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MILAGRO XXI


Enviado por   •  25 de Enero de 2014  •  1.696 Palabras (7 Páginas)  •  429 Visitas

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De cómo una abadesa fue preñada,

y por su convento fue acusada,

y después por la Virgen librada.

Amigos y señores, compaña de prestar,

ya que os quiso Dios traer a este lugar,

si quisierais aún otro poco esperar,

de otro milagro más os querría yo hablar.

De otro milagro más os querría yo hablar

que hizo la gloriosa, estrella de la mar:

si quisierais oírme, muy bien podréis jurar

que de mejor bocado no podríais gustar.

En los tiempos derechos que corría la verdad,

que por nada decían los hombres falsedad,

vivían entonce a buenas, lograban vejedad,

veían a trasnietos en la séptima edad.

Hacía Dios por los hombres milagro cotidiano

porque quería mentir a su cristiano;

tenían tiempos derechos en invierno y verano,

parecía que el siglo era todo bien llano.

Si pecaban los hombres hacían bien penitencia,

perdonábales luego Dios toda malquerencia

tenían con Jesucristo toda su atenencia:

os quiero dar sobre esto una buena sentencia.

Madre del Rey de Gloria, de los cielos Reina,

haz manar de tu gracia alguna medicina,

libra de tal vergüenza a una mujer mezquina.

¡Esto, si Tú quisieras, podría ser aína!

Madre, por el amor de Tu Hijo querido,

Hijo sin mengua alguna, tan dulce y tan cumplido,

no sea rechazada, esta merced te pido,

que veo que me segudan, en número crecido.

Si no tomas, Señora, para mí algún consejo,

me veo mal dispuesta para ir ante el concejo;

prefiero aquí morir, en este lugarejo:

si ante ellos me presento me han de hacer mal trebejo.

Reina coronada, templo de castidad,

fuente de compasión, torre de salvedad,

en esta cuita mía muéstrame Tú piedad,

para mí no se agote tu tan grande piedad.

Quiero frente a tu Hijo poderte dar por fianza

que jamás tornaré a dar en esta erranza:

Madre, si falleciese, haz en mí tal venganza

que todo el mundo hable de mi gran malandanza.»

Tan ahincadamente hizo su oración

que la escuchó la Madre llena de bendición:

amodorrida casi vio una gran visión,

tal, que hacer debía en todos edificación.

Transpúsose la dueña con la gran lasedad

—Dios lo obraba todo por su mucha piedad—;

le apareció la Madre del Rey de majestad,

dos ángeles con ella de muy gran claridad.

Tuvo pavor la dueña y quedóse espantada

porque a tales visiones no estaba acostumbrada.

De la gran claridad quedó muy embargada,

pero fue de su cuita grandemente aliviada.

Díjole la Gloriosa: «Esforzad, abadesa;

pues que estáis bien conmigo, suspended vuestra queja.

Sabed que os traigo yo una buena promesa,

bien mejor de lo que querría vuestra prioresa.

No tengáis miedo alguno de caer en profazo,

bien os ha Dios guardado de caer en ese lazo.

Id bien osadamente a sostener el plazo,

que no "le pesará de ello a vuestro espinazo.»

Al sabor del solaz de la Virgo gloriosa,

no sintiendo la madre , de dolor ni una cosa,

nació la criatura, cosilla muy hermosa;

mándesela a los ángeles tomar la Gloriosa.

Díjoles a los ángeles: «A vos ambos castigo:

llevad este niñuelo a Fulano mi amigo,

decidle que lo críe, que yo así se lo digo;

él os ha de creer; volved luego conmigo.»

Moviéronse los ángeles con muy gran ligereza,

llevaron todo a cabo sin ninguna pereza.

Plúgole al ermitaño más que muy gran riqueza,

porque de verdad era una rica nobleza.

Respondió la parida, hízose santiguada,

decía: «¡Valme, Gloriosa, Reina coronada,

dime si esto es verdad o si estoy engañada!

¡Oh Señora bendita, socorre a esta errada!»

Palpóse con sus manos, cuando fue recordada

por vientre, por costados, también por cada íjada

halló su vientre lacio, la cintura delgada,

como mujer que es de tal cosa librada.

No lo podía creer de ninguna manera,

cuidaba que fue sueño, no cosa verdadera;

palpóse y se cató la vegada tercera,

quitóse de la duda al final bien certera.

Cuando se sintió libre la preñada mezquina,

y fue el saco vacío de la mala farina,

cantaba con el gran gozo Salve Regina,

que es de los cuitados solaz y medicina.

Lloraba de los ojos con la gran alegría,

decía laudes preciosas a la Virgo María,

ya no temía al obispo, ni ya a su cofradía,

que terminada estaba la fuerte malatía

Lloraba de los ojos y hacía oraciones,

decía a la Gloriosa laudes y bendiciones,

decía: «Loada seas, Madre, en todas sazones,

loarte deben siempre mujeres y varones.

Estaba en fiera cuita, y en fiera pavura

caí ante tus pies y te dije mi ardura

acorrióme, Señora, tu muy buena mesura:

debes ser alabada de toda criatura.

Madre, yo sobre todos te debo bendecir,

loar, magnificar, adorar y servir,

que de tan grande infamia me dignaste guarir

que podría todo el mundo siempre de mí reir.

Porque si mi enemiga a concejo saliera

de todas las mujeres no habría quien no riera.

Mira cuan grande y bueno tu consejo me era;

no hay hombre grande o chico que pensarlo pudiera.

La merced y la gracia que me dignaste hacer

no las sabría, Madre, yo nunca agradecer,

ni las podría, Señora, yo nunca merecer;

mas no cesaré nunca de gracias te render.»

Bien seguiría la dueña en su contemplación,

loando la Gloriosa, haciendo oración,

mas vínole mandado de la congregación

que fuese al cabildo a hacer responsión.

Como ya en el profazo no temía caer,

a los pies del obispo fuese luego a poner:

quiso besar sus manos, como lo debía hacer,

mas él no se las quiso de buen grado ofrecer.

Empezóla el obispo entonces a increpar

que había hecho cosa por que debía penar,

que en su cargo por nada debía continuar,

ni entre las otras monjas debería habitar:

«Toda monja que hace tal deshonestidad,

que no guarda su cuerpo ni tiene castidad,

debía ser echada de la sociedad:

que allá por donde quiera haga tal suciedad.»

«Señor —dijo ella— ¿por qué me maltraéis?

Yo no soy por ventura tal como vos tenéis.»

«Dueña —dijo el obispo—, no porque

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