RELACIÓN NIETZSCHE-ORTEGA.
Enviado por Paula Blanco Franco • 7 de Noviembre de 2016 • Tarea • 720 Palabras (3 Páginas) • 172 Visitas
RELACIÓN NIETZSCHE-ORTEGA |
Ambos parten de la vida como la realidad básica. Pero Ortega, aun reconociendo la primacía ontológica de la vida, defiende la armonía entre ambos dominios: la razón necesita ciertamente de la vida, pero la vida (humana) también necesita de la razón, que desempeña un papel fundamental como guía y orientación: sólo a través de ella podemos saber a qué atenernos. Nietzsche, por el contrario, desconfía de la razón, en concreto de su tendencia a negar el cambio, la contingencia y, en general, el universo instintivo-pasional. En consecuencia, el imperativo de fidelidad a la vida del que parten los dos autores adquiere matices muy diferentes: en el filósofo español implica siempre el ejercicio de la racionalidad, mientras que para Nietzsche lo fundamental es la salud nativa de los instintos (la dimensión “dionisíaca”, por decirlo con su expresión). En consecuencia, la reconciliación entre cultura y vida que postulan sus filosofías también presenta líneas claras de divergencia. El Ultrahombre nietzscheano, dentro de la segunda transvaloración que él propone en su filosofía, supone una síntesis entre el vitalismo irracional de las aristocracias antiguas y el culturalismo anti-vital de los cristianos, pero siempre presupone que lo más profundo es lo dionisíaco, lo irracional, lo pasional. Esto es ajeno a Ortega, que precisamente llamó a su filosofía `raciovitalismo´ para diferenciarla del mero vitalismo biologicista: el ser humano actúa por motivaciones racionales y no meramente por instinto, como defendía Nietzsche. Quizás aquí se encuentre una de las claves para entender su intenso compromiso político (llegó a ser diputado en las Cortes españolas), mientras que el otro pasó de puntillas sobre esta cuestión.
Nietzsche y Ortega defienden el devenir frente a concepciones esencialistas y estáticas: califican cualquier intento de salirse del curso del tiempo como ilegítimo, racionalista, utópico. No obstante, no existe en el pensador alemán una toma de conciencia tan explícita de la historicidad humana. De hecho, su concepción del eterno retorno (un presente eterno, en definitiva) se puede decir que niega la dimensión histórica humana. Ambos critican el racionalismo o cualquier otra forma de intelectualismo desconectado de lo vital. Los dos comparten asimismo el elitismo y el desprecio a las masas. Nietzsche tematizó contra “la moral del rebaño”, que malograba cualquier proyecto de excelencia individual, mientras que Ortega consideró “la rebelión de las masas” el fenómeno más preocupante de su época.
Tanto Ortega como Nietzsche rechazan la existencia de una Verdad Absoluta y Universal. Ambos reivindican lo que Nietzsche llama el “politeísmo de la verdad”. Si bien en Ortega existe un referente objetivo que está completamente ausente en Nietzsche. Para Ortega, lo que cada individuo capta con su pensamiento es una parte de la verdad omnímoda, la que le es accesible en las circunstancias históricas y vitales en que se desenvuelve su vida. Nietzsche, sin embargo, defiende que la verdad es una creación personal e intransferible, al igual que una obra de arte. La realidad es un puro caos, curso ciego y sin sentido, un enfrentamiento azaroso de fuerzas que quieren llegar al límite de su poder. No tiene ningún sentido, por tanto, hablar de verdad como asimilación de una realidad externa, pues esta carece de perfil definido y estable. Lo único que podemos hacer es inventar verdades (y también valores) que hagan crecer nuestro poder. La verdad, por tanto, es objetiva en Ortega (aunque no absoluta), mientras que en Nietzsche es un ejercicio de autoexpresión personal sin referente externo (la verdad es verdad ante mí y no ante las cosas). Se puede resumir diciendo que Nietzsche es relativista y Ortega no. Pero conviene introducir el matiz de que Nietzsche no es completamente relativista, pues esa creación tiene que ser fiel a la tierra, a la vida, a la inmanencia, por tanto, al cuerpo, a las pasiones, a lo instintivo; en definitiva, a la voluntad de poder (a partir de esa raíz inexcusable que cada uno cree y crea lo que quiera). Precisamente por la traición a ese punto de partida obligado se muestra tan implacablemente crítico con la tradición platónica-judeo-cristiana.
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