuál era el nombre que había recibido cuando la
bautizaron.
La llamaban Aleteo porque siempre llevaba una gruesa capa con una
esclavina color añil. Los amplios bordes con festones de la esclavina
revoloteaban en sus hombros como si fueran unas alas. Se cubría la cabeza con
un sombrero muy extravagante, que tenía un ala acampanada cubierta de flores
y una copa de color violeta chillón adornada con mariposas.
Le pusieron además Brisalinda, porque ese nombre respondía a la creencia
de la gente de que su presencia era señal segura de vientos templados y suave
deshielo. Y la verdad es que rara vez salía en tiempo de invierno... Pasaban
semanas enteras sin que nadie la viera. Pero cuando de repente aparecía colina
abajo, con el revoloteo de su extraña capa y el floreado sombrero, todo el
mundo sabía que estaba cercano el buen tiempo. Aunque hubiera treinta grados
bajo cero y una dura y gruesa capa de nieve, en cuanto llegaba Aleteo
Brisalinda se sabía que los días de deshielo no se harían esperar. En toda la
comarca era señal infalible de la primavera.
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María Gripe Los hijos del vidriero
No había duda de que Aleteo era extraordinaria en muchos aspectos, pues
decía además la buenaventura. Despreciaba las cartas, pero gustosamente
adivinaba el porvenir leyendo las rayas de las manos de la gente, y observando
los posos de café que quedaban en sus tazas. Así que muchas personas
desafiaban el temor que causaba la Colina del Patíbulo y subían después de
anochecido para que les adivinase el futuro.
Pero la verdadera ocupación de Aleteo Brisalinda no era predecir el porvenir.
Su trabajo era tejer. Tejía alfombras. Sus motivos de adorno los inventaba ella y
cada alfombra tenía un tema especial propio. Día tras día se sentaba ante su
telar, pensando con preocupación en la gente y en la vida del pueblo. Hasta que
un día descubrió que era capaz de predecir lo que iba a sucederles. Podía verlo
en el dibujo de las alfombras que sus manos iban configurando. Permanecía allí,
sentada, viendo el futuro. Podía seguir el desarrollo de los acontecimientos con
la misma facilidad y claridad que si lo leyera en un libro.
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María Gripe Los hijos del vidriero
Ahora bien, ella creía que todo aquello no era sino lo que tenía que ser, así
que no le producía asombro. Si era capaz de adivinar el porvenir leyendo las
rayas de las manos o mirando fijamente unos posos de café ¿por qué iba a
sorprenderse viendo acontecimientos futuros en las alfombras que tejía? Así
ocurría que, de repente, sabía cómo había de tejer el motivo en el que estaba
trabajando y, de esta manera, una tarea ayudaba a la otra. Tejer y adivinar el
porvenir se complementaban y, de forma misteriosa, resultaban como las dos
caras
...