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Enviado por ivanaa • 17 de Septiembre de 2012 • 2.132 Palabras (9 Páginas) • 386 Visitas
LA EXISTENCIA DE LA MUJER DURANTE EL SIGLO XVII Y XVIII
(Aspectos sociales, económicos y en sí evolutivos)
Los discursos humanísticos sobre mujeres en relación al lenguaje y la organización del estado moderno se basan en un modelo jerárquico de la civilización.
Ya desde el siglo XVII las Mujeres están identificadas, por medio de su función reproductora y por la representación del cuerpo materno, con las mujeres colonizadas. Además, según este modelo jerárquico, se compara a las madres metropolitanas con otros mamíferos, para criticar a las madres urbanas, o para establecer la superioridad de las costumbres humanas. En vista del uso repetido del término 'monstruoso' en los tratados renacentistas sobre la mujer, tanto para criticar a las madres burguesas como para referirse a las 'bárbaras' y a otros mamíferos, según Donna Haraway quien denomina 'monstruos', junto con las mujeres y los 'cyborgs', 'curiosas criaturas fronterizas' que tienen un imprescindible papel significador en 'las grandes narrativas evolucionarías, tecnológicas y biológicas del Occidente'. Como monstruos, utilizados para (de) mostrar algo, es clave su condición de criaturas 'fronterizas', situadas fuera de la norma masculina del individuo en el estado moderno. Estos tres grupos marginados, las mujeres metropolitanas, las mujeres 'salvajes', y las madres simias, se reúnen en el discurso de la maternidad, o sea, de la crianza de niños para llegar a servir al Estado, e integrarse en los sistemas dominantes económicos e ideológicos. Hay que destacar, también, la inestabilidad de la ubicación de las mujeres de la metrópoli según esta jerarquía: pueden ser igualadas a las fieras por su función reproductora, y pueden ser semejantes o inferiores a las matronas romanas o incaicas, según el proyecto de instruir a las burguesas europeas en su papel social nuevamente limitado al hogar y a la reproducción. En la crítica feminista de la literatura castellana de los siglos XVI y XVII se ha señalado la falta de figuras maternales. Están ausentes casi por completo del teatro, y las pocas que aparecen en el escenario señalan una complicación funesta en la trama. Este rechazo de lo maternal corresponde al énfasis en la autonomía como base de la identidad masculina moderna,
como ha notado Ruth El Saffar en la narrativa de la separación, ejemplificada en la picaresca.3 Las obras literarias representan familias fragmentadas, juntamente con la desaparición y el rechazo del deseo y la sabiduría femeninos y maternales. En el Criticón, el rechazo de lo femenino y de la madre está vinculado con el personaje 'fronterizo' de Andrenio, europeo amamantado por fieras.4 Cervantes, en cambio, problematiza ese rechazo de la madre, representando la barbarie como patriarcado distópico, en el contexto del enfrentamiento de personajes europeos y 'bárbaros' o 'salvajes' en el episodio de Antonio y Riela de Los trabajos de Persiles y Sigismunda.5 Conviene examinar estas obras del siglo XVII a la luz de los tratados sobre mujer y familia del siglo anterior, desde / libri della familia de León Battista Alberti en el siglo XV y los coloquios erasmianos del matrimonio, la Instrucción de la mujer cristiana de Juan Luis Vives, el Relox de príncipes de Fray Antonio de Guevara, y los Comentarios reales del Inca Garcilaso en en el siglo XVI. Del mismo modo que sirven como 'monstruos' los primates en las ciencias sociales del siglo XX, las sociedades 'salvajes' y las fieras servían para justificar la evolución de la familia patriarcal en la sociedad renacentista.
Una contradicción clave en el discurso patriarcal sobre la maternidad se da en la justificación en términos de 'naturaleza' y 'razón moral', respecto a la obligación de las madres a de amamantar a sus propios hijos. Es una frase hecha la referencia a un fenómeno lingüístico, psicológico o cultural como algo que 'mamamos en la leche', pero, y de quién era esa leche?6 La leche, y la iniciación lingüística y cultural, solían ser proveídas por nodrizas, mujeres recién paridas, cuyos hijos propios habían muerto, o pasaban hambre para que los de los ricos se alimentaran.
Era bien conocida la alta mortalidad de los recién nacidos en manos de las nodrizas. Era imposible citar como ejemplares a las matronas romanas o a las damas aristocráticas de épocas anteriores; casi ninguna de ellas amamantó a sus propios hijos. Considerando el efecto dañoso del embarazo sobre la leche materna cuando la lactación no tenía el efecto anticonceptivo, bien conocido pero poco fiable, las autoridades eclesiásticas preferían 'tolerar' la separación de madres e hijos a la prohibición de relaciones sexuales durante el período de lactación.
Ruth El Saffar describe el papel de la mujer aristocrática como una productora incesante de hijos sin consideración a la salud y bienestar psicológico de madres ni hijos.
la figura materna para dejar aislada a la doncella iluminan su papel como desamparado vehículo de intercambio entre hombres.16 Ha notado El Saffar que las prescripciones de pasividad y aislamiento femeninos en el siglo XVI contrastan con la representación misógina del siglo XV, de la mujer voluble, insaciable y callejera. En cambio, los autores del siglo XVII no se quejan del apetito sexual de la mujer, ni de su volubilidad, sino de su dependencia.
Puede explicarse así la ausencia de la madre en la representación
literaria: en las clases privilegiadas quienes se preocupaban por la educación
y herencia de sus hijos, la madre biológica no solía ni amamantarlos ni
educarlos. Guevara, en su Relox de príncipes condena explícitamente la
práctica de enviar a los niños 'a las tristes aldeas', donde vivían las
nodrizas, concretando lo que eran abstracciones en otros autores. Quizás
por no pertenecer al mismo género de 'instrucción a la mujerÓ, el Relox
es excepcional por el énfasis que pone en las relaciones afectuosas entre
padres e hijos por una parte, y madres e hijas por otra.
Si se modela la trascendencia del tiempo en la existencia humana, a través de la historiografía anglosajona, se asume que se está aún en la Edad Moderna, identificando al periodo XV al XVIII como “temprana edad moderna”.
Entre finales del siglo XVII y principios del XVIII, la crisis de la conciencia europea (1680-1715), abre paso a la Revolución científica newtoniana, la Ilustración, la Crisis del Antiguo Régimen (en sí la era de las Revoluciones), cuyo triple aspecto se categoriza como la Revolución industrial (en el desarrollo de la producción,
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