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Mitos Y Leyendas


Enviado por   •  29 de Noviembre de 2012  •  2.807 Palabras (12 Páginas)  •  708 Visitas

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NOMBRE______________________________________________

N°L________GRUPO_______________ACIERTOS_____________

Lee los textos, compáralos y responde las preguntas 7 y 8.

El mito del enorme huevo cósmico

(Adaptación)

Al inicio de los tiempos, todo era un caos, y este caos tenía la forma de un huevo de gallina. Dentro de este huevo se encontraban Ying y Yang, las dos fuerzas opuestas de las que el Universo está compuesto. Ying y Yang son la oscuridad y la luz, lo femenino y masculino, el frío y el calor, lo mojado y lo seco, respectivamente.

Un día, estas fuerzas opuestas dentro del huevo causaron la ruptura de éste. Los elementos más pesados se hundieron para formar la tierra, y los elementos más livianos flotaron para formar el cielo. Entre el cielo y la tierra se encontraba P’anku, el primer ser viviente. Cada día, durante 18 mil años, la tierra y el cielo se separaron un poco más, y cada día P’anku creció a la misma velocidad; de manera que siempre ocupaba justo el espacio entre ellos.

El cuerpo de P’anku estaba cubierto de pelos; tenía dos cuernos que salían de su frente, y dos más pequeños que salían de su mandíbula superior. Cuando era feliz, el clima estaba agradable; pero cuando estaba enojado, llovía o se desataba una tormenta.

Se cuentan dos historias acerca de P’anku. Algunos dicen que, cansado de mantener el cielo y la tierra separados mientras se formaba el mundo, él murió y su cuerpo se separó y formó montañas, la Luna, el Sol, los árboles y los océanos. Como en su cabello tenía pulgas, se creyó que de ellos se había formado la Humanidad.

Otros señalan que P’anku creó a la Humanidad con un martillo y un cincel, y luego la gobernó e instruyó hasta que, un día, una vez transmitida toda su sabiduría a los hombres, murió.

Fuente: “El mito del enorme huevo cósmico”. El tiempo y la humanidad. El origen del mundo. Cosmogonías de las diferentes culturas. Cosmogonía China.

Página: http://www.cervantesvirtual.com/historia/TH/cosmogonia_china.shtml (recuperado el 13 de junio de 2006

El origen de los primeros seres

(Fragmento)

Los dioses se reunieron en consulta una vez más, y antes de que rompiera el amanecer crearon los primeros humanos, haciendo su carne con maíz blanco y maíz amarillo, y sus brazos y piernas con masa de maíz. Con un caldo especial dieron fuerza y energía a los huesos y músculos.

Aquellos primeros seres así creados fueron del género masculino y recibieron los nombres de Balam-Quizé, Balam-Acab, Manucutah e Iqui-Balam. Eran hombres sabios, tenían la capacidad de ver cosas que ignoran los hombres de hoy, eran hombres buenos.

Fuente: Guillermo López (comp.). El libro de los cuentos del mundo: las historias y leyendas mágicas que se cuentan todos los días en los cinco continentes. México: SEP/Océano, Libros del Rincón, 2003 p. 69.

¿Qué semejanza existe entre “El mito del enorme huevo cósmico” y “El origen de los primeros seres”?

a) Narran la creación del universo

b) Relatan el origen de la humanidad.

c) Explican el desarrollo de la humanidad.

d) Hablan sobre cómo surgió el mundo.

“El mito del enorme huevo cósmico” contiene dos desenlaces. ¿Qué hecho se explica míticamente en ambos?

a) Cómo creó P’anku a la humanidad.

b) Cómo transmitió P´anku su sabiduría a los seres humanos.

c) Cómo creó P’anku la naturaleza.

d) Cómo mantuvo P´anku al cielo y la tierra separados.

Lee los textos y responde la pregunta 9.

Los errores de Dios

Dios hizo un hombre de arcilla y luego lo coció en su horno de pan. Deseoso de que quedara bien cocido, lo dejó demasiado tiempo en el horno, y cuando salió era un negro. Dios lo envío Nilo arriba, a la tierra de los rostros quemados, Etiopía.

Entonces Dios hizo otro hombre de arcilla y lo metió en el horno. Temiendo que también se le quemara, lo sacó antes de tiempo y quedó blanco. Dios lo envió corriente abajo, hacia los países del norte.

Por fin, en el tercer intento, sacó un hombre agradable color cobrizo, como de terracota, al que dejó establecerse allí, en el Nilo, donde había creado al hombre.

Fuente: Guillermo López (comp.). El libro de los cuentos del mundo: las historias y leyendas mágicas que se cuentan todos los días en los cinco continentes. México: SEP/Océano, Libros del Rincón, 2003, p. 34.

Las lágrimas de Potira

Mucho antes de que los blancos llegaran a los sertões de Goiás, a la búsqueda de piedras preciosas, existían por aquellas partes del Brasil muchas tribus indígenas en paz o en guerra, según sus creencias y hábitos.

De una de esas tribus, desde mucho tiempo atrás en paz con sus vecinos, formaban parte Potira, indiecita beneficiada por Tupá con la hermosura de las flores, e Itagibá, joven fuerte y valiente.

Era costumbre en la tribu que la mujeres se casasen pronto y los hombres, desde que se hacían guerreros. Cuando Potira llegó a la edad de casamiento, Itagibá adquirió la condición de guerrero. Ellos se amaban y se habían escogido el uno al otro. Aunque otros jóvenes también querían el amor de la indiecita, ninguno estaba en condiciones para la boda. De modo que no hubo disputa y Potira e Itagibá se unieron con mucha fiesta.

Corría el tiempo en tranquilidad, sin que nada perturbase la vida del apasionado matrimonio.

Los cortos períodos de separación, en el tiempo de cacería, los volvían aún más unidos. ¡Era admirable la alegría de los dos en los reencuentros!

Llegó un día, sin embargo, en el cual el territorio de la tribu fue amenazado por vecinos codiciosos debido a su abundante caza, e Itagibá tuvo que partir con otros hombres para la guerra.

Potira contempló las canoas que siguieron río abajo, llevando su gente en armas, sin saber exactamente lo que sentía, aparte de la tristeza de separarse de su amado por un tiempo no previsto. No lloró como las mujeres más viejas, quizás porque nunca antes había visto o vivido lo que sucede en una guerra.

Pero todas las tardes iba a sentarse a la vera del río, en una espera paciente y calma. Ajena

a los quehaceres de otras mujeres y a la algarabía constante de los niños, quedaba atenta, queriendo oír el sonido de un remo batiendo en el agua y ver una canoa despuntar en la curva del río, y el regreso de aquél al cual su corazón ansiaba. Solamente retornaba al poblado cuando el sol se ponía y después de mirar, una vez más, intentando distinguir en el atardecer el perfil de Itagibá.

Fueron muchas tardes iguales, sólo el dolor de la nostalgia aumentaba cada día. Hasta que el canto de la araponga retumbó

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