Poemas De Julio Flores
Enviado por skinger • 25 de Septiembre de 2011 • 933 Palabras (4 Páginas) • 1.024 Visitas
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• Flores negras
.
Oye: bajo las ruinas de mis pasiones,
y en el fondo de esta alma que ya no alegras,
entre polvos de ensueños y de ilusiones
yacen entumecidas mis flores negras.
Ellas son el recuerdo de aquellas horas
en que presa en mis brazos te adormecías,
mientras yo suspiraba por las auroras
de tus ojos, auroras que no eran mías.
Ellas son mis dolores, capullos hechos;
los intensos dolores que en mis entrañas
sepultan sus raíces, cual los helechos
en las húmedas grietas de las montañas.
Ellas son tus desdenes y tus reproches
ocultos en esta alma que ya no alegras;
son, por eso, tan negras como las noches
de los gélidos polos, mis flores negras.
Guarda, pues, este triste, débil manojo,
que te ofrezco de aquellas flores sombrías;
guárdalo, nada temas, es un despojo
del jardín de mis hondas melancolías.
• La araña
Entre las hojas de laurel, marchitas,
de la corona vieja,
que en lo alto de mi lecho suspendida,
un triunfo no alcanzado me recuerda,
una araña ha formado
su lóbrega vivienda
con hilos tembladores
más blandos que la seda,
donde aguarda a las moscas
haciendo centinela,
a las moscas incautas
que allí prisión encuentran,
y que la araña chupa
con ansiedad suprema.
He querido matarla:
mas... ¡imposible! Al verla
con sus patas peludas
y su cabeza negra,
la compasión invade
mi corazón, y aquella
criatura vil, entonces
como si comprendiera
mi pensamiento, avanza
sin temor, se me acerca
como queriendo darme
las gracias, y se aleja
después, a su escondite
desde el cual me contempla.
Bien sabe que la odio
por lo horrible y perversa;
y que me alegraría
si la encontrase muerta;
mas ya de mi no huye,
ni ante mis ojos tiembla;
un leal enemigo
quizás me juzga, y piensa
al ver que la ventaja
es mia, por la fuerza,
que no extinguiré nunca
su mísera existencia.
En los días amargos
en que gimo, y las quejas
de mis labios se escapan
en forma de blasfemias,
alzo los tristes ojos
a mi corona vieja,
y encuentro allí la araña,
la misma araña fea
con sus patas peludas
y su cabeza negra,
como oyendo las frases
que en mi boca aletean.
en las noches sombrías,
cuando todas mis penas
como negros vampiros
sobre mi lecho vuelan,
cuando el insomnio pinta
las moradas ojeras
y las rojizas manchas
en mi faz macilenta,
me parece que baja
la araña de su celda
y camina... y camina...
y camina sin tregua
por mi semblante mustio
hasta que el alba llega.
¿Es compasiva? ¿es mala?
¿indiferente? Vela
mi sueño, y, cuando escribo,
silenciosa me observa.
¿Me compadece acaso?
¿De mi dolor se alegra?
¡Díme quién eres. ¡Monstruo!
¿En tu cuerpo se alberga
un espíritu? Díme:
¿Es el alma de aquella
mujer que me persigue
todavía, aunque muerta?
¿La que mató mi dicha
y me inundó en tristezas?
Dime: ¿acaso dejaste
la vibradora selva,
donde enredar solías
tus plateadas hebras,
en las oscuras ramas
de las frondosas ceibas,
por venir a mi alcoba,
en el misterio envuelta,
como una envidia muda,
como una viva mueca?
Te hablo y tú nada dices;
te hablo y no me contestas!
¡Aparta, monstruo, huye
otra vez a tu celda!
¡Quizás mañana mismo,
cuando en mi lecho muera,
cuando la ardiente sangre
se cuaje entre mis venas
y mis ojos se enturbien,
tú, alimaña siniestra,
bajaras silenciosa
y en mi oscura melena
formarás otro asilo,
formarás otra tela,
solo por perseguirme
...