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Narrativa


Enviado por   •  7 de Octubre de 2020  •  Ensayo  •  2.544 Palabras (11 Páginas)  •  192 Visitas

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Angela María Montaña Apráez

Dana Jazmín  Sepúlveda Méndez

Cindy Carolina Celis Rodríguez

Lic. en Educación Comunitaria con Énfasis en Derechos Humanos

Stheppany Parra - Seminario V

El día estaba lluviosa, la cita era a las 5 de la tarde,  habíamos llegado con antelación al apartamento para organizar  todo, preparamos  café, sumamos y restamos preguntas, comprobamos la calidad del micrófono con el que grabaríamos, repasamos una y otra vez el objetivo de la entrevista, pero para sorpresa nuestra más que un objetivo nos invade un profundo sentimiento de curiosidad por saber qué hace que alguien sea maestro por tanto tiempo sin desertar, además del comprender cómo el ser maestro no solo transforma la vida profesional de una persona, sino por el contrario se le mezcla en los mas profundo sentires haciendo parte de eso a lo que llamamos cotidiano. Tal vez es porque a portas de graduarnos la certeza por la profesión escogida se diluye y es necesario reafirmarla constantemente, así sea por medio de otros ojos.

A las  5 en punto tocan la puerta, entra una señora de estatura media, con lo achaques propios no solo de la edad sino de la vida, ojos profundos, una piel lozana y una voz que podía calmar una tormenta, nos saluda una por una tomandonos las manos y sonriendo al final , es imposible no sentir empatía y de manera automática le devolvemos la sonrisa.

Al preguntarle por su nombre nos dice, mi nombre es Odila Cecilia Caicedo de Apráez, tengo 77 años de edad, provengo del municipio de Los Andes, Sotomayor, del departamento de Nariño, soy la mayor de 10 hermanos y provengo de una familia bastante humilde, pero con grandes valores que mi padre desde muy niños cultivó en nosotros, para él siempre fue muy importante que nos educaramos, aunque muchas personas le decían que a la mujeres no había que darnos educación, pues no la necesitamos para ser madres y esposas.

Nos vemos entre todas, aun no entendemos cómo en la actualidad se siguen haciendo afirmaciones sobre la educación de las mujeres como estas, tal vez es porque hacemos parte de este colectivo social y entendemos con conocimiento de causa los imaginarios de un país como el nuestro en el que las construcciones acerca del género siguen haciéndose desde una descripción del cuerpo y al tiempo lo atraviese deja limitando las opciones a las que las mujeres tiene acceso, en este sentido desde la práctica educativa en diferentes escenarios se hace indispensables pensar las otras de ser, entendiendo que desde lo educativo se pueden empezar a pensar el cambio, volvemos la mirada hacia las manos que debieron haber borrado tantas pizarras en otros tiempos.

Aun así, él insistía en que  todos sus hijos sin diferencia fueramos a la escuela, en el pueblo habían dos escuelas (poner nombres) pero casi no asistían niños a ellas pues era más importante no desligarse de las labores del hogar y el campo, en donde los niños le ayudaban a sus padres en diferentes tareas; en ese tiempo sólo habían 3 pilas de agua para todo el pueblo, se recogía en puros, en ocasiones estos se rompían por estar jugando o por algún descuido y nuestros padres nos reprendían fuertemente pues el agua es el líquido indispensable para vivir, las casa eran bajas y sus techos eran pajizas, el pueblo no era muy grande pero en el año 1911 cuando se fundó, al mismo tiempo se construyó la primera escuela.

Ante estas precisiones resulta inevitable pensar en la forma en que nuestra narradora logra combinar en su relato las descripciones generales del contexto histórico de su pueblo y los detalles de un suceso cotidiano en aquella época como lo era ir por el agua. En definitiva es sorprendente la capacidad de recordar, pues la memoria aparece configurada por silencios, olvidos, historias, pero ante todo está transversalizada por los acontecimientos, los sucesos, las experiencias que dan la oportunidad de volver sobre sí mismo antes de traducirse a los otros y continuar con el devenir de un relato.

Yo ingresé a la escuela en 1947 cuando tenía 7 años, allí los maestros eran muy estrictos y se encargaban de la disciplina siguiendo el popular adagio de la “letra con sangre entra”, los castigos eran muy comunes, por ejemplo: estar arrodillado por largo tiempo, golpear con bara las manos, halar las orejas, entre otros, pero todo esto hacía parte de la educación y nuestros padres estaban de acuerdo, lo que se debía aprender en la escuela era a leer y escribir, pero lo más importante eran los valores y las buenas costumbres como el respeto,la cordialidad, las buenas palabras, la disciplina, normas de urbanidad, entre otros, que son constitutivos de las relaciones en la escuela, la familia y la comunidad.

Ante esto, es complejo entender de manera cabal las formas de castigo como alternativas para educar o formar en valores, también nos inquieta que desde hace mucho tiempo el imaginario de la escuela está ligada sobre el lugar que tiene la responsabilidad de formar en las “buenas” costumbres, los principios morales y los valores, más que la de fortalecer los conocimientos, quizás porque los niños suelen pasar más tiempo en ella, relegando así la responsabilidad de la familia y la comunidad al ámbito educativo, la escuela tiene sobre sus hombros corregir al niño, para no castigar al hombre. Consideramos que quizás aún esa visión ha cambiado en algunos aspectos en cuanto se refiere al castigo físico, pero, la vigencia de la escuela como un espacio responsable de los futuros sujetos de “bien” útiles a la sociedad, perdura, es allí donde nos preguntamos cómo hacer de la escuela un espacio de construcción conjunta con las familias, creando no sólo un espacio sino una comunidad educativa articulada que trabaje de la mano con el entorno, por ello, creemos que es allí donde está el mayor reto, la apuesta a crear lazos de solidaridad y reconocimiento de espacios comunitarios con la escuela, proyectados hacia los demás espacios de socialización de los sujetos inmersos en ella.

Haber concluido la escuela primaria era un gran logro, pero mi padre insistió en que debía continuar con mi educación y casi a la fuerza me llevó a la Normal rural que era un colegio tipo internado manejado por monjas Franciscanas en Samaniego un municipio cercano, en aquel tiempo el trayecto era bastante extenso, como seis horas a lomo de mula, allí nos formaban en lo material pues nos enseñaban oficios  pero también en lo moral y en el valor de enseñar a los niños,  el año escolar iniciaba en septiembre y culminaba el 20 de julio, sumado periodos periodos de descanso en diciembre 3 semanas y dos semanas más en Semana santa que recogían a esta y a la semana de resurrección, así pasaron 4 años de estudio secundario, me gradué el 20 de julio de 1960, al salir ya podía dar clase en escuelas de veredas y pueblos sencillos como el mío, por lo cual mi padre, quien era un reconocido líder gestionó con sus amigos mi nombramiento en el pueblo de Sotomayor, donde empecé a ejercer en octubre del año 1960 en la escuela (nombre), transcurrieron 40 años  como maestra de escuela, en estos hubo momentos muy gratificantes, aunque al comienzo inicié mi carrera pues era la única opción para seguir mis estudios, con el tiempo la vocación se fue dando y la forma de hacer las cosas cambió.

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