Pinocho Raro
Enviado por ariasdeivi • 24 de Octubre de 2012 • 1.391 Palabras (6 Páginas) • 463 Visitas
Sin duda le crecerá la nariz a quien diga que no ha leído jamás nada sobre este muchachito maleducado, travieso, mentiroso, bueno para nada, que, no obstante, acaba teniendo una pizca de generosidad y acude a salvar a su papá. Pero cuántos de los que hemos leído el cuento, hemos leído el original. Aquí ya son menos. Y es precisamente la más interesante de todas las versiones, de la que se pueden extraer más lecciones y donde las aventuras y las travesuras de este trozo de pino convertido en muñeco son más colosales, donde el hada buena es más buena y, a veces, más humana (y ¿por qué no? Más azul).
Les invito a leer, no ese pinocho reinventado de los cuentos troquelados, ni aquel otro, de la factoría Disney que bailaba con un gato y trabajaba como marioneta, sino el otro, el que escribió Carlo Collodi y fue publicado por entregas en el Giornale per i Bambini, a partir de 1881 y hasta enero de 1883. Hay grandes diferencias entre unos y otros, quizás la más llamativa sea el hecho de que el Pinocho de Collodi nunca trabaja de marioneta, aunque como veremos, a veces, se comporta como una marioneta en manos de gente malvadas y sin escrúpulos. Y el dueño del teatro de marionetas en el cuento de Collodi es un hombre que, pareciendo rudo, en el fondo es un buenazo que se apiada del pobre niño de madera y de su padre que lo espera en su casa y le da unas monedas que luego provocarán otras aventuras o desventuras…
Pero mejor será no empezar a adelantar nada, e ir, directamente, al cuento, que todos creemos conocer hasta que leemos el de Collodi.
Nuestra historia empieza en el taller de carpintero de maese Antonio o maese Cereza (sobrenombre que le viene por el color moráceo de su nariz). El viejo carpintero encuentra un trozo de madera, idóneo para terminar una mesa, pero justo cuando le iba a dar el primer golpe, oye una vocecita que lo recrimina por querer golpearlo. Por supuesto, cuando se da cuenta de que quien le habla es el tronco, ve el cielo abierto al poder desprenderse de él, cosa que ocurre en seguida: un vecino de maese Cereza, su amigo Geppetto va a pedirle un trozo de madera, dentro de su hambruna y miseria ha ideado una forma de ganarse la vida, dar la vuelta al mundo y conseguir un trozo de pan y un vaso de vino. Todo ello, gracias a que va a hacer un muñeco de madera que baile, practique esgrima y dé saltos mortales.
Geppetto, una vez en su casa, en la que hasta el humo de la cazuela era decoración pictórica de la pared, le pone nombre a su futuro muñeco, lo va a llamar Pinocho, pero no porque sea madera de pino, sino porque conoció a una familia con ese nombre, en el que ‘el más rico de ellos pedía limosna’, por eso supone que le va a traer suerte.
Collodi no para de sorprendernos con salidas de este tipo, entre irónicas, burlonas y algo esperpénticas, en las que ya apunta cierto surrealismo.
Después de mucho luchar, Geppetto consigue terminar el muñeco, bueno, casi terminarlo, porque, al pobre, entre tanta travesura de Pinocho, se le olvida ponerle las orejas.
Las tropelías de Pinocho provocarán, desde el principio, una serie de desventuras, que dejarán al pobre Geppetto en prisión, sin culpa alguna y al muñeco solo en casa, sin nada que comer, y con un grillo parlante que acabará aplastado contra la pared, por querer leerle la cartilla a la díscola criatura.
No se preocupen, el Grillo volverá a aparecer, no siempre con forma de grillo, pero eso sí, siempre dispuesto a cantarle las cuarenta a este desobediente Pinocho.
Pero no sólo el Grillo se va a metamorfosear a lo largo del cuento, el mismo Pinocho pasa de ser un tronco de madera a ser un muñeco, va a ser confundido con un ladrón y lo van a tratar como a un perro guardián, lo van a creer un extraño pez y casi va a morir frito en la sartén, luego será un burro (nada de tener sólo orejas y rabo de burro, se convierte
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